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jueves, 7 de enero de 2016

R. VIÑOLY: SI NO SE SACA EL PIE DEL FRENO SE PUEDE TERMINAR SIENDO UN MUSEO

Rafael Viñoly parece incómodo. Al arquitecto le exaspera el “adomercimiento” uruguayo, ese “confort pernicioso” que reina hace décadas. Como si su cuerpo fuera el primero en entender el mensaje, cuanto más habla del tema, más veces cambia de postura en su silla. Si la “siesta” continúa, advierte, Uruguay será un “museo de la imagen de un país de los años 30”. Pero lo que más molesta a Viñoly es que la solución es sencilla. Se resuelve “en cuatro días”, exagera, con un shock de “efectividad” y la sustitución de muchos funcionarios y asesores. De “charlatanes” que no saben nada, justifica. Se necesitan “administraciones que tengan la capacidad de montarse en el tema político de una forma diferente, tiene que haber una renovación de cuadros que vean este tema con una perspectiva mucho más pragmática”. Viñoly, de 71 años, cree que Uruguay dejó pasar una buena oportunidad para despegar, facilitada por los 10 años de kirchnerismo en Argentina. Ahora gobierna Mauricio Macri, cuya gestión elogia, y ese país volverá a ser atractivo para las inversiones. Y más vale que las autoridades uruguayas tengan ideas porque el futuro puede ser complicado, dice. En su larga trayectoria como arquitecto concretó proyectos en ciudades como Londres, Tokio y Nueva York, pero, sostiene Viñoly, nada lo preparó para enfrentar a la burocracia uruguaya, un proceso “kafkiano” donde “los mecanismos de impedir son mucho más grandes que los mecanismos de producir”. El arquitecto que diseñó el Aeropuerto Internacional de Carrasco sufrió esa burocracia en los últimos años con tres proyectos: la remodelación de la Estación Central de AFE, un edificio de oficinas en la Plaza Artigas, de Montevideo, y el puente sobre la Laguna Garzón, cuya inauguración cuestiona. —La semana pasada el gobierno inauguró el puente sobre la Laguna Garzón. En declaraciones a “El País” usted dijo que ese no es el diseño que había hecho para el puente y habló de una “maraña burocrática” que caracteriza a Uruguay. ¿A qué se refiere? —Uno tiene una perspectiva un poco distinta, que es más esa dualidad entre conocer muy bien la idiosincrasia nacional, la geografía del país, y haber vivido afuera por tantos años. Lo que es increíble en Uruguay es que todavía existe una especie de inercia burocrática indescriptible, que está totalmente por afuera de los estándares internacionales. Y es increíble que la gente no reaccione. —Usted compara lo que sucede en Uruguay con su experiencia en el extranjero. —Comparo con lugares que tienen también un proceso lento de regulación, de control entre el sector privado y el sector público. Pero acá es una cosa completamente fuera de lógica, es un proceso kafkiano. Es también esa cosa de pensar que somos así y que esta es la manera en la que las cosas pasan. Y lleno de reacciones personales, de índole psicológica: la gente se ofende muy rápido. Esa es una característica nacional. Y de pronto se generan estos fenómenos de encapsulamiento de gente que tiene fracciones de poder que son completamente irrisorios, y que pueden desperdiciar oportunidades. —La economía uruguaya creció a un ritmo histórico en los últimos años. ¿Cree que se desperdiciaron oportunidades? —Al gobierno se le acaba la oportunidad de utilizar condiciones de coyuntura que eran impresionantes. La chance de arreglar esta situación y de poner a Uruguay en un lugar especial, creo que disminuyen. Porque el desarrollo económico no pasó porque sí, sino por comparación con los vecinos. Esa situación de los últimos años que fue tan beneficiosa, pasó porque los argentinos tenían que venir a poner plata acá porque no podían ponerla en otro lado. La situación interna de la Argentina va a mejorar seguro, todo el influjo de capitales y el interés por ese país va a reflotar. Ahora más vale que acá tengan una idea. Es fácil tener una idea en Uruguay porque tiene muchísimas condiciones especiales, únicas en la región y en el mundo, y es poca gente. El problema es que si la gente tiene esta especie de tendencia a desacelerar el proceso siempre, por diseño, no se puede hacer nada. —¿Es una cuestión de mandos medios en la administración o de las autoridades? —Es un problema de la cultura del empleado público. Cuando hice este proyecto grande en Japón, hace como 25 años, me acuerdo que para el japonés, llamar a alguien un burócrata era un elogio. El burócrata negocia y navega a través de una cantidad de estamentos de control con el objetivo de que el proyecto funcione. Acá es al revés: decirle a alguien que es un burócrata es un insulto. Acá la gente toma esa actitud de proteger su propio reducto de poder sin entender que hace falta un nivel de flexibilización en todo el proceso regulatorio. —¿Ha tenido experiencias de trancas burocráticas? —Yo las conocía de antes. Lo que pasa es que una cosa es conocerlas de antes y otra es cuando uno hace, como el tema del puente, una contribución. El problema es que los mecanismos de impedir son mucho más grandes que los mecanismos de producir. Hay cosas increíbles acá. Este tema de la estación Artigas no se puede creer. Un tipo que gana la licitación de participación público-privada y se dan cuenta que no tienen control sobre la tierra. Y eso es todo fácil, por eso es increíble. Yo hice un proyecto en Londres que nos llevó siete años aprobar, y cuando entramos pensamos que nos iba a llevar ocho. No pensamos que lo íbamos a hacer en seis meses. Acá es al revés: te dicen “tranquilo, que lo arreglamos” y no pasa