Entrar en una cafetería, un supermercado o un negocio de una gran ciudad de USA y oír hablar en castellano en la cocina, entre los camareros o el personal de limpieza es algo de lo más normal. O lo era, hasta hace poco. Este país, sin lengua oficial en su Constitución, había asumido una suerte de bilingüismo oficioso que, en mayor o menor grado, era tolerado y hasta visto con simpatía por los sectores más progresistas. Sin embargo, algo está cambiando. A medida que avanza el discurso antiinmigración de la Casa Blanca, se extiende en paralelo cierto temor a usar el castellano en público que, a tenor de los últimos casos de hispanofobia, podría estar justificado.
El episodio más sonado ocurrió en Nueva York en mayo, cuando el abogado Aaron Schlossberg se puso a insultar a unos trabajadores por conversar en castellano. “Deberían hablar inglés. Esto es EEUU”, gritó mientras amenazaba con llamar a la policía migratoria. Aquello se saldó con las disculpas públicas del protagonista y el reproche social mayoritario. No obstante, aquel mismo mes, en la ciudad fronteriza de San Diego, California (el estado con más población latina de EEUU), volvía a darse un ejemplo de asedio a los hispanohablantes.
Una marca de supermercados era demandada por prohibir a sus empleados comunicarse en castellano entre ellos o con los clientes durante su turno laboral e incluso en sus descansos para almorzar. La cadena se llama Albertsons, y quien la ha llevado ante un tribunal federal es la Comisión de Igualdad de Oportunidades de Empleo de los EEUU, un organismo federal que entiende que prohibir a los trabajadores expresarse en otra lengua que no sea el inglés es ilegal y genera un ambiente laboral hostil por razones de raza o país de origen.
La denuncia afecta a toda la empresa, una de las más grandes del país, con 280.000 empleados en 35 estados. No obstante, se centraen unos hechos ocurridos en un comercio de Lake Murray Boulevard, en San Diego, donde un supervisor ordenó a sus trabajadores hispanohablantes que “no podían usar el español en ninguna parte del local, independientemente de si estaban de descanso”, ni tampoco hablarlo con clientes castellanoparlantes, según a la demanda.
Un mes después de presentarse el caso ante el juez, EL ESPAÑOL ha visitado esta tienda para conocer in situ su situación actual. Lo primero que llama la atención en el supermercado es su ubicación. Está situado en un barrio residencial, de mayoría blanca, alejado del centro de la ciudad. En su entrada, observamos que hay sólo una señal en español, un pequeño aviso, oculto tras unas cajas de melones, que indica que “se permiten animales de servicio, no mascotas”. Es el único rastro de castellano. No hay nada más traducido, ni siquiera la advertencia de que están prohibidas las botellas de alcohol abiertas en la zona.
Buscamos algún trabajador latino que atienda en alguno de los mostradores de venta de comidas elaboradas, pero todos los que se relacionan con el público, al menos hoy, son anglosajones. Tenemos que irnos hasta uno de los pasillos para encontrarnos con Ali, una reponedora a la que decidimos preguntar si habla español. Ella asiente y procedemos a preguntarle si tienen ensaladilla rusa.
Ahora hablan castellan
La chica parece extrañada, pero no por el uso del castellano, sino por el producto que buscamos. “¿Ensalada de papas, con mayonesa”. Tras confirmar que nos referimos a una “potato salad” americana, nos conduce por todo el establecimiento hablando en español sin disimulo y con toda amabilidad. “Te acompaño y te enseño, no te preocupes, si a mí me pagan para eso”, añade. Cuando le agradecemos que hable español con nosotros, nos contesta que “claro, sin problemas”.
Ya tenemos la versión estadounidense de la ensaladilla rusa. Se despide, no sin antes preguntar a una compañera no hispana -ahora en perfecto inglés- si hay envases de tamaño más grande. Nos traduce en español que sólo tienen “macaroni salad”. Todo normal.
La mayoría de la clientela son vecinos del barrio, personas mayores de aspecto anglosajón, que no parecen inmutarse al escuchar el español. Es decir, el bilingüismo ha vuelto a estar permitido en este Albertsons, aparentemente. Nos dirigimos a pagar y nos atiende una cajera. Tras comentarle que no hablamos inglés, añade “no problem” con una sonrisa. No vuelve a abrir la boca y nos cobra.
No hay nadie en el mostrador de atención al cliente, así que probamos a llamar por teléfono al número de ayuda del supermercado. En EEUU, en general, este tipo de líneas en grandes empresas suele tenerla opción “para español, marque 2”. No es el caso. Posiblemente porque estamos contactando con la oficina de una tienda en concreto. Queremos conocer sus horarios y preguntamos si podemos hablar con alguien en español. Nos ponen en espera durante dos minutos y, de nuevo, nos vuelven a atender en inglés.
Luego telefoneamos a la línea general de servicio al consumidor de la cadena. Tampoco tienen opción del español, pero si pedimos ser atendidos en castellano, nos transfieren a Roberto, un teleoperador que lo habla. Él nos asegura que en cada establecimiento siempre hay al menos una persona que sabe español, en caso de que necesitemos ayuda.
Por comparar nos trasladamos a un ALDI, cadena europea que está introduciéndose en este país en los últimos años. Lo primero que encontramos son folletos en varias lenguas, entre ellas español, que por otra parte es el idioma que más se escucha en el interior, y no sólo por parte de los trabajadores. Ya sea por los bajos precios o por la variedad de productos -muchos de cocina mexicana-, parece que los hispanos son uno de los clientes objetivo de la marca europea.
