Para el premio nobel de economía Paul Krugman, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no ha cumplido con su promesa de desarrollo para los tres países que lo integran, pero aún así sería desastroso si el pacto comercial norteamericano dejara de existir. Krugman, columnista de The New York Times, recalcó que el fin del TLCAN parece cada vez más probable debido a que el presidente Donald Trump posiblemente lo ve como una manera de decir que “ganó”.
Krugman estuvo en Ciudad de México el 18 y 19 de octubre para participar en las Conversaciones con The New York Times. El primer día dialogó en el Museo Tamayo con el economista mexicano Gerardo Esquivel, en un pánel moderado por Azam Ahmed, jefe de corresponsales de The New York Times en México, América Central y el Caribe. El segundo la conversación fue en el Auditorio Alfonso Caso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con el exsecretario de Relaciones Exteriores de México Jorge Castañeda y la moderación de Boris Muñoz, editor de opinión de The New York Times en Español.
A continuación les presentamos algunos de los momentos clave de esas conversaciones, que puedes ver completas en nuestra página de Facebook.
El premio nobel de economía 2008 recalcó que muchas de las promesas hechas cuando se firmó y ratificó el TLCAN no han sido cumplidas del todo, como el efecto que este tendría en el desarrollo y reducción de la desigualdad, pero que aún así es importante mantener en vigor el pacto, que está siendo renegociado, por “la certidumbre” que este conlleva para las relaciones comerciales. También indicó que si el TLCAN no ha sido completamente exitoso en el rubro del desarrollo cuando se trata de México, que no es únicamente por la cuestión del comercio con Canadá y Estados Unidos, sino que deben tomarse en cuenta otros factores como el crimen y la corrupción.
Este último, indicó, afecta en particular el desarrollo de pequeñas y medianas empresas.Continue reading the main story
Además, señaló que aunque en México hay desigualdad socioeconómica que “sí ha habido avances” tanto en ese país como en el resto de América Latina para cerrar la brecha.Continue reading the main story
La agenda de Trump
Krugman destacó que la renegociación del TLCAN, promovida por Trump, por lo menos presenta posibles oportunidades para discutir temas que no tenían tanta importancia cuando se estableció por primera vez el pacto, como el combate al cambio climático.
Pero Krugman sugirió que Trump entabló la renegociación sin una agenda coherente, pues al parecer solo quiere poder decir: “Miren, pude destruir algo que hicieron mis antecesores”, algo que el economista también señala en uno de sus artículos de opinión más recientes.
Sugirió que el TLCAN puede ser “las Malvinas” de Trump:Continue reading the main story
Los escenarios eliminan el TLCAN
Ante la probabilidad cada vez mayor de que el tratado termine por ser eliminado, debido a las amenazas del mismo Trump y a los desacuerdosen las rondas de renegociación, hay dos opciones: una “salida suave” y una difícil.
No obstante, indicó que lo más probable es que “México va a sobrevivir sin el TLCAN” si el acuerdo es desmantelado, dado que “el país tiene una economía robusta y ha adquirido una gran habilidad en el sector manufacturero. Pero sí va a quedar más pobre”.
Un atisbo de esperanza
Krugman, sin embargo, dijo que no ha dejado ir por completo el optimismo. Y que una de las razones es el poder de negociación del maíz.
Al final, señaló, es posible que los mismos votantes de Trump que lo respaldaron por sus promesas de recuperar trabajos presuntamente perdidos por el traslado de fábricas a México o la posible imposición de aranceles se den cuenta de que les conviene más seguir siendo parte de ese pacto comercial.
Todos aquí quieren saber qué pasará con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el TLCAN, que ha vinculado estrechamente las economías de México, Canadá y Estados Unidos durante más de dos décadas. El presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump, ha descrito al TLCAN como “el peor tratado de la historia”, pero ¿realmente acabará con él?
Hasta hace unos cuantos días, yo estaba bastante seguro de que no lo haría. Suponía que negociaría algunos cambios menores al tratado, se declararía victorioso y seguiría su camino. Los mercados parecían concordar: el peso mexicano cayó después de que Trump fue electo, pero luego se recuperó y se concretó el veredicto de que no pasaría nada terrible.