nada. La situación con la obra en Plaza Alemania es completamente increíble. Para no hablar de los que están encargados de la planificación, que son gente que no entiende nada. Están completamente metidos en este sistema en el que es más fácil no hacer que hacer. No se puede creer cómo se impide todo. —Usted tiene varios proyectos detenidos. ¿Cómo le explica al inversor? —No le explico. No se puede explicar, hay que decirles que no se puede hacer nada. Además, no es que uno tenga la capacidad de convencerlos tampoco. Si este procedimiento no cambia, la siesta va a seguir; todo el mundo durmiendo la siesta. Para mí ese es el tema más importante: no hay alternativa para las generaciones nuevas. ¿Cuál es la alternativa? Colgarse del Internet y ver lo que pasa en el mundo, que es lo contrario a lo que hay que hacer. Es un problema ético, es un problema moral. Desconectarse de la realidad es, por lo general, una mala receta salvo que se tenga la vaca atada, y en este lugar nunca la tuvo nadie. Ni siquiera hay aristocracia acá, este es un lugar que se arregla en tres horas. —Los dos gobiernos del Frente Amplio han planteado que la reforma del Estado es la madre de todas las batallas. Sin embargo no han tenido éxito. —Creo que la reforma del Estado planteada en forma declarativa suena a escribir de nuevo la Constitución. Esto se arregla facilísimo. Hay que sacar de en medio a 40 personas, poner otras 20 que estén mentalizadas de esta manera. —¿Hay algún gobierno que podría hacer eso? —Debería haber. Esta misma gente, que son gente de un nivel de convicción y honestidad intachable. El Frente siempre tuvo esa cosa práctica, es por historia y por generación un gobierno pragmático. Acá no hay más nada que hacer que hacerlo. Tiene que existir un liderazgo activo. Ese es el problema. Esto no se arregla con la cordialidad del mate y el conocimiento personal, hace falta un shock de eficiencia acá, que es completamente un tema cultural. Porque tampoco es que la gente genéticamente sea así. Es como en Malasia, ahí son todos vagos pero por el sol, yo qué sé; acá también pero son tres millones de personas, se arregla fácil. El gobierno, las autoridades, creo que entienden mejor que lo que yo puedo entender cómo esto se puede superar. Este es un país que necesita un plan de ordenamiento físico y de ordenamiento de gestión que se arregla en cuatro días, para lo cual hace falta una actitud política que considere este tema de la urgencia estratégica seriamente. Pero hay un adormecimiento. Mi sorpresa es que es el mismo que existía en el año 50, cuando yo me fui de acá. ¡No puede ser! El mundo cambió de forma radical. A mí me parece que esto es una cosa de administraciones que tengan la capacidad de montarse en el tema político de una forma diferente, que tiene que haber una renovación de cuadros que vean este tema con una perspectiva mucho más pragmática. Siempre hay lugar para las disquisiciones filosóficas, pero acá hacen algo o queda como un museo de la imagen de un país de los años 30. No se puede creer. —Durante su gobierno, el ex presidente José Mujica fue muy duro con la burocracia, al menos en el discurso. ¿Percibe que cambió algo? —Mujica entiende todo, siempre me pareció. Igual que Tabaré (Vázquez). Son dos personas de gran corazón, con diferencias estilísticas con respecto a cómo enuncian las cosas. Lo que pareciera que es fundamental es que el nivel de shock que hay que producir en este campo de la efectividad, es mucho mayor de lo que piensan. Si hubiera un gobierno blanco sería igual. Esto es una de esas cosas que se hacen solamente a través de formas de liderazgo. —Si ese es su análisis, ¿por qué seguir apostando por Uruguay? —Porque es un país genial, es un lugar donde se pueden hacer cosas que no existen en ninguna otra parte. Si se hubieran avivado hace cinco años, estarían en este momento en una posición incomparable. Acá lo que hay que hacer es nombrar a alguien que sea la persona que ejecute, que busque la manera de ejecutar aunque le cueste el puesto y una vez que ejecutó se arregla todo. Es lo mismo que hizo Mauricio Macri en Argentina. Se decía que no se podía devaluar, devaluó y no pasó nada; echó a todo el mundo, tampoco pasó nada. Es un ingeniero. En 12 días hicieron cosas que parecían imposibles, que necesitaban de debate y de hablar con todo el mundo. Fueron y lo hicieron. Tenés que sacarle el tiempo para reaccionar a la máquina del no hacer. Le dije al intendente Daniel (Martínez) que no va a tener demasiado plafón y que va a tener que hacer algo ya porque si no, lo come la máquina. —¿Ya lo comió? —No sé. Supongo que no. Es un tipo inteligente, un ingeniero. Pero no hace falta tanto. El famoso tema de la renovación en Ciudad Vieja requiere de inversión. ¿Qué tenés que hacer? Salir a buscar inversión y tomar decisiones. Pero está toda esta gente que forma parte de los sistemas de asesoría que son unos charlatanes. Ni siquiera unos charlatanes: no tienen ni idea de lo que hablan. Tendrían que hacer una fuerza de choque, un SWAT team que dijera esta es la idea y esta idea es para vos mister president y si te gusta, nosotros te la hacemos. No hay otra. Y esa es una situación para la cual si perdés el momento, la energía inicial, no podés porque te morfa la máquina. Es todo un problema de confort pernicioso, porque el confort de la continuidad… Nos pasa a todos: te ponés viejo, te morís y no pasó un carajo. Treinta generaciones de tipos perdidas de esta forma. Fuente: Búsqueda Nº1848 - 30 de Diciembre de 2015 al 06 de Enero de 2016 entrevista de Guillermo Draper

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