Tras la experiencia, podemos concluir que quizá los Albertsons noson los supermercados más ‘spanish friendly’ del país, pero hoy por hoy sus trabajadores pueden atender en castellano.
Quizá el detonante de este aparente cambio en su política lingüística fuera la citada demanda, aún por resolverse.
“Señalar a un idioma en particular para censurarlo es a menudo sinónimo de apuntar a un origen nacional particular, que es tan ilegal como altamente destructivo para la moral y la productividad en el lugar de trabajo”, sostiene Anna Park, abogada de la oficina del distrito de la Comisión de Igualdad de Oportunidades que cubre el condado de San Diego, en un comunicado de prensa. “Los empleadores deben conocer las consecuencias de ciertas políticas de lenguaje”, añade.
Desde la compañía, no entran en los hechos denunciados. “Si bien no podemos comentar sobre un litigio específico que está aún pendiente de resolverse, Albertsons no exige que sus empleados sólo hablen inglés”, manifestó una portavoz de la tienda en otro comunicado. “Albertsons atiende a una población diversa de clientes y alienta a los empleados con habilidades en idiomas extranjeros a usar esas habilidades para atender a sus clientes”.
Prohibido descansar en español
No es lo que sostiene la la Comisión de Igualdad de Oportunidades en el Trabajo de EEUU, que afirma en la demanda que desde 2012 Albertsons desarrolló una política no escrita de “sólo inglés”, o más concretamente, “una política de no español”. “En un video de formación de personal, se instruyó a los gerentes y trabajadores para que los empleados no hablaran español mientras hubiera una persona que no hablara español”.
La cosa habría ido a más y el superior de la tienda de Lake Murray Boulevard, en San Diego, extendió esta prohibición a todo el local y a toda la jornada, incluida la hora del ‘lunch’. Además, los operarios hispanos fueron amenazados con medidas disciplinarias y se les llamó la atención en público, al menos en dos ocasiones, algo que no ocurrió con los trabajadores no hispanos.
Algunos empleados se quejaron al sindicato, pero el representante que investigó la queja les respondió que "necesitaban hablar inglés porque vivían en EEUU".
No siempre es ilegal
No es que de por sí las políticas empresariales de “sólo inglés” sean ilegales, si bien, precisan de una justificación adecuada por parte de la empresa, como razones de seguridad. Pero llevar esa regla a los descansos del personal puede ser demasiado, a juicio de la organización federal.
Algunos de los hechos de esta demanda se remontan a 2012 y 2013, mucho antes de que Trump ni siquiera se asomase por Washington. Sin embargo, no se puede negar que en los últimos meses los casos de hispanofobia han saltado a las primeras páginas, al tiempo que aumenta la presión sobre la inmigración al país.
Otro ejemplo escandaloso. Hace unos días Dunkin Donuts se vio envuelta en una polémica similar. En una de sus cafeterías de la multinacional en Baltimore, Maryland, un cartel prometía un café y un donut gratis a aquellos clientes que llamaran a un número de teléfono para denunciar si escuchaban hablar a los trabajadores otro idioma que no fuera el inglés.
Mientras estos casos se repiten, el Instituto Cervantes echaba esta semana las campanas al vuelo, alardeando de la imparable expansión del español, que ya hablan 577 millones de personas en el mundo, una cifra que se espera que siga aumentando en parte gracias al empuje de USA.
Aquí residen 57 millones de hispanos, de los que tres cuartas partes -unos 42 millones- hablan castellano en casa, según los datos del Centro de Investigación Pew. Sin embargo, si en algún momento el castellano soñó con ponerse al nivel del inglés en este país, poco a poco se va demostrando que lo va a tener muy difícil.
Las segundas generaciones de hispanos apenas lo hablan, ya que el idioma en el que se relacionan en la escuela, con los amigos o ven la televisión es el inglés. Además, aunque el castellano sea la lengua extranjera más estudiada en el país, eso no garantiza hablantes. Y a esto se suma que socialmente la propia administración empieza a lanzar mensajes contrarios al bilingüismo.
La lengua de Cervantes libra ahora la batalla por su permanencia en USA en los bares, supermercados y restaurantes norteamericanos. En los despachos, ya la perdió con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Lo primero que hizo fue eliminar el castellano de su web oficial. Una decisión que fue criticada pensando en la población inmigrante, pero que iba más allá. No hay que olvidar que el español es el idioma oficial en un territorio estadounidense, Puerto Rico, donde no todos dominan el inglés. El futuro del castellano es, por ahora, incierto.
Las segundas generaciones de hispanos apenas lo hablan, ya que el idioma en el que se relacionan en la escuela, con los amigos o ven la televisión es el inglés. Además, aunque el castellano sea la lengua extranjera más estudiada en el país, eso no garantiza hablantes. Y a esto se suma que socialmente la propia administración empieza a lanzar mensajes contrarios al bilingüismo.
La lengua de Cervantes libra ahora la batalla por su permanencia en USA en los bares, supermercados y restaurantes norteamericanos. En los despachos, ya la perdió con la llegada de Trump a la Casa Blanca. Lo primero que hizo fue eliminar el castellano de su web oficial. Una decisión que fue criticada pensando en la población inmigrante, pero que iba más allá. No hay que olvidar que el español es el idioma oficial en un territorio estadounidense, Puerto Rico, donde no todos dominan el inglés. El futuro del castellano es, por ahora, incierto.
Fuente:El Español
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