Sin embargo, he estado revisando esta perspectiva a la luz de los eventos recientes, en especial el berrinche de Trump respecto del sistema de salud en Estados Unidos. Echar abajo el TLCAN sería terrible para México y muy malo para EE. UU. Afectaría importantes intereses comerciales estadounidenses, que han pasado décadas construyendo sus estrategias competitivas con base en un mercado norteamericano integrado. Pero podría ser bueno para el frágil ego de Trump. Y esa es una razón para temer lo peor.
Comencemos por aceptar que, aunque el TLCAN condujo a un rápido crecimiento tanto de las exportaciones de México hacia Estados Unidos como de USA hacia México, no ha cumplido con las expectativas de algunos de sus proponentes.
En 1994, cuando el tratado entró en vigor, muchas personas esperaban que impulsara un rápido crecimiento de la economía mexicana, y no lo hizo. Algunos de sus proponentes también argumentaban que Estados Unidos tendría grandes superávits en su comercio con México; de hecho, después de su crisis financiera de 1995, fue más bien México el que comenzó a tener superávits comerciales.
Y más aún, el creciente comercio dañó definitivamente a algunos trabajadores estadounidenses. Algunas empresas de Estados Unidos despidieron a sus obreros y trasladaron la manufactura a México (aunque otras añadieron empleos para producir bienes destinados a los mercados mexicanos u obtuvieron una ventaja competitiva a partir de su capacidad de adquirir componentes de proveedores mexicanos).
De cualquier manera, los costos provocados por el TLCAN fueron mucho menores que los creados por las importaciones de China —y a su vez estos fueron mucho menores que los creados por la cambiante tecnología— o la caída de los salarios de los camioneros —que reflejó la falta de regulaciones y el colapso del poder sindical—, los cuales no tenían nada que ver con el TLCAN. Aun así, el tratado causó algo de dolor real.
No obstante, admitir esta desagradable realidad no tiene casi nada que ver con la pregunta sobre qué hacer ahora. Los trastornos provocados por el TLCAN pertenecen, en su mayoría, al pasado.
Ahora vivimos en una economía norteamericana construida sobre la realidad del libre comercio. En particular, las manufacturas estadounidenses, canadienses y mexicanas están profundamente entrelazadas. Muchas plantas industriales se construyeron precisamente para sacar provecho de nuestra integración económica, y compran o venden a otras plantas industriales del otro lado de la frontera.
En consecuencia, romper o reducir el TLCAN tendría los mismos efectos disruptivos que tuvo su creación: algunas plantas cerrarían, algunos trabajos desaparecerían, algunas comunidades perderían su sustento. Y sí, muchos negocios —pequeños, grandes y, en algunos casos, gigantes— perderían muchos miles de millones de dólares.
Y no se trata solo de la manufactura. ¿Qué creen que pasaría con los agricultores de Iowa si perdieran uno de sus mercados más importantes de maíz?
Lo que yo y otros habíamos estado suponiendo es que estas realidades detendrían la mano de Trump. Independientemente de la ignorancia que pudiera tener respecto de las realidades del comercio norteamericano, asumimos que al final se resistiría a enemistarse con las grandes empresas y los grandes capitales.
Pero ahora no estoy tan seguro.
Para empezar, las negociaciones del TLCAN están saliendo mal. Las demandas de Estados Unidos —que exige que haya una renovación quinquenal y quita a las empresas la capacidad de apelar acciones gubernamentales— socavan la predecibilidad y la seguridad del acceso futuro a los mercados, que era el punto principal del tratado comercial.
Mientras tanto, documentos filtrados que publicó The Washington Post muestran a consejeros claves del gobierno de Estados Unidos de América atribuyendo prácticamente cualquier mal social, desde el abuso conyugal al divorcio, a la pérdida de trabajos en manufactura. Y sabemos que el gobierno cree incorrectamente que los tratados comerciales son la causa de la pérdida de esos empleos.
Lo más importante es ver lo que Trump ha estado haciendo con ese abierto y alegre sabotaje al sistema de atención a la salud estadounidense. Como si no importaran los enormes costos humanos que está imponiendo, ni siquiera sigue ninguna estrategia política viable, y tanto él como su partido muy probablemente serán acusados por los daños, con justa razón. Además, sus acciones les costarán a las grandes empresas —aseguradoras y proveedores de atención a la salud— miles de millones de dólares. Incluso ha estado presumiendo de cuánto ha dañado los precios de sus acciones.
