El Ministerio no contabiliza (o no difunde la información) el número de hombres muertos por sus parejas o ex parejas. Pero datos estadísticos previos indican que, de cada cinco personas muertas por su pareja o ex pareja, una es hombre. Así que, muy probablemente, tres de los 223 hombres asesinados en 2016 hayan sido muertos por su pareja o ex pareja femenina.
¿Cuánto espacio les dedicó la prensa a esas otras 249 personas (223 hombres y 26 mujeres) asesinadas? ¿Cuántas marchas callejeras se hicieron por ellas? ¿Cuántas escenificaciones públicas, gestos hieráticos, vestimentas negras y pies descalzos las recordaron? ¿Cuántos seminarios académicos analizaron las causas de esos asesinatos? ¿Quién dijo con indignación “Ni uno más”?
Tal vez convenga recordar cómo y por qué murieron esas 249 personas. Algunos se quedaron con un vuelto de algún narco de barrio, o le miraron a la novia, o desafiaron su poder; pero muchos otros eran comerciantes, empleados, guardias de seguridad o policías que estaban trabajando cuando les dispararon durante un asalto, o murieron en la calle por una rapiña; hay quienes se pelearon con un vecino violento; otros se pusieron la camiseta o gritaron el gol que no debían, o estuvieron en el lugar y en el momento equivocado; algunos niños recibieron un balazo que no les estaba dedicado, y hay quienes murieron porque fueron confundidos con otras personas.
El próximo 8 de marzo habrá un acto público para protestar contra la violencia. Pero no contra toda la violencia. Sólo contra la violencia “de género”. Y tampoco contra toda violencia en que el género o el sexo jueguen un papel. Nadie recordará a los hombres muertos por sus parejas o ex parejas. Sólo la violencia de género contra la mujer. Es decir, se protestará por el 6 % de los asesinatos del año 2016 y se invisibilizará al 94 % de los asesinatos de ese mismo año.
EL VIEJO ARTE DE MANIPULAR
Sus organizadoras/es quieren qué el acto del 8 de marzo sea grande y concentre mucha indignación. El 100% de la indignación concentrada en el 6 % de los asesinatos. ¿Cómo lograrlo?
Lo primero es crear clima. Es necesario que las luces se concentren en una pequeña parte de la realidad. En este caso, ese 6 % de asesinatos. Después conviene incentivar todas las rabias, las racionales y las irracionales, las justificadas y las injustificadas. Claro, ustedes pensarán que me refiero a la minúscula cantidad de hombres que asesinaron a sus parejas o ex parejas. Pero están equivocados/as. Esta es una cuestión “de género”, así que se trata de orientar los rencores y los resentimientos hacia un chivo expiatorio, que en este caso es lo masculino (“los machirulos”, me dijo una conocida militante feminista uruguaya).
El segundo paso es usar una fecha con carga previa. El 8 de marzo, históricamente, no es “el día internacional de la mujer”, sino el “día internacional de la mujer trabajadora”, en que se conmemoran varias luchas femeninas por derechos laborales y en especial la muerte, en 1911, de 146 obreras durante el incendio de una fábrica textil en Nueva York. El uso de esa fecha para el tema “violencia de género” generó rispidez con el PIT CNT, qué éste resolvió optando por adherir al acto, aunque se desvirtúe el verdadero significado histórico de la fecha.
El tercer paso es contar con apoyo explícito o implícito de instituciones públicas, jerarcas y funcionarios de confianza del gobierno.
EL FEMINISMO NEOLIBERAL
“En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una “amistad peligrosa” con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado”.
La frase es de Nancy Fraser, prestigiosa académica e ideóloga feminista, y fue extraída de uno de sus artículos, titulado “De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo. Y la manera de rectificarlo”.
Fraser, que ha publicado recientemente un manifiesto sobre este tema junto a otras connotadas teóricas del feminismo, denuncia que el feminismo (o cierto feminismo) ha hecho tres aportes esenciales para el desarrollo del modelo neoliberal de sociedad.
El primero es la crítica del “salario familiar”, que acompañó al ingreso femenino al mercado laboral, determinando mayor disponibilidad de mano de obra barata y por ende mayores ganancias para el capital por vía de la reducción salarial y la precariedad y flexibilización laboral. El feminismo pudo haber exigido que las tareas de cuidados, que las mujeres realizaban gratuitamente, fueran remuneradas socialmente. Pero prefirió que esas tareas siguieran siendo honorarias y que las mujeres duplicaran su jornada de trabajo ingresando en fábricas y talleres, bajo el discurso de que eso “las liberaba”. Dice Fraser: “el neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de cierta narrativa sobre el “empoderamiento” de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista”
El segundo aporte ha sido, según Fraser, “…un enfoque sesgado hacia la “identidad de género” a costa de marginar los problemas del “pan y la mantequilla”. Peor aun, el giro del feminismo hacia las políticas de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la crítica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la crítica de la economía política.”
El tercer aporte al neoliberalismo que denuncia Fraser es el desmontaje del Estado de bienestar, supuestamente paternalista, y el apoyo a la privatización de los cometidos sociales del Estado, a través de ONGs y de los microcréditos, confundidos con “empoderamiento”.
Lo que Fraser no ve, o no se atreve a decir, es que esos aportes al neoliberalismo no son casuales ni gratuitos. Buena parte de las organizaciones feministas, algunas de las cuales actúan en Uruguay, reciben fuerte financiación de poderosas fundaciones con sede en EEUU y en Europa. Y esas fundaciones están a su vez financiadas y dirigidas por los mayores capitales financieros globales. O sea: ni casual ni gratuito.
¿A QUIÉN LE SIRVE EL 8 DE MARZO?
En primer lugar, les sirve a las ONGs feministas, que cuentan con que un gran acto público alimentará la campaña por los dos temas que tienen en agenda: la cuota parlamentaria y la aprobación de la ley sobre violencia de género, que incluye el delito de femicidio.
¿Alguien duda de que los grandes temas del feminismo uruguayo encajan a la perfección con lo que denuncia Nancy Fraser? ¿Acaso alguna de las dos propuestas roza en algo al modelo económico dominante? ¿Qué mejor ejemplo de giro hacia la identidad de género y olvido de la economía política,“del pan y la mantequilla”?
También le sirve al gobierno. Desde hace más de una semana, los debates públicos virtuales están centrados en el acto del 8 de marzo. Mientras tanto, el Presidente del CODICEN, Wilson Netto, se da el lujo de decir que no hay crisis educativa. Y la ministra de Educación y Cultura el de decir que Netto es el nuevo José Pedro Varela. Los juzgados penales y las comisiones parlamentarias investigan denuncias de corrupción varias veces millonarias en dólares. El Estado no puede cumplir con el presupuesto pero compra a precio de oro un avión que es un cascajo y el gobierno sale a ofrecer cosas por el mundo, a China el acceso al Atlántico Sur y a UPM una inversión que es mala económicamente para el país y ambientalmente peligrosa.
Mientras tanto, estamos enfrascados en absurdas discusiones sobre bondades y maldades de cada sexo y en contabilizar meticulosamente el 6 % de los homicidios; sólo ese 6 %, no la crisis cultural y material que padecemos, que, paradójicamente, incentiva el clima social de frustración y violencia que nos afecta a todos. Eso, ya de por sí, es un éxito de las políticas de identidad de género. Es lo que esperan sus financiadores, que no para otra cosa las financian.
Para colmo, las dos propuestas insignia del feminismo uruguayo son no sólo inútiles sino perjudiciales. No se reclama juego limpio y capacidad en el Parlamento; se reclama participar con una cuota en el reparto de cargos. Y no se reclama prevenir o educar para que los crímenes “de género” no se produzcan; se reclama ponerle un nuevo nombre al delito y una pena mayor al culpable (sólo si es hombre) luego de que la muerte se produjo.
Si creen que el acto del 8 de marzo nos hace bien como sociedad, vayan tranquilos. Yo prefiero leer a Nancy Fraser.
Fuente: Semanario Voces
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