En una recreación de lo que fue la Guerra Fría, Rusia apoya a la dictadura de Irán mientras Estados Unidos de América lo hace con Israel ante el inminente ataque contra territorio hebreo. A su vez, Hezbolá pide ejemplaridad en la respuesta y Hamás elige a Sinwar como líder máximo.
Ni siquiera el evidente desequilibrio de fuerzas impide a Rusia repetir determinadas dinámicas de la Guerra Fría. El empeño de Vladimir Putin durante las últimas dos décadas en convertir a Occidente en su enemigo, cuando perfectamente podría ser su aliado, le ha obligado a buscar extraños compañeros de viaje. A merced de China en lo económico y siempre apoyando al tirano de turno en el continente que sea -así Al-Asad en Siria, Ortega y Maduro en América Latina o Kim Jong-Un en Corea del Norte-, Rusia ha elegido bando también en Oriente Próximo y lo ha hecho a favor de Irán, una teocracia cruel y represora.
La visita a Teherán del exministro de defensa, Sergei Shoigú, no solo dejó unas cuantas instantáneas que el régimen de los ayatolás utilizará para mitigar la imagen de soledad absoluta que acompaña a los chiíes desde 1979, sino también un compromiso de ayuda a Irán en su previsible ataque a Israel.
Putin, por boca de su intermediario, prometió a Alí Jamenéi y al nuevo gobierno de Masoud Pezeshkian la entrega de sistemas antiaéreos y varias remesas de armamento sofisticado. A Moscú no le sobra, como estamos viendo en Ucrania, pero algo intentarán rescatar de sus almacenes soviéticos.
Para ello, el presidente ruso impuso una condición que no deja de ser irónica, por decir algo. Putin intenta comprometer a Irán a "no atacar objetivos civiles". Lo dice el carnicero de Bucha, el hombre que ordena cada día el ataque a barrios residenciales de Kiev o Járkov y que convirtió Mariúpol en un infierno con el bombardeo de una maternidad y de un teatro lleno de refugiados. Obviamente, no es más que un paripé para que sus múltiples aliados en Europa puedan seguir defendiéndolo. Ni a Putin le importan lo más mínimo las bajas civiles ni el régimen iraní va a atarse a esa exigencia ajena.
De hecho, el secretario de estado Antony Blinken volvió a insistir este martes en que Estados Unidos está haciendo todo lo posible para enviar a través de terceros países el mensaje a Irán de que "no tiene nada que ganar" con un ataque. Y, en efecto, no lo tiene desde el punto de vista estratégico. A corto plazo, un ataque combinado de las guerrillas terroristas de Hezbolá y el llamado Eje de Resistencia, junto al lanzamiento de misiles y drones contra territorio israelí puede comprometer a las defensas israelíes, pero a largo plazo, la respuesta de Israel puede ser devastadora.
El precio a pagar está claro: inestabilidad en la zona, refugiados por todos lados y riesgo para las misiones internacionales desplegadas en la región. Estado Islámico, o lo que queda de él, debe de estar frotándose las manos. Recordemos que ISIS comparte con la práctica totalidad de los países musulmanes de Oriente Próximo el odio absoluto a Israel… pero también a Irán, por cuestiones religiosas, y a Rusia, por su intervencionismo en Siria e Irak y sus pulsiones imperialistas sobre las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso, de mayoría musulmana.
Que el ataque es inminente lo sabe todo el mundo, desde la inteligencia estadounidense hasta el líder de Hezbolá, Hasan Nasrallah, quien pidió este martes una "respuesta ejemplar" a la eliminación del comandante Fuad Shukr sucedida en Beirut la semana pasada.
Tanto en la capital del Líbano como en otras ciudades del país han aparecido carteles con las caras de Shukr, Haniyeh y Solemaini, anunciando venganza. "Cualquier intento internacional de evitar la respuesta de Hezbolá será en vano", anunció Nasrallah en una intervención pública en el sur de Beirut, antes de añadir "Sean cuales sean las consecuencias, la resistencia no dejará pasar estos ataques israelíes".
Se trata, pues, de una situación en la que los sentimientos y la ofensa están por encima del cálculo estratégico. Irán siente como algo personal el asesinato de Haniyeh en la mismísima Teherán. Hezbolá se toma la muerte de Shukr, no ya como la respuesta a su propio bombardeo sobre los Altos del Golán que acabaron con la muerte de doce menores, sino como una ofensa que requiere batirse en duelo. Cuando "las consecuencias" dejan de ser parte de la ecuación, uno puede esperar cualquier cosa.
El propio anuncio de Hamás del nombramiento de Yahya Sinwar como nuevo jefe político es un indicio más de que el conflicto es inminente. Sinwar, un hombre sanguinario y abyecto que estuvo detrás de la masacre del 7 de octubre y que mantiene el control sobre las decenas de rehenes que aún siguen vivos diez meses después, es un líder que solo entiende de guerras y no de negociaciones. Su elección ha de entenderse en los peores términos posibles. Un todo o nada del que puede depender la estabilidad del resto del planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario