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viernes, 6 de julio de 2018

J. M. SANGUINETTI: YO ESTABA MUY BIEN INFORMADO POR LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA

La rutina era inexorable, todos los días a las 6.30 a.m., hubiera o no amanecido, en verano o invierno, llueva o truene, una camioneta se detenía en la calle Nancy en el barrio de Carrasco, frente a las instalaciones de la Escuela Naval. Allí vivía con su familia Walter Nessi, el más eficiente de los funcionarios del gobierno, el prosecretario de la Presidencia, el encargado de las operaciones especiales y de la gestión de conflictos del primer gobierno de la recuperada democracia.


De la camioneta con matrícula particular y de color azul, descendía un capitán del Ejército y le entregaba a Nessi, que abría la puerta, un sobre manila tamaño oficio cerrado, que solamente lucía una inscripción que cruzaba en diagonal el dorso: CONFIDENCIAL.

Lo saludaba dándole la mano, el oficial le hacía la venia y se retiraba. Nessi ya había desayunado y el auto Nissan gris de la Presidencia con matrícula oficial lo esperaba con el motor encendido.

Se despedía de sus hijos que ya se iban al colegio y antes de subir al auto le daba un beso a su esposa Loreley.

El conductor del auto le daba los buenos días, encendía la radio, sintonizaba El Espectador y mientras escuchaban a Emiliano Cotelo Nessi repasaba los diarios que ya había leído mientras desayunaba.

Se dirigían velozmente circulando por la Rambla hasta Punta Carretas en donde vivía el presidente Sanguinetti y el viaje terminaba en su residencia presidencial de la calle Suárez.

A las 7.30, puntualmente, llegaba Nessi y entregaba el sobre al funcionario que custodiaba en la puerta. A continuación y sin intercambiar palabra alguna, ascendía al auto e iba al Edificio Libertad en donde permanecía hasta la noche.

Mientras tanto, Sanguinetti desayunaba con su esposa, comía una crocante medialuna que la custodia compraba en la Panadería ‘2da.Cartuja’, leía los diarios y abría cuidadosamente el sobre amarillento, hojeando rápidamente su contenido y leyéndolo detenidamente después. A veces se sonreía con la lectura pero nunca comentaba lo que leía, ni siquiera con Marta.

En el sobre venía el parte diario de inteligencia para el ‘mando superior’ que incluía los informes del Servicio de Información de la Defensa y de la Dirección de Inteligencia e Información del Ministerio del Interior.

Los mismos no eran solo una recopilación de información pública como elaboran los servicios cuando hacen un resumen analítico de los diarios, sino una imaginativa construcción de datos diversos que, entre otros propósitos, parecía tener el objetivo de atrapar la atención y la curiosidad del muy inteligente y experimentado presidente.

El informe comenzaba contando e interpretando lo que decían los diarios más leídos y los informativos más escuchados y sin solución de continuidad, incorporaba lo que había ocurrido en las reuniones más importantes, en otras más confidenciales, en algunos encuentros personales, y a veces hasta en la alcoba de algunos de los personajes más influyentes de la vida nacional.

Por las retinas de Sanguinetti pasaban en pocos minutos el relato del viaje de un ministro a Buenos Aires acompañado de una bella amante, las travesuras de un jerarca del Banco Central o las picardías del jefe de la oposición, los detalles de las discusiones del Comité Central del Partido Comunista, el dinero que se recaudó en un espectáculo del Estadio Centenario de la comisión que coordinaba las acciones contra la Ley de Impunidad, las charlas de un exjefe tupamaro con un oficial teniente de Artigas medio caído en desgracia, la citología del tumor que segó la vida de Wilson, los resultados verdaderos de las encuestas de opinión pública y no los que se difunden en la prensa, las personas que acompañaban a Germán Araújo al llegar al Palacio Legislativo cuando se le tendió una trampa que terminó con su expulsión del Senado, las disputas en el matrimonio de una informativista de la televisión o el lapso entre la hora en que se retiró un juez penal masón de un asado en el club Armonía y la que llegó a su casa a tres cuadras de distancia. También se le informaban detalles verdaderos, inventados o imaginados, sobre los asistentes a una reunión política, el almuerzo al que había asistido en la embajada soviética un diputado blanco, los rumores sobre la homosexualidad de un ministro, los orígenes del dinero con que se había comprado una estancia un intendente o la forma irregular que había obtenido una beca en Alemania el hijo de un jerarca de una empresa del Estado, los detalles de una orgía en donde habían participado empresarios, futbolistas y diputados.

Sanguinetti sabía que todo eso era verdad o mentira, muchos datos eran inventados o imaginados, originados en fuentes falsas que solo reinterpretaban los hechos para cobrar un estipendio. En ocasiones hasta había que intervenir, aunque Nessi se ocupaba de que no se revelaran las circunstancias en que se había disparado la intervención que casi siempre tenía que ser eficaz y discreta.

Pero la información es poder y Sanguinetti se servía de los datos que manejaban exclusivamente un sector de los militares que, aún derrotados políticamente, conservaban reservas psicológicas como para tratar de retener una parte sustancial del poder. Al menos, disponía de la información que los servicios le querían suministrar y de su astucia dependía discriminar hasta qué punto estaban manipulándolo.

Y eso sí… Sanguinetti nunca dudó de la magnitud de su astucia, que por otra parte había sobrevivido sin fisuras y sin heridas a más de diez años de dictadura militar.

Sanguinetti no tenía necesidad de dar las órdenes para activar los servicios de inteligencia, los mismos estaban activados y no se desactivarían si no se tomaban acciones muy precisas para desmantelarlos.

Tampoco tuvo necesidad de borrar las pistas que quedaran en los archivos de inteligencia, ni los microfilms, ni los cadáveres que pudieran llevar a los culpables de los crímenes. De eso se encargaron otros y de lo que quedó se encargó la Ley de Caducidad y la aplicación que de ella hicieron los partidos blancos y colorados durante sus veinte años de gobierno.

Sanguinetti se había propuesto asegurar la transición sin sobresaltos y eso suponía no alterar el ritmo que había pactado con los militares y que incluía la permanencia de operadores de inteligencia-incluyendo mandos poderosos- que venían del proceso y que estaban muy comprometidos con los crímenes, las torturas, las desapariciones y el ocultamiento de los cadáveres.

Por eso es relevante decir que Sanguinetti leía los informes, se servía de ellos y conocía de la actividad de los servicios en democracia, es más, decimos que seguía leyéndolos cuando Jorge Batlle fue presidente y se negaba a leer la chismografía que contenían los papeles que traían los sobres manila que llegaban todas las mañanas a las 6.30 am, ahora directamente a la casa del doctor Sanguinetti en Punta Carretas.

Sanguinetti se sigue sonriendo cuando ve al juez travieso, al economista pícaro, al caudillo blanco con fama de chorro, el exministro con fama de homosexual o a la bella funcionaria infiel. Sigue sintiéndose el más astuto y todavía consigue abrirse paso proponiéndose alcanzar la punta en el mediocre pelotón de la oposición.

Pero a Sanguinetti se le van cayendo las vestiduras que lo arroparon los últimos cincuenta años y ya casi todos piensan que el rey está quedando desnudo. Aunque, tal vez hasta la muerte, le acompañe la inmunidad de senador.

Fuente: Caras y Caretas


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