En un inicio parecía irreal poder darle un nombre y un rostro a las numerosas mujeres anónimas que durante tanto tiempo quise proteger. El dolor que compartimos nos entrelazó. Sabíamos qué hacer cuando alguien comenzaba a llorar o a temblar en el tribunal, pues todas habíamos pasado por lo mismo en su momento. Sabíamos qué decir cuando una sobreviviente afligida expresaba culpa o duda, pues habíamos sentido esa misma vergüenza.
Durante el juicio, nos convertimos en un ejército dispuesto a exponer el escándalo de abuso sexual más grande en la historia del deporte. Y lo logramos. Luego de que 156 mujeres rendimos nuestra declaración, el 24 de enero la jueza Rosemarie Aquilina le impuso a Nassar una sentencia de 40 a 175 años de prisión.
Pero el 29 de agosto de 2016, cuando presenté la primera denuncia judicial en contra de Larry Nassar por abusar sexualmente de mí cuando tenía 15 años y elegí hacer pública la historia que detallaba lo que había hecho, parecía estar dando palos de ciego.
Me preparé lo mejor posible: traje conmigo revistas médicas que explicaban cómo era un verdadero examen de piso pélvico; llevé mi historial médico, en el que Larry no mencionaba haberme practicado dichos exámenes, a pesar de haberme penetrado; tenía a la mano los nombres de tres expertos preparados para testificar a la policía que el tratamiento de Larry no era médico; llevé otros registros de una visita médica que documentaba que divulgué mi caso de abuso en 2004; mis diarios de aquella época y una carta del fiscal del distrito vecino que ponía las manos en el fuego por mí. Me preocupaba que si no llevaba una amplísima documentación nadie me creería… una preocupación que más tarde supe que estaba fundamentada.
Mi formación como abogada me preparó para el proceso y la argumentación, pero nada podría haberme preparado para el dolor de ser la primera en publicar mis acusaciones, lo que hice en The Indianapolis Star.
Me quedé sin mi iglesia. Perdí a mis mejores amigos al abogar por las sobrevivientes que habían sido victimizadas por errores institucionales similares en mi propia comunidad.
Perdí todo resquicio de privacidad.
Me preocupaba que si no llevaba una amplísima documentación nadie me creería… una preocupación que más tarde supe que estaba fundamentada.
Cuando una nueva amistad buscaba mi nombre en línea o me agregaba como contacto en Facebook, en la búsqueda aparecían los detalles más íntimos de mi vida mucho antes de que siquiera hubiésemos intercambiado números telefónicos. Evité las tiendas de autoservicio algunos días, para asegurarme de que mis hijos no vieran mi rostro en los diarios o revistas. Me hicieron preguntas sobre cosas que nadie debía saber y en el momento en el que menos quería hablar.
A menudo el esfuerzo que requirió avanzar en el caso era avasallador, en especial cuando algunos me llegaron a calificar de una “buscapleitos” que solo “esperaba el día de paga”.
Aun así, todo eso fue útil para recordarme que esta es la dinámica cultural que le permitió a Larry Nassar tener el poder.
Algunas de las víctimas de Larry Nassar en sus días de gimnasia. Las imágenes fueron provistas por sus familiares y abogados.
Sabía que para poder alejarme lo más posible de mi abusador, y de la gente que le permitió abusar de niñas durante décadas, debía hacer lo opuesto a lo que ese hombre y sus facilitadores habían hecho. Debía encontrar la verdad y divulgarla sin importar qué precio terminaría pagando por ello.
A medida que aumentaron las llamadas telefónicas al Departamento de Policía de la Universidad Estatal de Míchigan, también crecía mi horror. Se fueron presentando víctimas, una tras otra. Algunas habían padecido el abuso teniendo apenas 6 años de edad. Otras habían sido víctimas hacía casi tres décadas y otras más unos días antes de que se presentara mi denuncia. Peor aún, muchas de ellas habían intentado alertar al respecto desde años antes de que yo entrara en la clínica de la universidad para conocer al afamado médico. No solo padecían los devastadores efectos de la violación, sino que también tenían profundas heridas por haber sido silenciadas, culpadas y a menudo obligadas a regresar al consultorio para que siguieran abusando de ellas.
