Le llamaban ‘Luisito’, nació en Mendoza, Argentina, el 2 de diciembre de 1938 y poseía esa cualidad innata del fútbol que sólo tienen los elegidos de su posición. Aquella que no recogen los manuales de técnica. La suerte suprema: el gol. Le acusaban de ser desgarbado, le tildaban de torpe, le achacaban que no divertía al espectador y que la técnica nunca fue amiga suya. Él sabía todo esto. Él se reía de todos ellos. Porque estando Luis Artime en una cancha de fútbol, todos sabían que hasta que el árbitro no pitara señalando la finalización del partido, no estaba todo definido.
“Siempre acabo siendo la solución en todos los equipos”. Así se reconocía Luis Artime, una fábrica inacabable de goles. ‘La Fiera’ o ‘El diente’ le apodaban. Uno de los mejores sudamericanos del siglo XX.
Si miran los datos de sus temporadas en Independiente, en River Plate, en Palmeiras no encontrarán a otro delantero de su misma liga que marcará más goles que este argentino. Paseó su artillería pesada por todo el continente y destrozó redes en los tres países campeones del mundo de Sudamérica: Argentina, Brasil y Uruguay. Cuatro veces pichichi de Argentina, otras tres del campeonato uruguayo, máximo goleador de la Copa América de 1967 y mejor delantero de la Copa Libertadores de 1971.
La suya es una historia de quien supo hacer del área rival su hábitat natural. Tan cómodo se sentía en esa parcela, con tanta naturalidad se desenvolvía en esa zona, que no existían para él los balones sueltos. Pelota que rondaba por el área, pelota que besaba las mallas. Si marcaba, era su trabajo. Si se iba de vacío, defraudaba. “Me apasiona el área, basta decir que no le tengo miedo a las patadas. Yo tengo una obligación con el fútbol. Oler los goles y concretarlos”. También llegó a reconocer una de sus peculiaridades: “Una parte del secreto era mi forma de golpear, el portero nunca sabía donde podía ir el balón. Cuando pateaba de cerca, sabía que sería gol, pero nunca podía decir dónde iría la pelota”.
Si el fútbol es un estado de ánimo, el goleador con confianza se convierte en el jugador más temible. Artime ya demostró en AS Color, en la década de los 70, su consolidada autoestima: “Sé que soy un hombre que encuentra rápidamente trabajo. Tengo agallas. Nunca firmaría un contrato por más de un año. No quiero arriesgar mi fama ni defraudar a nadie. Yo sé que vendo goles”. Tanto respeto sentía por su oficio que no le temblaban las piernas a la hora de profanar la portería de Racing de Avellaneda, el equipo de quien se enamoró de pequeño. Soñaba con ser como su ídolo, Rubén Bravo, y acabó siendo el verdugo de su amado equipo, al que hizo 16 goles. Tres de ellos en una humillación de River a Racing, al que le endosó un 6-2. También le castigó con otro hat-trick con Atlanta, en sólo once minutos y cuando su equipo perdía 1-3 a falta de un cuarto de hora para el final.
Reconocido goleador (“lo era desde que jugaba en el baby fútbol, ya en el potrero me gustaba hacer goles”), con 20 años debutó en Primera División en el Atlanta. “Mi lanzamiento a lo que después fui. Era un equipazo. En Buenos Aires encontré gente hermosa que me ayudó a adaptarme. Me abrió las puertas de la selección”. Allí comenzó su gran amistad con Carlos Timoteo Griguol. En cuatro años allí empezó a jalonarse una fama de cañonero implacable que le llevó a River Plate, previo pago de 15 millones de pesos y tres jugadores. Con la franja roja salió goleador en 1962 y 63. En tres años marcó 71 goles, cuatro de ellos a Boca. “Me enloquecía jugar en La Bombonera”. Tras recuperarse de una lesión de tobillo, formó parte de uno de los mejores Independientes de la historia, con quien campeonó en 1967 y fue también fue máximo goleador en otras dos ligas.
