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miércoles, 4 de abril de 2018

CARLOS MAGDALENA: EL MESIAS DE LAS PLANTAS




Hay una cosa más bonita que visitar Kew Gardens una soleada mañana de verano: visitar Kew Gardens una soleada mañana de verano en compañía de Carlos Magdalena. Un hombre que conoce estos jardines botánicos de Londres mejor que nadie y que, 15 años después de convertirlos en su oficina, los sigue viendo con la misma pasión contagiosa que sintió la primera vez que se presentó aquí sin título universitario, sin apenas más experiencia laboral que una 
temporada de sommelier autodidacta en un restaurante, pero con la convicción de que hiciera lo que hiciera en su vida, tenía que ser aquí.



Imagine el estereotipo de botánico inglés. Ahora imagine todo lo contrario. Póngale una melena negra hasta los hombros, barba, aros en las orejas, lentes de pasta, una musculosa, un cigarrillo de liar entre los dedos y un inglés atropellado con acento de Asturias. Se llama Carlos Magdalena. Pero todos le conocen como el Mesías de las plantas.

Su apodo —inventado por un periodista asturiano y popularizado por David Attenborough, que se refirió a él así en la BBC— no obedece solo a su look, un tanto en la onda de Jesucristo. Se debe sobre todo a su mesiánica habilidad para salvar especies de plantas que se encuentran al borde de la extinción. Es único a la hora de insuflar vida en un puñado de viejas semillas resecas o salvar de la desaparición al último ejemplar de una especie remota incapaz de reproducirse.

"Como le dijeron a Luke Skywalker, puedo sentir la fuerza", bromea, en el húmedo interior de la majestuosa Casa de las Palmeras victoriana de Kew, mientras una planta tropical le va lanzando gotas de agua a la cabeza como si tratara de decirle algo. "Con las plantas es como con los bebés: no hablan y tienes que investigar un poco qué les pasa. Lo importante es la pasión y la obsesión. Con ellas todo pasa muy despacio. Por eso tiene que ser una obsesión muy constante. Una especie de enfermedad mental".

Como buen mesías, Carlos Magdalena (Gijón, 1972) tiene un evangelio que difundir: una de cada cinco plantas está en peligro de extinción, y eso es muy grave porque sin ellas no hay vida.

"Vemos a las plantas como un color verde en el paisaje", explica. "Pero realmente son el pegamento que une los ecosistemas mundiales. Si no hubiera plantas, no habría oxígeno respirable. Comemos plantas. Son un recurso económico tremendo. Son curativas: tres de cada cuatro medicinas que se descubren proceden de las plantas. Las fibras con las que vestimos, las sábanas en las que dormimos, los papeles en los que escribimos, el café que tomamos por la mañana. No tenemos futuro sin ellas, son necesarias para frenar el calentamiento global. Para la supervivencia de las sociedades humanas, las plantas son lo más valioso que poseemos. Pero las ignoramos".

Ese es el mensaje de su libro, que se publicó en la editorial Debate después del éxito de su edición inglesa, y que tiene el título de —¿lo adivinan?— El Mesías de las plantas. Un delicioso relato de sus aventuras por el mundo al rescate de especies remotas, que inevitablemente contagia al lector de esa desaforada pasión por la naturaleza.

Su pasión procede de una madre florista. También tuvo que ver un personaje catódico que cautivó a muchos niños de la época.

"Me preguntaban qué quería ser de mayor y yo no decía biólogo. Decía Félix Rodríguez de la Fuente", asegura. "Investigar, conocer y, lo que es muy importante, divulgar. Hacer que la gente se convierta. Él lo consiguió conmigo. Creó otra persona con las mismas inquietudes".

Carlos Magdalena devoraba de niño las enciclopedias de botánica que encontraba e, inevitablemente, su singularidad chocó con el sistema educativo español de la época, que resume como "un señor con un palo diciendo que cantes la tabla del siete".

Mientras decidía qué hacer con su vida, puso un bar con unos amigos. Lo vendió y alternó trabajos en la noche con experiencias de jardinería. A los 28 años, su padre murió. Él había roto con su novia. Su último contrato había expirado. Así que decidió emigrar a Inglaterra.

"Encontré trabajo en un restaurante de lujo y, gracias a mis conocimientos de horticultura, acabé de sommelier", explica. "Les hablaba a los clientes de variedades de uva, de diferentes suelos, de los taninos del roble de las barricas".

Un día de noviembre de 2002 decidió tomar el metro hasta Kew Gardens e inmediatamente se sintió en casa. A la vuelta, el Mesías tuvo una señal. En un periódico abandonado en el vagón del metro leyó un artículo titulado La muerta viviente. Contaba los intentos en Kew por salvar a una planta extremadamente rara llamada Ramosmania rodriguesii, una especie nativa de la isla de Rodrigues, en Mauricio, que se daba por extinta hasta que un niño halló una por casualidad en 1979.

Los científicos llevaban 20 años tratando de salvarla. Habían logrado reproducirla a partir de esquejes, pero la planta resultante no daba semillas y, sin ellas, no podía sobrevivir. Era una planta viva, pero su especie estaba muerta. Carlos Magdalena comprendió que, fuera como fuera, tenía que ver esa planta.