Hoy, más de 200 mujeres han culpado a Larry Nassar de abuso sexual. Pero esa cifra no es tan abrumadora como el hecho de que al menos catorce entrenadores, psicólogos o colegas habían sido notificados sobre sus agresiones. Lo que resulta realmente nauseabundo es el descubrimiento de que la mayoría de las víctimas sufrieron el abuso cuando dos adolescentes ya habían reportado el comportamiento de Nassar al entrenador en jefe del equipo de gimnasia de la universidad de Míchigan en 1997.
¿Cómo fue que sucedió? ¿Cómo fue que, durante treinta años, este monstruo logró abusar de niñas y jovencitas sin ser descubierto?
Una de las razones es que Larry era un depredador experto. Era manipulador, calculador y premeditado. Muchos de los abusos, incluido el mío, sucedieron en una habitación con nuestras madres presentes, a quienes Larry les bloqueaba la visión de manera casual, manteniendo la mano escondida debajo de una toalla, una sábana o ropa holgada.
Hoy, más de 200 mujeres han culpado a Larry Nassar de abuso sexual. Pero esa cifra no es tan abrumadora como el hecho de que al menos catorce entrenadores, psicólogos o colegas habían sido notificados sobre sus agresiones.
Pero la astucia de Larry es solo una pequeña parte de la historia, porque la mayoría de los pedófilos se muestran como personas íntegras y son capaces de congraciarse con sus comunidades. Las investigaciones demuestran que, en promedio, se reporta a los pedófilos al menos siete veces antes de que las acusaciones se tomen en serio y se actúe en su contra. De muchas formas, el escándalo por violación que tardó treinta años en fraguarse era solo un síntoma de un problema cultural mucho más profundo: la indisposición a decir o escuchar la verdad en contra de uno de los miembros de nuestra comunidad.
¿Cuál es el resultado de poner en primer lugar la reputación y la popularidad por encima de las niñas y jóvenes? Las infames historiasque se escucharon en la sala del tribunal la semana de la condena… y todas podrían haberse evitado.
Ahora que el mundo está paralizado por nuestro caso, debemos asegurarnos de que no se abuse de una sola joven más como me sucedió a mí.
El primer paso para cambiar la cultura que consintió esta atrocidad es reconocer a quienes permiten el abuso. Hay mucho por hacer en términos legislativos, incluyendo extender o eliminar el plazo de prescripción para cargos penales o civiles relacionados con el abuso sexual y endurecer las leyes respecto a que adultos o expertos que sean alertados obligatoriamente lo reporten, así como garantizar la verdad cuando llega el momento de la sentencia, de modo que los criminales peligrosos no sean liberados antes de tiempo para seguir haciendo daño a más niños.
Con frecuencia nos parece más sencillo y seguro ver solo aquello que queremos ver.
Lo más importante es que necesitamos alentar y apoyar a quienes tienen la valentía suficiente para denunciar a miembros de su propia comunidad. Los depredadores confían en la protección de la comunidad para silenciar a sus víctimas y seguir manteniendo su poder.
Sucede con demasiada frecuencia que nuestro compromiso con un partido político, nuestra congregación religiosa, nuestro equipo deportivo o con un colega o miembro prominente de nuestra comunidad nos obliga a no creerle a la víctima o a alejarnos de ella. Con frecuencia nos parece más sencillo y seguro ver solo aquello que queremos ver.
El temor a poner en peligro las ideologías políticas, religiosas o financieras dominantes, o incluso a arriesgarnos a perder a nuestros amigos o nuestro estatus, nos lleva a una ignorancia voluntaria de lo que es correcto y está ante nuestros ojos, en la forma de niños inocentes y vulnerables.
Pregúntate: ¿cuánto vale un niño? Cualquier ser humano respetable sabe la respuesta a esa pregunta. Es hora de actuar en consecuencia.
Rachael Denhollander es abogada y vive en Louisville, Kentucky.
En julio de 2017, Nassar fue sentenciado a 60 años en una prisión federal después de declararse culpable de cargos de pornografía infantil. El 24 de enero de 2018, Nassar fue sentenciado a 40 a 175 años en una prisión estatal de Michigan después de declararse culpable de siete cargos de agresión sexual de menores. El 5 de febrero de 2018, fue sentenciado a otros 40 a 125 años de prisión después de declararse culpable de tres cargos adicionales de agresión sexual. Él servirá las oraciones federales y estatales consecutivamente.
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