Así que ahora hemos visto a Trump afectar deliberadamente a millones de personas e infligir miles de millones de pérdidas en una industria importante por mero odio. Si está dispuesto a hacer eso con la atención a la salud, ¿por qué no habríamos de asumir que hará lo mismo con la política de comercio internacional?
Por lo tanto, el TLCAN está en peligro real. Si de hecho queda destruido, la única pregunta es si las consecuencias serán horribles o extremadamente horribles.
PAUL KRUGMAN
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el cual lleva tiempo siendo un saco de boxeo para el presidente Donald Trump, se estará acercando al colapso en las reuniones para la cuarta ronda de negociaciones.
En las últimas semanas, aseguran los negociadores de México y Canadá, la Casa Blanca de Trump se ha enfrentado con las empresas estadounidenses que respaldan el TLCANy ha presionado para que haya cambios drásticos que son imposibles de cumplir. Mientras tanto, Trump ha seguido con las amenazas de retirar a Estados Unidos del acuerdo comercial, al que ha calificado como el peor de la historia.
“Si lo vamos a hacer bien, yo creo que el TLCAN debe terminar. De otra manera, no creo que se pueda negociar un buen acuerdo”, afirmó Trump en una entrevista con Forbes que se publicó el 10 de octubre.
“Es posible que no alcancemos un acuerdo y es posible que lo hagamos”, dijo Trump después de una reunión con el primer ministro canadiense Justin Trudeau. “Entonces veremos qué pasa con el TLCAN”.
El fin del acuerdo comercial de 1994 enviaría ondas sísmicas por toda la economía global, pues provocaría un daño económico mucho más allá de México, Canadá y Estados Unidos, e impactaría a varias industrias: desde la manufacturera hasta la energética, pasando por la agrícola. Al menos en el corto plazo, también sembraría el caos en las empresas —incluidas las de la industria automotriz— que han organizado sus cadenas de suministro en América del Norte alrededor de los términos del acuerdo, lo que provocaría una disminución del crecimiento y el aumento del desempleo.
La reacción en cadena también podría obstaculizar otros aspectos de la agenda presidencial estadounidense; por ejemplo, solidificar la oposición política entre los republicanos de estados agrícolas que apoyan el pacto, lo cual pondría en peligro prioridades legislativas como la reforma fiscal. Además, podría tener consecuencias políticas de mayor alcance, desde las elecciones generales de México en julio de 2018 hasta la propia reelección de Trump hacia 2020.
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, se reunió el miércoles con integrantes del comité encargado de alas renegociaciones del TLCAN, en Washington.
El medio empresarial se ha atemorizado pues cada vez hay más posibilidades de que desaparezca el acuerdo comercial. El lunes, más de 310 cámaras de comercio estatales y locales enviaron una carta a la Casa Blanca en la que la exhortaban a permanecer en el TLCAN. El martes, desde México, Tom Donohue, el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, afirmó que las negociaciones habían “alcanzado un momento crítico, y la Cámara de Comercio no tiene otra opción más que tocar las campanas de alarma”.
“Permítanme ser contundente y directo. Todavía hay sobre la mesa varias propuestas que son ‘veneno puro’ y que podrían hundir todo el acuerdo”, señaló Donohue.
Si el acuerdo sucumbe, Estados Unidos, Canadá y México volverían a tarifas arancelarias promedio, las cuales son relativamente bajas: apenas unos puntos porcentuales en la mayoría de los casos. Sin embargo, varios productos agrícolas enfrentarían aranceles mucho más altos.
Para enviar sus productos a México, los agricultores yanquis tendrían que pagar 25 % de impuestos por la carne de res; 45 % por el pavo y algunos productos lácteos y 75 % por el pollo, las papas y el jarabe de maíz de alta fructosa.
Durante meses, algunos de los líderes empresariales más poderosos de los países involurados —y los cabilderos y políticos que los representan— habían esperado que la retórica del presidente estadounidense fuera más una táctica de negociación que una amenaza verdadera y pensaban que al final aceptaría su agenda de modernización. El TLCAN tiene casi un cuarto de siglo de vida y la gente de todo el espectro político asegura que debería actualizarse para el siglo XXI y preservar el sistema de libre comercio que ha vinculado la economía de Norteamérica.
