Los Hermanos Musulmanes, una organización islámica ilegal pero más o menos tolerada y principal fuerza de oposición al régimen de Hosni Mubarak, acaban de retirarse de las elecciones: la primera vuelta, el domingo pasado, mostró claros indicios de colosal estafa electoral. Pero nadie parece demasiado escandalizado, ni preocupado por la segunda vuelta convocada para este domingo. Los comentarios van por otro lado.
Las conversaciones derivan rápidamente hacia las presidenciales del año próximo y hacia Gamal Mubarak, el hijo del presidente. Todas las estrategias políticas, todas las hipótesis, todas las charlas de café, giran en torno a Gamal y a la sucesión de Hosni Mubarak, presidente desde 1981.
En otras circunstancias, unas elecciones que en primera vuelta atribuyeron 209 de 221 escaños en juego al gobernante Partido Nacional Democrático (PND) habrían provocado un escándalo internacional y serias convulsiones internas. Las circunstancias de Egipto, sin embargo, resultan especiales.
No se dudaba de la victoria aplastante del PND de Mubarak, ni de que, como en otras ocasiones, abundarían las irregularidades electorales. Lo que cuenta son los matices.
En las anteriores elecciones parlamentarias, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes (que por su situación de ilegalidad presentan candidatos independientes) obtuvieron 88 escaños y se aliaron tácticamente con los sectores reformistas del Parlamento. En la próxima legislatura no estarán: entre un puñado de escaños y ninguno, han optado por ninguno.
Un miembro de los Hermanos Musulmanes, de 37 años, más bien grueso, vestido con túnica y chaqueta gris, que prefiere presentarse como "Mohamed" porque, dice, no puede expresar de forma oficial las posiciones de la organización, afirma que las elecciones de hoy "no son muy relevantes": "Se ven ensombrecidas por las próximas, las presidenciales".
"Esperemos que la rabia no estalle el domingo en forma de violencia, no vale la pena que nadie derrame su sangre", añade, corroborado con asentimientos por el grupo de seguidores que le rodea.
Mohamed suscribe una opinión bastante extendida: el régimen ha cerrado el puño con más fuerza que nunca en estas elecciones, para asegurarse de que el Parlamento no estorbará en el momento crucial de la sucesión de Mubarak.
Ninguna de las personas en el corro duda de que el hombre elegido para la sucesión es Gamal Mubarak, el hijo menor del presidente. Pero nadie sabe cómo se organizará el relevo.
Unos dicen que Mubarak, si sigue vivo (está gravemente enfermo y tiene 82 años), se presentará por última vez y se asegurará de que, a su muerte, el régimen cierre filas en torno a Gamal para evitar el vacío de poder y la amenaza islamista.
Otros dicen que será Gamal el candidato del PND y que los funcionarios electorales se las arreglarán para que obtenga un triunfo abrumador.
Mohamed prevé "mucha tensión" en los meses previos a las presidenciales de septiembre de 2011 y opina que "en unas elecciones limpias, ganaría la oposición", aunque descarta la premisa esencial de la limpieza.
Gamal Mubarak, de 47 años, fue un financiero exitoso en Londres hasta que volvió a Egipto como ungido de su padre. Ocupa la vicesecretaría general del PND y dirige el comité de iniciativas políticas, identificándose con el sector más liberal del partido.
No se ha visto directamente involucrado en ninguno de los frecuentes casos de corrupción (aunque la corrupción es sistémica) y en Washington se le aprecia mucho. Pero no todo el PND le ve como el sucesor ideal.
Es difícil que en un hombre como Gamal se reconozcan las masas urbanas o los agricultores.
Gamal es el líder de una generación de egipcios multimillonarios surgidos del compadreo entre el partido prácticamente único y la política de privatizaciones y estabilidad financiera, lanzada por Anuar el Sadat bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional y acelerada por Mubarak.
La "vieja guardia" del partido, aún con resabios del socialismo y el nacionalismo nasseritas y articulada en torno al Ejército (Nasser, Sadat y el propio Mubarak fueron militares), preferiría un candidato aún más continuista como Omar Suleimán, el jefe de los servicios de espionaje, aunque, por edad (75 años), fuera necesariamente un hombre de transición.
Dada su situación de ilegalidad y las olas de represión que se abaten periódicamente sobre ellos, los Hermanos Musulmanes no pueden aspirar a presentar un candidato propio.
Son una fuerza socialmente influyente, dominan los sindicatos profesionales, han adquirido un notable ascendiente sobre las clases medias (pauperizadas por la inflación y las políticas liberales) y han conseguido islamizar paulatinamente el Egipto laico de Nasser, pero el acceso al poder político les está vedado, al menos por la vía electoral.
Juguetean con la posibilidad de dar un apoyo táctico al otro gran aspirante, Mohamed el Baradei, ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica y Premio Nobel de la Paz.
El Baradei (que boicoteó desde el principio las actuales elecciones) ha realizado gestos de aproximación hacia los Hermanos Musulmanes, hacia el Wafd, el viejo partido liberal y hacia los partidos de izquierda, con el fin de aglutinar a toda la oposición tras su candidatura.
El problema de El Baradei radica en que los partidos de oposición son incompatibles entre sí. Y en que el propio El Baradei, que no vive permanentemente en Egipto, es popularmente percibido como un diplomático elitista y anclado en Occidente, desinteresado por los problemas cotidianos de la gente.
Fuente:El País
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