Dorey-Stein, escritora que no hace tanto recurría al pluriempleo para sobrevivir, entró en la Casa Blanca en los años en los que Barack Obama era el jefe del Ejecutivo. Sus memorias, tituladas Desde un rincón de la Casa Blanca (Ed. Penguin Random House, 2018), dan cuenta de su admiración por el predecesor de Donald Trump. La llegada de éste último al poder fue un shock que acabó con Dorey-Stein saliendo – con alegría – de una administración Trump a la que acusa de haber degradado la función presidencial en Estados Unidos de América.
“Sólo después de que el equipo de Trump entrara [en la Casa Blanca, ndlr.] pude apreciar cómo Obama reunió a un grupo de gente enormemente talentoso, dedicado, diverso y brillante para asesorarle y asistirle”, dice a EL ESPAÑOL Dorey-Stein. Palabras muy diferentes tiene esta escritora para quienes entraron con Trump en la residencia oficial y centro de trabajo del presidente de Estados Unidos.
Ella los llama, entre otras cosas, “payasos napoleónicos” que no paran de escuchar la cadena de televisión favorita de Trump, FOX News, y que conducen coches de lujo, de marcas como Porche y Maserati. En las colaboradoras de la administración Trump, Dorey-Stein ve “contorsionistas que creen que ir de un lado para otro en minifalda y con altísimos tacones no sólo es una buena idea, sino un derecho de las mujeres”.
Para Dorey-Stein, la misoginia impera entre los valores que se han ocupado de promover Trump y compañía. “Sabíamos mucho antes de que Trump llegara al poder que era un misógino. Su equipo reflejó luego el poco respeto que tenía por las mujeres”, dice la autora de Desde un rincón de la Casa Blanca. Cuenta Dorey-Stein aquella ocasión en la que, Sean Spicer, el que fuera Secretario de Prensa de la Casa Blanca entre enero y julio de 2017, la confundió con una periodista. Un reportero tuvo que sacar de su error a Spicer. Éste se defendió con un: “las dos son rubias”.
Taquígrafa sobrecualificada
“El equipo de Trump no está tan lleno de criaturas pantanosas como la ciénaga de escoria de la que se alimentan las criaturas pantanosas”, asegura Dorey-Stein. “Yo estaba infracualificada para ser taquígrafa en la administración de Obama, pero sobrecualificada para ocupar una posición en el gabinete de Trump”, añade.
En su posición de taquígrafa en la Casa Blanca, Dorey-Stein solía estar cerca del presidente. “A menudo estábamos en la misma habitación [que el presidente, ndlr.]. Era raro el día que pasaba sin ver al presidente, éramos responsables de transcribir todo lo que decía a la prensa. Cuando estaba de viaje, le seguíamos, silenciosa y profesionalmente”, cuenta Dorey-Stein.
En la administración Trump, la labor de los taquígrafos ha pasado a un segundo plano. El equipo del presidente se fía más de las grabaciones en vídeo que de las tradicionales transcripciones de sus intervenciones. Esa circunstancia explica en último término que Dorey-Stein saliera de la Casa Blanca para dedicarse a la escritura. De su Desde un rincón de la Casa Blanca hay proyecto de hacer una película.
El presidente de usa, Donald Trump, en una imagen de archivo. Reuters
Su libro, en principio, era un intento con el que quería trasladar “la humanidad que había detrás de la gente de la Administración Obama”, según los términos de la escritora. La elección de Donald Trump y las semanas de transición que Dorey-Stein vivió en la Casa Blanca se ven en sus memorias como una traumática experiencia. No en vano, hay un “marcado contraste entre los presidentes 44 y 45” de Estados Unidos”, asegura la autora. Y tanto.
Trump, perdido en el Air Force One
Por lo que cuenta Dorey-Stein, en sus dos meses de trabajo en la Casa Blanca de Trump, ella llegó a ver al actual presidente perdido en su propio avión, el Air Force One. “De alguna forma, Trump se perdió en el Air Force One. No sé cómo uno puede perderse en un avión, porque sólo hay un pasillo, pero él lo consiguió”, cuenta Dorey-Stein.
La extraña anécdota data de los primeros día de la presidencia Trump. En su libro, la ex taquígrafa presidencial dice que el jefe de Estado acabó de pie frente a su asiento. Ella se dijo: “No hay que pasar por aquí a menos que alguien quiera hablar conmigo”. “Me pongo en pie, porque, después de todo, es el presidente”, según Dorey-Stein. Siguió un raro y breve diálogo.
Él saludó con un “hola”. Ella respondió con un “hola, señor”, dando un paso atrás. Ese gesto, consistente en dar más espacio al presidente, Dorey-Stein lo aprendió con Obama. Sin embargo, Trump dio un paso hacia delante, entrando en el “espacio personal” de la taquígrafa, según rememora ella. Aquello, no gustó a Dorey-Stein. “Es algo perturbador por razones obvias: porque a nadie le gusta estar demasiado cerca de un anciano espeluznante, pero también porque, si eso es algo que él hizo en un espacio que estaba lleno de miembros de su equipo, ¿Qué habría hecho si le hubieran dejado sólo en un cuarto?”, plantea la ex taquígrafa.
Muy cerca de ella, Trump remitió un “hola” seguido de una sonrisa que “él debe considerar encantadora”, según Dorey-Stein. Nada más lejos de la realidad para los ojos la autora. “Da la impresión que [Trump, ndlr.] hubiese pasado la última década mirando de frente a las luces de una cama de rayos uva”, se lee en Desde un rincón de la Casa Blanca. Al final, un miembro del equipo de Trump encontró y reubicó al presidente perdido del Air Force One.
Avergonzada de trabajar para Trump
Aquel encuentro, por anecdótico que resulte, da cuenta de lo atípico y extraño que resulta – aún hoy – ver a Trump ejerciendo la función presidencial. De hecho, tras la publicación de libros como Miedo: Trump en la Casa Blanca'(Ed. Roca Editorial, 2018) de Bob Woodward o Fuego y Furia: en las entrañas de la Casa Blanca de Trump (Ed. Península, 2018) de Michael Wolff, hay quien entiende que Trump, como presidente de Estados Unidos, es un líder a lo David Brent, el ridículo personaje creado por Ricky Gervais para The Office, la mítica serie documental paródica de la BBC.
Dorey-Stein, por su parte, se lo toma más en serio. “Los títulos de esos libros reflejan por sí solos una descripción precisa de las fuerzas que impulsan a la administración Trump”, dice la autora sobre los volúmenes de Wolff y Woodward. “Cada mañana que levantaba a la entrada de la Casa Blanca mi credencial, durante la presidencia Obama, estaba orgullosa de trabajar allí, y también confiaba en que el presidente estaba trabajando en el Despacho Oval para hacer lo mejor para el pueblo estadounidense y los ciudadanos del mundo”, señala Dorey-Stein.
Sin embargo, “cada mañana que entré en la Casa Blanca durante la administración Trump, estaba avergonzada”, agrega, antes de hacerse una pregunta retórica: “¿Cómo podría yo estar orgullosa de trabajar para un racista, misógino, xenófobo y, francamente, estúpido criminal?”.
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