Soy hincha de Peñarol de toda la vida. Mi padre me llevó al estadio desde niño. Crecí viendo los goles de Morena. Dos veces vi a Peñarol coronarse campeón de América y una vez la Intercontinental. Disfruté el quinquenio e innumerables veces festejé campeonatos uruguayos, liguillas, etc. Me encantaba cargar a mis amigos hinchas de Nacional y soportaba con hidalguía las bromas cuando perdíamos. Siempre me sentí orgulloso y agradecido con mi equipo.
Sin embargo, desde hace algunos años, han comenzado a surgir una serie de episodios, situaciones, sucesos, que comenzaron a distanciarme del fútbol y a enfriar mi pasión por el equipo. Hoy, casi no voy al estadio y me refugio en mi casa a ver los partidos por televisión.
El primer paso atrás supuso abandonar la tribuna a la cual fui toda mi vida porque quedó en manos de la barra brava. La Ámsterdam se transformó en una zona liberada donde predomina una forma de sentir el fútbol y de conducta que jamás podría compartir. Allí es más importante cantar de espaldas a la cancha o insultar al contario con cantos violentos, que prestar atención al juego y disfrutar del espectáculo. En lugar de aplaudir las jugadas hermosas, se festejan las patadas y bravuconadas contra el adversario. Si bien a esta tribuna concurren muchas personas inofensivas (en su mayoría jóvenes), la cultura lumpen dominante impone comportamientos y una forma de entender el juego que reniega de los fundamentos de la cultura histórica del fútbol uruguayo.
Lentamente, el clima impuesto se extendió al resto del estadio. Espectadores que pacíficamente concurren a otras tribunas, terminan compartiendo los ritos, los cantos ofensivos y las apologías a la violencia que la barra brava desarrolla cada vez que juega Peñarol. La cultura lumpen se quedó con la tribuna, con el espectáculo y con las mentes de los restantes espectadores.
A esto se agregó la bastardización de la camiseta. La misma casaca que muchos añorábamos cuando éramos niños (se la pedíamos a los reyes o nos la regalaban en nuestro cumpleaños) comenzó a ser utilizada, tal cual sucede en otras partes del mundo, como vestimenta oficial del hincha. El problema en el caso de Peñarol es que la camiseta quedó en manos de la cultura lumpen, que la usa para ir al estadio pero también para deambular por allí pidiendo dinero para el vino, la entrada, o para la necesidad inmediata que se deseé satisfacer. Una vecina me dijo el otro día, que cuando ve a alguien con una camiseta de Peñarol, cruza de acera por temor a ser asaltada. Una situación muy ilustrativa de cómo el fenómeno terminó por desbordar los marcos del fútbol
Los sociólogos tienen buenas explicaciones sobre el fenómeno de las barras bravas basadas casi siempre en factores estructurales como la delincuencia, el narcotráfico o la exclusión sociocultural. No obstante, según mi percepción, en Uruguay estas tendencias se desarrollaron a gran velocidad sin que nadie haya hecho nada para evitarlas.
En los últimos diez años, he visto cientos de entrevistas donde los dirigentes manifestaban su deseo de combatir y extirpar el problema del fútbol, pero todo sigue igual. Algunos entendidos creen que son los propios dirigentes los verdaderos responsables de esta situación porque en algún momento en el pasado, ellos incentivaron y financiaron el desarrollo de esas barras bravas. Yo no lo tengo tan claro pero reconozco que hay bastante evidencia que respalda esa afirmación. Mientras tanto, nuestra pasión por el cuadro de nuestros amores, comienza a debilitarse más y más.
Lo ocurrido este domingo bate todos los records. Los dueños de la Ámsterdam ni siquiera percibieron que la tarde ofrecía condiciones para que Peñarol pudiese concretar una nueva hazaña, jugando con diez jugadores una final con alargue. Pero no fue así. Aprovecharon la ocasión para enfrentarse con la policía, romper el estadio una vez más, y hacer perder al club toda chance de triunfo. Es decepcionante y no queda otra que sentir impotencia. Jamás entenderán que, al fin y al cabo, esto es un juego y los adversarios del bolsillo son nuestros amigos, hermanos, conocidos.. Gente con la que interactuamos a diario, que apreciamos, queremos o amamos, que quieren divertirse como nosotros y que sienten idéntica pasión por su club.
Dada la falta de reacción de la opinión pública peñarolense y la escasa voluntad de sus dirigentes por cambiar esto, creo que se vienen años muy oscuros para el club. Entiendo que la AUF debería aplicar duras sanciones para que se aprenda y se entienda. De algún modo, hay que parar esa ola lumpen que algún día alguien alimentó y que hoy se ha vuelto incontrolable.
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