La Casa Blanca confirmó el relevo, a finales de año, de Larry Summers, uno de los pesos pesados del equipo económico del presidente, en lo que se puede interpretar como el comienzo de los cambios que se prevén en la Administración del Dr. Barack Obama, para afrontar la segunda mitad del mandato, que empieza tras las elecciones del próximo mes de noviembre 2010.
La nota oficial sobre la dimisión de Summers, que actuaba como principal asesor económico del presidente y que presidía las diarias sesiones de debate sobre economía en la Casa Blanca, se limita a agradecer la misión cumplida por este reconocido economista y anunciar que seguirá formando parte a partir de enero del consejo de asesores presidenciales en una posición más informal.
Summers, por su parte, ha comunicado su decisión de regresar a su papel académico en la universidad de Harvard, de la que fue presidente, sin dejar señales sobre cuáles han podido ser los motivos para su dimisión.
La salida de Summers, una figura estelar que a punto estuvo de ser nombrado secretario del Tesoro -lo impidieron su difícil carácter y una dura controversia con las mujeres durante sus años en Harvard-, representa, en todo caso, el preludio de una nueva política económica a partir de noviembre.
Summers es un ortodoxo de la economía, un guardián de las reglas del libre mercado cuya presencia siempre fue disputada por el sector de centro derecha que apoya a Obama.
Su papel fue útil mientras se trataba de luchar contra la peor recesión sufrida por la economía yanqui desde la Gran Depresión.
A partir de noviembre se abrirá una etapa nueva. Si se confirma en las urnas el desastre que las encuestas pronostican para los demócratas, Obama necesitará una política económica que conecte mejor con las necesidades populares.
Sin Summers -el segundo miembro del equipo económico que abandona, tras Peter Orzack, ex director de la Oficina de Presupuesto-, queda el camino más libre para un giro en esa dirección.
La dimisión de Summers no supone una gran sorpresa, por cuanto se conocía desde hacía tiempo que su paso por la Administración no sería muy largo.
Pero es la confirmación de que la hora de los relevos ha llegado a Washington.
Se da por hecha también la sustitución, después de noviembre, del jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, que todavía no ha desmentido los intensos rumores de que peleará por la alcaldía de su ciudad, Chicago.
Emanuel es la figura más influyente en torno a Obama -exceptuando al vicepresidente, Joe Biden- y el blanco más frecuente de los ataques de la centro derecha.
Para que ese bando fuera completamente dichoso sólo faltaría la destitución del secretario del Tesoro, Tim Geithner, lo que no se prevé.
Estos movimientos son, de alguna manera, la confirmación de que Obama da por inevitable la derrota de noviembre y se prepara ya para administrarla de la mejor manera posible.
De eso dependerá la suerte de su presidencia y sus posibilidades de reelección.
Obama puede ser un pato rengo en enero o puede haber conseguido desprestigiar por completo a sus adversarios republicanos antes del verano.
La diferencia entre una cosa y la otra radica en su capacidad para gestionar los difíciles días que seguirán a las legislativas.
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