El pacto ha permitido que las industrias reorganicen sus cadenas de suministro en toda la región para aprovechar los recursos y fortalezas distintivas de los tres países, lo cual estimuló las economías del área y generó un incremento de más del triple en el comercio de Estados Unidos con Canadá y México desde sus inicios. Los economistas sostienen que estos cambios han beneficiado a muchos trabajadores ofreciéndoles salarios más altos y más empleos, pero muchos trabajadores quedaron sin empleo cuando las fábricas se reubicaron en México o Canadá, y esto provocó que el TLCAN se volviera el blanco de ataque de sindicatos, muchos demócratas y algunas industrias.
No obstante, la mayoría de los líderes empresariales mantenían la esperanza de que Trump, quien ha criticado el TLCAN de forma constante, quedaría satisfecho con supervisar modificaciones para modernizar el acuerdo y después proclamar el resultado como una “transformación política”.
Hubo ocasiones en que parecía que así iba a ser. El nombramiento de Robert Lighthizer como representante comercial de Estados Unidos, quien en su audiencia de confirmación prometió que “no dañaría” el TLCAN, reconfortó a muchos en el Capitolio, donde Lighthizer trabajó durante mucho tiempo. Y cuando la administración divulgó sus metas de negociación para el acuerdo en julio, hicieron eco muchas de las prioridades de administraciones pasadas.
Con todo, después de ocho semanas de pláticas sobre el acuerdo —las cuales en un inicio iban a concluir a finales de año—, la administración Trump continúa presionando para que se hagan concesiones que en esencia socavarían el pacto, según advierten los círculos empresariales, y que pocos observadores creen que Canadá y México podrían aceptar políticamente.
“Todos saben que una gran parte de lo que se está proponiendo en áreas clave es en realidad imposible de lograr, lo cual genera la siguiente pregunta: ¿qué está intentando obtener la administración de Trump exactamente?”, mencionó en un correo electrónico Michael Camunez, quien fue asistente del secretario de Comercio de Estados Unidos de América durante la presidencia de Obama. No es descabellado pensar que al admitir las posturas más extremas del presidente, los negociadores estadounidenses estén “simplemente dando espacio a Trump para que haga lo que en verdad quiere hacer: retirarse del acuerdo”, afirmó Camunez.
“Todos saben que una gran parte de lo que se está proponiendo en áreas clave es en realidad imposible de lograr, lo cual genera la siguiente pregunta: ¿qué está intentando obtener la administración de Trump exactamente?”.
Phil Levy, quien fue asesor comercial durante el mandato de George W. Bush, señaló que lo más probable es que el presidente Trump esté buscando un pretexto para eliminar el TLCAN.
“Encuentren el último acuerdo comercial que haya aprobado Estados Unidos con la Cámara de Comercio en contra”, desafió Levy. “No lo hallarán. Ya es bastante difícil con la Cámara a favor”.
Las propuestas más controvertidas de la administración, las cuales presentó el secretario de Comercio, Wilbur Ross, incorporarían una cláusula de suspensión al acuerdo, lo cual provocaría que el TLCAN expirara de forma automática a menos que los tres países votaran periódicamente por mantenerlo. Esta disposición ha provocado una condena temprana del medio empresarial, el cual argumenta que establecería tanta incertidumbre en el futuro del TLCAN que, en esencia, anularía el acuerdo comercial.
Otra iniciativa polémica de Estados Unidos se centra en cambiar las reglas del TLCAN que rigen qué porcentaje de un producto debe haberse fabricado en Estados Unidos para poderse comercializar libre de impuestos en los países que integran el tratado. La administración de Trump está presionando para que el porcentaje sea mayor, incluyendo el requisito de que se fabrique el 85 % del valor de los automóviles y de las autopartes en Estados Unidos —en contraste con el 62,5 % actual— y un requisito adicional de que el 50 % del valor provenga de ese país.
Trabajadores en una planta nueva de Honda en México CreditEduardo Verdugo/Associated Press
Esto ha confrontado a algunas de las empresas de autos más importantes del mundo con la Casa Blanca. Los representantes de la industria afirman que semejantes barreras tan altas y complejas podrían disuadir por completo a las empresas de fabricar en Estados Unidos.
