En Nicaragua no hay más revolución. Daniel Ortega y Rosario Murillo hundieron y destruyeron lo que costó la sangre de miles de sandinistas. En mi poema Último aniversario de la revolución cuento la historia de unos pantalones caqui, un trofeo del día que derrotamos al dictador Somoza y entramos a Managua. Ese día en 1979, que tantas veces imaginé imposible, tomé esos pantalones de unas instalaciones militares al lado de su búnker. Decenas de jóvenes que éramos, sucios y sudados, llegamos a un cuarto lleno de uniformes en estantes, y tomamos pantalones y camisas para cambiarnos felices, riendo. Recordaba una pareja besándose sobre el montículo de ropa desechada. “Toda esa escena viene a mi memoria / Dulce, mágica, velada de nostalgia / al tocarme la pierna caminando hacia la plaza