En Brasil jugó poco (también estuvo en España un año, en 1965, en el Jaén), pero en Uruguay es un héroe. La hinchada de Nacional todavía le idolatra. Durante tres temporadas consecutivas levantó con una mano el trofeo de campeón de liga mientras que con la otra alzaba el de máximo goleador. También extendió su hegemonía por el mundo al ganar la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1971. “Soy un profesional, podría haber jugado en Boca. Al único equipo al que nunca iría sería a Peñarol. Me siento muy identificado con Nacional. Gané allí las cosas más importantes de mi vida. Hasta fui campeón del mundo”. Para la historia quedó su triplete ante el equipo carbonero en Copa Libertadores, en 1972. Los tres tantos los marcó de cabeza.
La camiseta albiceleste no le arrugó. En ocho años jugó 25 partidos y firmó 24 goles para rubricar un espectacular promedio. Iribar seguro que le recuerda. En el Mundial de 1966, en Inglaterra, el jefe de la delantera de Argentina le hizo dos goles. Un campeonato en el que en cuatro partidos le dio tiempo a marcar tres dianas y cayó eliminado en cuartos de final. Artime, como casi toda Argentina, continúa convencido de que podrían haber llegado a semifinales de no haber mediado la actuación del árbitro alemán Rudolf Kreitlen ante Inglaterra, en uno de los partidos más polémicos de la historia de los Mundiales.
Del seleccionador argentino, en aquella época el ‘Toto’ Lorenzo, Artime, que no se casaba con nadie, opinaba esto: “La selección del 66 era un equipo bárbaro que pudo superar la desorganización de la época y que encima tuvo que lidiar con muchas disparatadas decisiones de Lorenzo. Nos hizo jugar partidos increíbles de preparación contra obreros y oficinistas”.
Su fuerte carácter también truncó su corta carrera como entrenador. A finales de 1979, como director técnico del Atlanta, se enfrentó a lo que se conoció como “el cuadrangular de la muerte” para determinar el descenso junto a Platense, Gimnasia y Chacarita. Artime descendió, pero antes quiso denunciar públicamente la utilización de sustancias dopantes y prohibidas en el fútbol argentino. También arremetió contra otras irregularidades y contra la violencia de los barrabravas que alejó del fútbol a las familias. No volvió a dirigir, pero un año después Julio Grondona institucionalizó los controles antidoping. Su figura cayó al ostracismo futbolístico y se dedicó a ser empresario. “Lo pagué muy caro”. Su hijo también fue delantero, marcó goles para Belgrano, aunque carece del instinto depredador del padre.
Un futbolista inolvidable para mucha gente. El periodista Carlos Badano lo definió así: “Un nombre que hizo sacudir páginas enteras. Que marcó a fuego un ciclo, una historia. Y que es espejo para tantos muchachos. Pescador mágico de redes incrustadas de goles. Frío, de pique electrizante, casi infalible, en esa pasión capaz de hacer explotar a un estadio y aprisionar el grito incomparable de gol, porque es la máxima expresión del fútbol. Persona sencilla, seria, responsable, honesta e inteligente. Al que nunca lo marearon ni los elogios ni las fotografías”.
“Escucho que el gol es cuestión de suerte. Me hace gracia. ¡Al gol hay que ir a buscarlo! Mi mayor virtud fue adelantarme siempre a la jugada, llegar un segundo antes que mi marcador y después saber definir. Era intuitivo, tenía la varita mágica de ser el goleador. Tuve la fortuna de ser quien se queda con toda la gloria, al ser el último que tocaba la pelota. Fui un oportunista, un afortunado”. Palabra del rey del gol, quien dejó el fútbol en 1974 tras marcar 302 goles oficiales. “Nunca me interesó la cifra exacta. Eso sí, me alegraban tanto que festejaba con intensidad hasta los tantos de los entrenamientos. Mis compañeros me decían que estaba loco”. Y sí, Luis Artime era un auténtico, reconocido y admirable loco que vendía goles al equipo para el que jugaba.