El gobierno estadounidense también ha propuesto límites sobre la cantidad de contratos a nivel federal que pueden ganar las empresas mexicanas y canadienses, así como cambios drásticos en la manera en que se resuelven las disputas en el TLCAN.
Los grupos comerciales aseguran que se oponen firmemente a la iniciativa que propone Estados Unidos de restringir una cláusula llamada “solución de diferencias inversionista-Estado”, la cual permite a las empresas demandar a Canadá, México y Estados Unidos de América por tratos injustos en el TLCAN. Mientras tanto, Canadá ha señalado que no considerará prescindir de otra cláusula, el capítulo 19 del TLCAN, el cual permite a los países desafiar las decisiones de cualquiera de las otras naciones respecto del derecho contra la competencia desleal y los derechos compensatorios ante un pánel independiente.
En sus declaraciones del martes, Donohue dijo que los cambios que proponía la administración a estas cláusulas eran “innecesarios e inaceptables”.
Donohue hizo estos comentarios después de un intenso intercambio de palabras que tuvo lugar el viernes entre la Cámara de Comercio, el grupo de presión empresarial más poderoso de Estados Unidos, y la administración de Trump.
El 6 de octubre, John Murphy, vicepresidente sénior de política internacional de la Cámara de Comercio, señaló que las propuestas de la administración “no tenían una base que las apoyara”, y que habían detonado “un grado sorprendente de unidad en su rechazo”. Agregó que los círculos empresariales tal vez nunca habían estado en desacuerdo en tantos frentes con una administración respecto de una negociación comercial.
Unas horas más tarde, la Casa Blanca contratacó.
“El presidente ha sido claro en que el TLCAN ha sido un desastre para muchos estadounidenses y en que para lograr sus objetivos se requieren cambios sustanciales”, mencionó Emily Davis, vocera de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, encabezada por Lighthizer. “Por supuesto que estos cambios generarán oposición de los cabilderos en Washington y las asociaciones comerciales. Siempre hemos sabido que secar el pantano sería controvertido para Washington”.
Mientras algunos de los congresistas republicanos más poderosos guardaron silencio, sindicatos como AFL-CIO y United Steelworkers, al igual que algunos demócratas, emitieron mensajes de apoyo.
“Cualquier propuesta comercial que ponga nerviosos a los corporativos multinacionales es una buena señal de que apunta hacia la dirección correcta para los trabajadores”, señaló Sherrod Brown, senador demócrata por Ohio.
Trump es famoso por adoptar una postura fuerte al momento de negociar y los analistas señalaron que la administración tal vez considera que sus ambiciosas solicitudes iniciales son una manera de ganar más influencia en las negociaciones del TLCAN.
Sin embargo, Murphy y otros miembros del medio empresarial advirtieron que lo más probable era que ese tipo de estrategia estuviera destinada al fracaso. Trump es impopular tanto en Canadá como en México, y ceder antes sus demandas podría acarrear consecuencias devastadoras para los políticos locales. Los funcionarios del gobierno mexicano han dicho en repetidas ocasiones que no van a negociar con una pistola en la cabeza.
“Hay un viejo adagio en el mundo de las negociaciones: nunca tomes de rehén a alguien a quien no le dispararías”, sentenció Murphy.
México intenta prepararse y prever cómo su economía podría adaptarse si desaparece el acuerdo que ha regido las relaciones entre estos vecinos durante un cuarto de siglo, de cara a las probabilidades cada vez mayores de que Estados Unidos se retire del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Desde la victoria del presidente Donald Trump en las elecciones yanquis, México ha acelerado las negociaciones para concretar nuevos tratados comerciales o actualizar algunos ya en vigor con otros países, en busca de nuevos proveedores y mercados para sus exportaciones.
El presidente Enrique Peña Nieto viajó hace poco a China para dialogar acerca del intercambio comercial, entre otros temas; México también está entre los países que suscribieron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por su sigla en inglés).
Van surgiendo nuevos proveedores. En diciembre, se espera que Argentina entregue 30.000 toneladas de trigo, su primera venta a México. Crujientes manzanas chilenas han comenzado a aparecer en los supermercados mexicanos, junto a montones de manzanas de Washington State.
