Afirma un estudio publicado recién publicado, que la obesidad se halla desbocada en Estados Unidos de América. Ya es obeso un 36,2% de los usamericanos. En total, 111 millones de habitantes en este país sufren sobrepeso extremo.
Esta es una cifra superior a la de las poblaciones de España, Francia y Portugal combinadas. Es parte de una contradicción intrínseca de un país en que convive una obsesión por el gimnasio y por el culto al cuerpo con una gran dejadez en materia nutricional.
Como en muchos otros asuntos, se trata de una gran brecha demográfica creada por clase social, ingresos y raza.
La obesidad es un mal que se ha ido abriendo camino en Estados Unidos de América desde los años jóvenes de esta nación.
Publicaba en 1899 el diario The New York Times una nota breve titulada “La obesidad mata a una persona”: “John Johnson de Spring Grove, Minnesota, murió anoche de obesidad. Pesaba el día de su muerte 488 libras (221 kilos)”.
Aquello fue hace 122 años, pero puede que fuera John Johnson un adelantado a su tiempo: según el Inspector General de Sanidad de USA, unas 300.000 personas mueren ahora, cada año, en este país por dolencias asociadas a la obesidad, como enfermedades cardiovasculares, diabetes, cáncer o artritis.
Uno de cada tres adultos en USA es obeso, considerando obesos a aquellos que tienen un índice de masa corporal de 95 o más.
(Ese índice calcula la asociación de peso y talla. En los países que usan el sistema métrico decimal, se considera que hay obesidad con un valor superior a 30).
Según el Centro para el Control de Enfermedades del gobierno federal, el 63,4% de los yanquis pesa más de lo que debería, combinando sobrepeso y obesidad.
Hay dos grupos raciales que tienen una mayor incidencia de obesidad que el resto: afroamericanos e hispanos. Durante décadas la obesidad se ha ido convirtiendo en un indicador no sólo racial sino también de clase y estatus.
Hasta el punto de que en 2004 el diario ‘USA Today’ se preguntaba en un reportaje: “¿Es que sólo los ricos pueden permitirse ser delgados?”.
Las dietas son costosas. Esta es una nación donde una hamburguesa en una cadena de comida rápida cuesta un dólar y el kilo de lechuga iceberg en un supermercado vale el triple.
Las comidas bajas en valor nutricional y escandalosamente altas en calorías son baratas y ubicuas.
Una simple compra semanal de verduras, frutas y productos frescos para una persona, en el supermercado, supera cómodamente los 100 dólares.
Lo dicen muchos de los extranjeros que residen aquí: en USA es siempre más barato comer mal y fuera, que bien y en casa.
La obesidad es también un camino hacia la quiebra de América, según diversos estudios.
Un reciente informe de la institución de análisis Brookings de Washington analizaba los males económicos asociados a esa dolencia: los obesos cobran menos dinero por el mismo trabajo; trabajan además menos horas y afectan a la productividad de sus empresas.
Disparan los costes médicos de los seguros que les cubren con sus pólizas; le cuestan más a las aerolíneas por volar al mismo precio, consumen más gasolina y dañan más al medio ambiente.
En consecuencia, las empresas han buscado formas de hacer a los obesos pagar por su gordura. El ejemplo más claro es el de las aerolíneas, que han comenzado a cobrar a las personas con sobrepeso extremo dos asientos en lugar de uno.
Tal ha sido la mortificación pública de los obesos que aquí ha nacido un movimiento que se hace llamar del ‘orgullo gordo’.
Le ayuda la ultra derechista del Partido Republicano, el Tea Party, que clama contra cualquier intervención del Estado en la vida privada, aunque sea por razonables motivos de salud pública.
Sarah Palin, de hecho, criticó duramente a Michelle Obama en diciembre 2010 por haber iniciado una campaña nacional contra la obesidad infantil.
“En lugar de decirnos lo que tenemos que hacer en cada momento, que es lo que hace el Gobierno y algunas mujeres de políticos, el Gobierno nos tiene que dejar libres”, dijo Palin en un programa de radio, mientras alimentaba a sus niños con pasteles, chocolates y patatas fritas en su programa de telerrealidad.
Claro que a los ultraderechistas no se les puede pedir que además de hablar, piensen.
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