Artículo de una publicación del conocido club uruguayo llamado Nacional:
¡Cómo olvidarme de aquellos años! Finales de los ochenta, en pleno campo y a la luz del farol. Noches frías que combatíamos con la estufa a leña, mi segundo padre, mi amigo Anselmo entre mate y mate me contaba de un tal Artime, quien entre sus muchas bondades contaba con la de ser un goleador empedernido. Quienes lo disfrutaron pueden dar certeza de que todo lo que se escribe de Luis Artime, es verdad. Ya mi generación tuvo una caricia al alma, cuando a mediados del ochenta, el "Luifa" Artime -su hijo- se puso la camiseta de Nacional en un encuentro clásico, Artime y Nacional otra vez juntos. Nunca se pudo cristalizar la pretensión de que Luis Fabián Artime jugara oficialmente con nosotros. ¡Qué lástima! El ídolo de Belgrano es un agradecido eterno del trato y los "mimos" que se le brinda a su viejo en cada venida a Uruguay, que sigue al bolso siempre y recuerda su niñez en Montevideo y las veces que al ir con Luis viejo, le pateaba a un tal “Manga”.
Pido las disculpas correspondientes del autor de las siguientes líneas que copié en una hoja Tabaré hace muchos años y guardé entre mis cosas. "En ochenta y nueve minutos del encuentro puede ser tema de polémica. Luisito se pierde en el partido, no le gusta tapar las salidas del rival, se queda demasiado apretado entre los zagueros contrarios, erra una par de goles imposibles de marrar y pasa desapercibido en la lucha de los restantes jugadores. Pero hay siempre un minuto en que su figura cobra verdadera vigencia. Y en esos sesenta segundos quedan encerrados entre el instante en que aparece fugazmente, toma contacto con la pelota y arranca hacía la tribuna para festejar un nuevo gol en su ya inacabable serie de festejos. Y entonces todas las discusiones se terminan, porque, pese a que su golpe no ha seguido la línea ortodoxa, ha tenido de cualquier manera final de gol. Y ante esa razón tan poderosa caen todos los argumentos en contra, ya nadie puede discutirlo, ya nadie puede quitarle validez a su presencia. Artime ha sido nuevamente Artime. Después Luisito se encerrará en su mundo, callado y humilde, como si toda la carga afectiva la hubiese dejado en su carrera, con brazos en alto, que celebrara un nuevo gol en su larga lista".
En otro recorte que conservo, el periodista Carlos Badano entrega bajo el titulo El Crack y el Hombre el siguiente comentario: "Y para rescatar al hombre puedo darle un nombre que hizo sacudir páginas enteras. Que marcó a fuego un ciclo, una historia. Y que es espejo para tantos muchachos: Luis Artime. Pescador mágico de redes incrustadas de goles. Frío, de pique electrizante, casi infalible, en esa pasión capaz de hacer explotar a un estadio y aprisionar el grito incomparable de gol porque es la máxima expresión del fútbol. Crack, triunfador absoluto con la casaquilla 10 de Nacional metiéndose su historia para siempre. Pero también persona, sencillo, serio, responsable, honesto, inteligente. Al que nunca lo marearon ni los elogios ni las fotografías".
Y buscando otras facetas aparte de la de deportista, Don Miguel Restuccia, con algunas anécdotas nos da todas las respuestas a su personalidad.
Un día con dificultades económicas en el club -nos dice Don Miguel- Artime llegó súbitamente y pidió para hablar con él. Todos pensaron que haría el reclamo que le pertenecía con justicia. Sin embargo sus palabras fueron: "Mire Presidente; se que hay problemas y muy poco dinero. Lo comprendo y lo acepto. Pero vengo a pedirle que sea para mañana, el lunes, dentro de quince días o cuando fuere, me den una fecha y cumplan. Nada más".