Luis Videgaray, secretario de Relaciones Exteriores de México, advirtió a legisladores el 10 de octubre que México estaba preparado para abandonar las pláticas antes que aceptar un acuerdo perjudicial.
“Necesitamos ajustar, limitar el impacto, para lo que tenemos dos opciones: hablar y dialogar o abrirnos al mercado exportador”, afirmó recientemente Ildefonso Guajardo Villarreal, el secretario de Economía y principal negociador comercial por México, en una entrevista televisada.
Por su parte, Moisés R. Kalach, quien encabeza la delegación de empresas mexicanas que asisten a las pláticas del TLCAN, comentó que las empresas están en comunicación con el gobierno para encontrar opciones de adaptación. “¿Qué debemos hacer para seguir siendo competitivos y desarrollar el sector manufacturero y agrícola?”, preguntó.
No obstante, esta separación podría producir una reacción en cadena en México que afectaría no solo el ámbito comercial. La salida de Estados Unidos del TLCAN podría provocar sentimientos nacionalistas e influir en las elecciones presidenciales de México el año próximo.
Los negociadores de México, Estados Unidos de América y Canadá comenzaron el 11 de octubre pasado la cuarta ronda de pláticas, cuyo propósito original era modernizar el acuerdo que sirve como base para las inversiones y el intercambio comercial entre los tres países y que ha transformado la economía mexicana.
Sin embargo, Washington ha presentado propuestas proteccionistas que tanto México como Canadá han declarado que no aceptarán, lo que da a Trump motivos para cumplir sus repetidas amenazas de retirarse del acuerdo.
El primer ministro canadiense Justin Trudeau llegó a México el 12 de octubre para ayudar a promover el TLCAN y la solidaridad de ambos países con el pacto de cara a la renegociación.
El secretario de Relaciones Exteriores mexicano, Luis Videgaray, advirtió a los legisladores el 10 de agosto pasado durante una comparecencia de que México estaba preparado para abandonar las pláticas antes que aceptar un acuerdo perjudicial.
Con todo y los fuertes comentarios de Trump, quien ha dicho que el TLCAN es el “peor tratado de libre comercio de la historia”, el efecto del acuerdo comercial ha sido exponencialmente mayor en México que en Estados Unidos, cuya economía es cerca de dieciocho veces mayor que la economía de su vecino del sur.
México, que antes era un productor de petróleo concentrado en el mercado interno, se ha transformado en una fuerza manufacturera tremenda y ahora tiene fábricas que producen automóviles, computadoras y maquinaria para exportación. Los tomates, aguacates y brócolis mexicanos abundan en los pasillos de los supermercados estadounidenses. Industrias más recientes, como la aeroespacial y de equipo médico, están prosperando.
El año pasado, las exportaciones de México ascendieron a 374.000 millones de dólares; más del 80 % de esas exportaciones tuvo como destino Estados Unidos de América.
Sin embargo, el desempeño de México con el TLCAN en un contexto más amplio ha sido decepcionante. El ritmo de la economía interna nunca se comparó con el éxito de sus exportaciones, lo cual hizo que se ampliara la brecha entre el norte mexicano, donde predominan las exportaciones, y el sur rural.
Trabajadores mexicanos se manifestaron el 11 de octubre en la ciudad de Mexicali para exigir mejores sueldos. CreditJuan Barak/European Pressphoto Agency
Ahora, México enfrenta la posibilidad de que la porción más dinámica de su economía sufra un fuerte golpe.
El desmoronamiento del TLCAN podría ocasionar una reducción en el volumen de las exportaciones a Estados Unidos al eliminarse el acceso libre de aranceles, además de que podría detener el flujo de inversiones de empresas que establecen fábricas en México para elaborar productos destinados al mercado estadounidense.
De cualquier forma, la interrogante es cómo sería la economía después del TLCAN. El gobierno mexicano cree que el mercado de Estados Unidos de América seguiría en gran medida abierto.
Sin el TLCAN, los derechos que impone Estados Unidos sobre la mercancía mexicana volverían a los niveles que establece la Organización Mundial del Comercio.
Las cifras varían pero se calcula que el promedio es de aproximadamente el tres por ciento para productos manufacturados. Los automóviles ensamblados en México, por ejemplo, pagarían impuestos equivalentes al 2,5 %.
