Algunos sectores de la izquierda uruguaya y latinoamericana, otros que se dicen de izquierda pero su táctica y su estrategia es solo el poder y nada más que el poder, están nuevamente entregando las banderas de la libertad y la democracia para defender un régimen nefasto, la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela.
Algunos, incluso bienintencionados consideran que podemos justificar todo organizando un concurso de barbaridades, de atropellos o de corrupción en diversos países o en distintos partidos, Me parece una horror.
La libertad no es un valor abstracto, genérico e indefinido que sirve para hacer flamear al viento siempre y cuando haya que convocar a las causas nobles a los seres humanos. Sin libertad todo lo demás no vale casi nada, no es vivir, es sobrevivir a duras penas.
"La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Miguel de Cervantes
Casi no habría que agregar nada más. Pero hoy como siempre la libertad está en discusión, está en peligro, está acorralada en muchas partes del mundo y por ello hay que defenderla. Y la primera forma, la más elemental forma de defender y promover la libertad es definirla claramente, darle un contenido y sacarla del limbo de las lindas palabras huecas.
Un primer concepto básico: la libertad no se alcanza, no se conquista, es un camino interminable, lleno de pruebas y de amenazas que le dan valor a nuestros esfuerzos y al goce de la libertad en cada momento. No hay ni nunca hubo, un concepto universal e intemporal de la libertad. Es la más sutil, compleja y maravillosa construcción humana.
Cualquier idea de progreso, de avance, de civilización se ha basado en primer lugar en la libertad, mientras que todas las tiranías, las hordas feroces han aplastado la libertad de los otros y para ello primero entregaron su propia libertad.
La libertad no es un estado individual, necesariamente es una forma de convivencia en sociedad, donde cada uno tiene la posibilidad de elegir sus comportamientos, protegido de la autoridad, sin intromisiones indebidas y sin afectar la libertad de los otros seres humanos. Escribirlo suena fantástico, fácil e ideal, pero en ese equilibrio entre las diversas libertades a la humanidad le ha llevado milenios y enormes sacrificios alcanzar equilibrios aceptables y sobre todo un cuerpo de ideas y de valores que le den sustento y continuidad al ejercicio de la libertad.
La libertad - según mi entender - debe incluir necesariamente también la libertad de la necesidad. No se es libre atenazado por el hambre, por la miseria, por las enfermedades y por la incultura.
La libertad tiene además de los significados compartidos, algo intransferible, el valor y el significado que cada uno de nosotros queramos darle. Es una condición maravillosa y terrible de la libertad, la tenemos que gozar y construir en forma personal y social y nadie lo hará por nosotros.
Como vivimos en sociedad y en nuestro tiempo la libertad es parte esencial de esa relación con los otros seres humanos y con la naturaleza en un determinado momento histórico. Para reglar esas relaciones hemos construido un complejo andamiaje de instituciones, de leyes, de formas de organización. De todas ellas la democracia, con todas sus imperfecciones y en su evolución, es hoy en día la más avanzada, entre otras cosas porque nunca proclamó que era perfecta e inmutable.
Es en la construcción cultural, institucional y concreta de la democracia que las civilizaciones han avanzado y progresado a lo largo de la historia y sobre todo en los últimos 250 años.
Si en ese lapso de tiempo, las sociedades, las clases, las organizaciones políticas más diversas han podido luchar e incluso imponer formar diversas de organización social, en particular colocar la batalla contra la explotación de los seres humanos y las diversas injusticias derivadas de esta condición, ha sido por la democracia.
Las tiranías, en sus más diversas formas, nunca absolutamente nunca han sido el terreno propicio para el avance de la justicia social, de la mejor distribución de las oportunidades y de las libertades. Cuando el socialismo revolucionario sacrificó la libertad y la democracia en aras de los cambios en las formas de propiedad y producción, su fracaso fue estrepitoso y relativamente reciente.
Además de ese fracaso hay otro mucho más profundo, el que la izquierda y el socialismo o una parte importante del socialismo haya entregado, sacrificado las ideas básicas de la democracia y la libertad ante el altar de una supuesta liberación y revolución.
Es la paradoja terrible del águila que sacrifica sus alas para aligerarse y volar más alto y en realidad solo es una ilusión y finalmente se precipita en el vacío.
La izquierda en muchas partes del mundo sacrificó sus alas y con ello su propia identidad y lo peor de todo es que las entregó a la derecha, a las fuerzas conservadoras que nos han combatido desde una supuesta identidad democrática, cuando la historia nos muestra que siempre que lo consideraron necesario, las fuerzas de la derecha apelaron a la fuerza de la barbarie para asegurar su continuidad y su dominio.
La democracia nació unida a las idea de la justicia social, del progreso, del positivismo. Pero otro grave error es considerar la democracia como una herramienta, un medio. La vida cotidiana, nuestras formas concretas de asumir nuestra presencia en la sociedad, de informarnos, de actuar, de elegir creencias, oficios, construir oportunidades, manifestarnos y expresarnos de las más diferentes maneras, son parte esencial de nuestra existencia y es allí donde se expresa la libertad, la democracia, incluso en la posibilidad de reformarla, de transformarla, de criticarla.
La izquierda en una etapa crucial de su existencia resolvió de la peor manera posible entregarle todas las banderas democráticas a la derecha y llevamos muchas décadas tratando de recuperar, las banderas y la sustancia. Aunque hay fuerzas que se proclaman y se sienten de izquierda que desprecian la democracia, que están dispuestas a justificar las más groseras violaciones a las libertades y los derechos humanos en aras de la pureza revolucionaria o de un llamado socialismo del Siglo XXI, que se ha demostrado como el mayor fracaso de un modelo político, económico y social de la historia del continente.
Prefieren el discurso, las consignas, los símbolos a la realidad y se parapetan detrás de la derecha local e internacional que se refriega las manos esperando su oportunidad y creando los más amplios consensos sociales para derribar esos gobiernos.
La bandera de la democracia no es un estandarte de comunicación y de imagen, no es un instrumento del debate político e ideológico, es la clave de la existencia del progreso y por lo tanto de la izquierda, entregarla es renunciar a lo más profundo de nuestra identidad.
Como lo queramos llamar nuestro proyecto siempre será el de democratizar toda la vida material, espiritual, intelectual, cultural en sociedad. Y eso no lo hacen los aparatos burocráticos iluminados y menos corruptos.
La corrupción no tiene dueño, pero no hay dudas que la democracia permite enfrentarla y combatirla de mejor manera que los sistemas arbitrarios y dictatoriales. Miremos los ejemplos cercanos y nuestra propia experiencia, la dictadura en Uruguay fue además profundamente corrupta.
Esteban Valenti es periodista, escritor, director de Bitácora y Uypress. Uruguay.
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