Y allí estaba su manera de ser clara, límpida, paciente. Con valor superior para valorar la palabra empeñada. Como deben ser los hombres.
Otra vez, con Nacional jugando en Junín, de pronto Restuccia recibió un saludo en el palco; "Don Miguel, que placer tenerlo aquí. Quiero compartir con usted el espectáculo. Y no se separó de su lado.
Y allí estaba su sentido leal, de amigo, de compañero, de hombre agradecido.
También un día llegó a la sede tricolor y le dijo: "Mire Don Miguel a partir del domingo no juego más". Enseguida se le preguntó si había algún problema a solucionar y respondió de manera terminante: "Problema ninguno. Simplemente me doy cuenta que ya me cuesta entrenar. Que no me dedico como antes y eso me dice que tengo que irme".
Y allí afloraba su sentido profesional, su honestidad para no "explotar" su nombre. Su inteligencia para irse a tiempo.
Ese hombre que siente un inmenso cariño por Nacional y está cada vez que se le convoca. El que siendo técnico en Argentina denunció lo condenable del dopaje. Ese que cuando le preguntaban como fueron los goles sólo respondía: "tuve suerte". Espejo para vos botija. Que te gusta jugar y querés llegar. Para que no te olvides que abajo en una camiseta, siempre debe haber un hombre con todas las condiciones que eso requiere.
Ahora pasamos al Artime jugador. El que llegó el domingo, hizo el gol de Nacional, "agarré la camiseta, la tiré a la tribuna y adiós al fútbol profesional".
Esto relata Alejandro Luzardo en su libro "Campeón de tres siglos":
Luis Artime, nacido en la ciudad de Mendoza en la República Argentina, el 14 de julio de 1969 pide pase para Nacional. Fue un goleador empedernido. Poseía una intuición excepcional para ubicarse dentro del área en el lugar preciso para con un toque corto o de cabeza convertirle gol. Goleador en Argentina, Atlanta, River e Independiente y Brasil, Palmeiras, llega a Nacional para completar uno de los mejores equipos de nuestra historia. Los números oficiales son una prueba contundente; en Brasil hizo 65 goles, en Argentina 348, de los cuales 23 defendiendo a la Selección Argentina, y en Nacional convirtió 158.
En Nacional debuta el 16 de agosto de 1969 ante Danubio por el Campeonato Uruguayo, anotó dos goles en el 3 a 0 a favor de Nacional. De ahí en más comenzó la carrera vertiginosa del goleador en Nacional. La hinchada concurría al estadio sabiendo que arrancaba ganando 1 a 0 si Artime estaba en la cancha.
Fue el máximo goleador de Nacional de los últimos 30 años, goleador de los Campeonatos Uruguayos de los años 1969 (24 goles), 1970 (21 goles) y 1971 (16 goles)
No sólo fue importante dentro de la cancha, su temperamento y calidad humana fue fundamental para la unión del grupo.
En su primer clásico, un 28 de setiembre de 1969, Nacional 2 Peñarol 0 goles de Celio y Luis Artime.
El 2 de marzo de 1971 se inicia la Copa Libertadores, Nacional 2 Peñarol 1, Artime empata al minuto 85 y a los 90 le convirtieron un penal que Mujica transformó en gol. El 9 de junio de 1971 Nacional es Campeón de América anotando con goles de Esparrago y Artime, posteriormente con tantos de él ante Panahtinaikos de Grecia para ser campeón de la Intercontinental. El 3 de mayo de 1972 por la Copa Libertadores juega su último clásico previo a su partida al Fluminense, con tres goles de Artime, Nacional 3 Peñarol 0.
Eso era Artime, un fantasma dentro del área, aparecía en el momento preciso, él estaba ahí, la tocaba, apenas la tocaba y era gol, fantástico, realmente un goleador soñado. Yo no vi jugar a Atilio pero vi jugar a Artime, con eso me sobró”.
Parte de la entrevista de Decano.com testimonio de Jorge, junto a Isaac y Senatore. Agosto 2010.
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