“¿Nos gustan esos impuestos? No. ¿Podemos sobrevivir con ellos? Sí”, afirmó Luis de la Calle, un miembro del equipo de México que negoció el tratado original. “La integración de México, Estados Unidos y Canadá continuará a pesar de sus gobiernos”.
“Sin embargo”, añadió, “habrá incertidumbre en el corto plazo”.
Guajardo, el secretario mexicano de Economía, explicó que los camiones ligeros de fabricación mexicana, por ejemplo, tendrían que pagar impuestos a una tasa del 25 por ciento en Estados Unidos. Una posible acción en respuesta a esta situación sería convertir las fábricas para la producción de automóviles, por los que se pagan impuestos muchísimo menores.
De izquierda a derecha: Ildefonso Guajardo Villarreal, Chrystia Freeland y Robert E. Lighthizer, los representantes de México, Canadá y Estados Unidos, durante las negociaciones en Ottawa, en septiembre
Incluso antes del TLCAN, las plantas de ensamblaje conocidas como maquiladoras importaban refacciones libres de aranceles y enviaban el producto terminado a Estados Unidos de América.
El fin del TLCAN “quizá no cambie por completo la logística”, afirmó Manuel Padrón Castillo, un abogado especializado en derecho mercantil del despacho Baker McKenzie en Ciudad Juárez, México, ubicada al otro lado de la frontera de El Paso, Texas.
En el largo plazo, de acuerdo con otros analistas, la salida de Estados Unidos de América del TLCAN “pondría en duda la viabilidad de México como un destino de tercerización”, explicó Dan Ciuriak, un experto en materia comercial del centro de innovación Center for International Governance Innovation en Waterloo, Ontario.
El TLCAN permitió el desarrollo de una red compleja para desplazar sin dificultades materia prima y refacciones a través de las fronteras, en muchos casos varias veces, pues se ensamblaban en elementos de mayor tamaño y después se incorporaban a un producto terminado.
De no existir el TLCAN, incluso si los aranceles fueran bajos, este sistema de fabricación produciría costos más elevados. “Los sectores más integrados enfrentarían obstáculos tremendos”, advirtió Ciuriak.
Si aumentan los aranceles, una posibilidad es que las empresas decidan trasladar la producción de Estados Unidos de América a México para reducir el número de refacciones que causan el pago de derechos.
Otro riesgo es que las empresas trasladen la producción a Asia y compren sus refacciones ahí en vez de hacerlo en América del Norte, para pagar un solo impuesto al ingresar el producto terminado en los Estados Unidos de América.
Ford Motor Company puso el ejemplo este año. En enero, suspendió sus planes de construir una fábrica en México para producir el pequeño automóvil para pasajeros Focus, una decisión que Trump elogió. Sin embargo, en junio la empresa anunció que en su lugar construiría una nueva fábrica en China para producir el Focus.
La salida del TLCAN también podría tener graves consecuencias políticas.
Se “interpretará como un rechazo a México y a la mexicanidad, lo que complicará la política en la relación con Estados Unidos”, comentó el exnegociador De la Calle.
Si desaparece el TLCAN, es probable que sea negativo para los candidatos de centro en las elecciones presidenciales que celebrará México del año entrante; Andrés Manuel López Obrador, un populista de izquierda, encabeza por ahora la contienda, aunque todavía no ha hecho referencia a la relación de México con Estados Unidos.
Juan Francisco Torres Landa, un abogado especializado en derecho mercantil que trabaja para Hogan Lovells en Ciudad de México, advirtió que Trump abrió “la caja de Pandora”.
“Cuando estaba en la primaria”, explicó, “aprendimos: ‘Cuídense de los estadounidenses. Nos invadieron un par de veces, nos quitaron la mitad de nuestro territorio’”.
Según dijo, esos hechos históricos fueron quedando en el olvido conforme México y Estados Unidos de América estrecharon relaciones gracias al TLCAN. Pero advirtió que la desconfianza de los mexicanos podría reavivarse durante la campaña presidencial. “Alguien puede comenzar a decir que el enemigo es Trump o Estados Unidos y presentarse como la opción perfecta para enfrentar este desafío”.
ELISABETH MALKIN
Fuente: The New York Times
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