Rony Joseph nació en un barrio de Verrettes, al norte de Haití, hace 28 años, y
nunca la tuvo fácil. Antes de morir, su padre le encargó a su abuela
“que Rony salga adelante”. Y él lo intentó: se recibió de bachiller en
su país, entregó libros a niños en las sierras, cruzó a República
Dominicana, trabajó en una fábrica de tapitas de botellas en Chile, se
desencantó en Buenos Aires, llegó hace 5 años con $ 1.000 a la terminal de ómnibus internacionales de Montevideo en Tres
Cruces, vivió en un refugio un año y medio y comió en comedores. En
marzo, le dieron en la estatal Universidad de la República el resultado de su
último examen. Desde entonces, se presenta como “Rony Joseph, licenciado
en Relaciones Internacionales”.
La Unesco advirtió en 2011 que más de la mitad de la población de
Haití no sabe leer ni escribir. La tasa de analfabetismo es la más alta
de América y está en una posición semejante a la de los Estados más
pobres de África. Desde ahí, desde el interior de Haití, llegó Joseph.
Hacia allí, para ayudar a su gente, pretende volver.
Las tropas de Naciones Unidas (ONU) llegaron a Haití el 1º de junio
de 2004. Por esos días, Joseph tenía 18 años y vivía en la casa de una
tía en la capital del país, Puerto Príncipe, donde terminó sus estudios
de Secundaria. Joseph considera que la intervención de las tropas de
ONU, integradas también por militares uruguayos, identificados como
Cascos azules, ha devenido en un asistencialismo que produjo dependencia
económica.
“Muchas organizaciones internacionales llevan comida, pero el
problema de Haití no es la falta de comida. Tenemos que minar la fuente
del problema, la fuente de la pobreza haitiana, que no es la falta de la
comida; es la falta de educación”, sostiene.
Su lucha, la de un niño huérfano que pretende salir adelante, es la
que siguen dando otros en su país. “Mi gran preocupación por Haití es
que hay muchos niños huérfanos. Ser huérfano no es una causa para que un
niño no pueda salir adelante. Ese niño puede salir adelante”, dice.
Sentado en la plaza Líber Seregni, el joven con fuerza de soldado y
utopías de botija, repasa su historia, convencido de que vale la pena
luchar.
A los 19 años, cuando terminó Secundaria, Joseph se inició como
voluntario: recolectaba libros usados y los entregaba en el interior de
Haití, donde el Estado es más débil y hasta las organizaciones
internacionales tienen dificultades para acceder a las comunidades. Por
esos años, buscó apoyo gubernamental para financiar el proyecto, pero se
dio cuenta de que “no tenía voz” y que, para ganarse voz, “tenía que
seguir estudiando”. Le pidió dinero a su abuela, cruzó la frontera y
desde República Dominicana se tomó un avión a Santiago de Chile.
En Chile trabajó un año en una fábrica de tapitas de botellas. “No
era tan feliz, porque yo había ido a estudiar”, comenta. Pero no tenía
dinero suficiente para pagar la universidad. En Santiago, se enteró que
en Uruguay la universidad es gratuita. Armó de nuevo la valija.
Con
el dinero reunido en la fábrica, emprendió el viaje hacia Montevideo,
pero antes estuvo un mes en una pensión de Buenos Aires, donde participó
de charlas en la universidad. “Mi abuela, Angelina Jerome, no se
enteraba de esas cosas. Me preguntaba cómo estaba y yo le decía ‘feliz’,
y ella contenta”, recuerda.
En Argentina no se sintió cómodo. Después de pasar por el consulado
uruguayo, se subió a un ómnibus. Llegó a Montevideo el sábado 28 de
marzo de 2009.
“Cuando llegué a Tres Cruces me encontré con un tipo que me dijo que
trabajaba para Interpol”, asegura. Fue a la oficina, mostró sus papeles y
salió caminando, en busca de un techo para dormir.
“Tenía en mi bolsillo $ 1.000 uruguayos”, comenta Joseph y larga una
risotada de dientes separados. “Para mí ahora es muy gracioso, pero era
poco. Con ese dinero pagué una noche de hotel en la calle San José, que
me salió $600, y me quedaron $400 para comer”, explica.
Al otro día,
fue a parar a un refugio del Ministerio de Desarrollo Social (Mides),
donde vivió un año y medio. “Uno puede descubrir la sociedad adentro de
un refugio y adentro de la universidad. Al refugio va cualquier persona.
Compartía el cuatro con cuatro personas y a veces fumaban pasta base
adentro del cuarto. Fue lo peor y al mismo tiempo una linda
experiencia”.
Pronto consiguió una tarjeta del Mides que le permitió almorzar en un
comedor, se inscribió en UTU y comenzó a estudiar para dar las
reválidas que le exigía la Universidad de la República. Ese año, aprobó
con 9 el curso de operador PC en UTU y aprobó las cinco reválidas en
Secundaria. Ganó, además, un amigo, Mauricio, que lo ayudó a preparar
los exámenes en la sede de la Federación de Estudiantes Universitarios
del Uruguay (FEUU). “Y ahí dije: si tengo un lugar para dormir, tengo
comida y estudio, estoy feliz”, comenta, entre risas.
Al año siguiente, comenzó a estudiar Relaciones Internacionales y a
trabajar en el servicio de limpieza de UTU. “El 28 de agosto de 2010, me
hice un gran regalo de cumpleaños: me fui del refugio y alquilé en una
pensión”.
“Ahora soy licenciado, licenciado Rony Joseph, alquilo una casa a una
amiga que vive en Piriápolis, hago una pasantía en la Organización de
Estados Americanos (OEA) y también trabajo en un local que hace
contratos con Pos, los aparatos que se usan para verificar las tarjetas
de crédito”, sostiene.
“Yo pasé un montón de dificultades. A veces no sabía qué iba a comer,
pero seguí luchando por lo que quería”, dice Joseph. Lo que quiere es
regresar para seguir su lucha. “Tengo que volver, porque mi gran
proyecto es ayudar a la educación de los niños y las niñas en Haití.
Tengo pensado regresar en febrero de 2015”, agrega. La abuela, contenta.
Antes de despedirse, cita de memoria a Nelson Mandela: “La pobreza no
es natural; es creada por el hombre y se puede derrotar por la acción
de los seres humanos”.
Fuente: El Observador
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