Consiguió que le recibiera un jefe de Kew, que leyó su currículum y quedó francamente poco impresionado. "Tú imagínate que eres Messi", ilustra Magdalena. "Y que, en vez de ponerte a jugar al fútbol, tienes que mandar un currículum. Soy Messi, tengo 16 años, soy de Argentina y sé jugar muy bien al balón".

De alguna manera, el joven asturiano logró convencerlo de que sus conocimientos no encajaban en una hoja de papel y le dieron una oportunidad. Hoy Carlos Magdalena es una pieza clave en la fauna del jardín botánico. Y ha salvado de la extinción a la Ramosmania rodriguesii.

Resulta inquietante sujetar en las manos una maceta con esa planta resucitada en la enfermería tropical de Kew Gardens. Igual que sacar de un cajón del herbario una caja con unas semillas recolectadas por el propio Charles Darwin.

El evangelio del Mesías de las plantas dice que todos pueden hacer algo para proteger la naturaleza. "Todas las profesiones del mundo tienen que ver con esto", explica. Magdalena no tolera la extinción. "Cada gen es una palabra; cada organismo, un libro", escribe.

"Cada especie de planta que muere contiene palabras que solo han sido escritas en ese libro. Si una especie se extingue, se pierde un libro y todas las palabras y mensajes que contenía". 80.000 en peligro de extinción

Pero, además, es necesario cuidarlas, descubrir cómo se reproducen, las condiciones climatológicas donde nacen y se desarrollan y cómo mantenerlas porque “estamos asistiendo a la mayor extinción masiva, actualmente hay más de 80.000 plantas en peligro de extinción”.

Por ello Magdalena se dedica a “salvar plantas” y conservarlas en bancos de germoplasma y semillas como el del Real Jardín Botánico de Kew que contiene las colecciones botánicas y micológicas (de hongos) más grandes y diversas del mundo, con siete millones de especímenes de plantas secas en el herbario, además una colección de más de 19.000 especies de plantas vivas en los jardines de Wakehurst Place, o el banco de ADN y tejidos de plantas silvestres más grande del mundo y más de 2.000 millones de semillas (de unas 35.000 especies) en el Millennium Seed Bank, lo que permitirá que no se pierda el “patrimonio botánico” de la Tierra.

Su misión en el Botánico de Kew es viajar por diferentes lugares del mundo para buscar la recuperación de plantas en peligro de extinción, algo que resulta “difícil” porque muchos gobiernos al oír hablar del ADN de las plantas piensan inmediatamente en la “piratería biológica”, es decir, que se saquen plantas de sus territorios para luego “volver patentados” convertidos en medicamentos o vacunas con costes muy altos.

Así, explica, en Brasil es “más fácil comprar una concesión agrícola” de unos pocos metros en la Amazonía “para quemarla, explotarla, o lo que sea”, que obtener un permiso para el estudio de la flora local.
Pero no es una situación exclusiva de este país sudamericano, sucede lo mismo en Bolivia o en Indonesia, entre otros lugares.

Y es que es necesario seguir estudiando las plantas, porque hay unas “500.000 catalogadas en el mundo”, pero “falta aún por descubrir entre 50.000 y 100.000 especies”.

Esto decía Magdalena en una reciente entrevista:

Una planta zombi es una planta que aún vive pero que no tiene esperanza, un muerto viviente, una especie de la que no quedan más ejemplares que se mantiene artificialmente viva mediante esquejes pero que no da semillas, que nunca se reproducirá, cuyo destino está sellado. En realidad, la Tierra en su conjunto podría estar cerca ya de ser un planeta zombi, al límite, mantenido en una gigantesca UVI tecnológica que agota cada día sus posibilidades de futuro. Pero la esperanza, a veces, más que abandonada, solo anda temporalmente en barbecho. Tal era la obsesión de Carlos Magdalena (Gijón, 1972) cuando logró en su trabajo en el Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, reproducir milagrosamente la Rasmosmania rodriguesii -conocida como "café marrón"- una planta que se llegó a considerar extinta y de la que sólo existía un ejemplar. Y lo mismo cree que podremos lograr con nuestro mundo si nos ponemos las pilas. Lo cuenta en 'El mesías de las plantas' (Debate), un libro feliz sobre la vida, las plantas y por qué debemos quererlas tanto.

'El mesías de las plantas'. (Debate)


Magdalena me espera por la mañana en el Jardín Botánico de Madrid. La lluvia que anega la ciudad desde hace ya demasiados días para lo acostumbrado aquí fastidia el prometedor plan de recorrer este templo vegetal con uno de los grandes expertos mundialesen la materia, un Schindler de las plantas en peligro de extinción que llegó a Londres en los años 90 a trabajar como camarero, sin ningún tipo de formación universitaria, y que acabó recorriendo el planeta comandado por el Jardín Botánico de Kew, el más importante del mundo, para salvar todo tipo de plantas amenazadas. Así que nos refugiamos en la caldeada sala de los bonsais y le pregunto: ¿cómo lo hizo?

"A mí esto me viene en el código genético", nos cuenta, "me gustaban los animales y las plantas antes de tener conciencia siquiera de quién era yo. No tenía titulación pero absorbía como una esponja aunque claro, en España tú cuentas que algo te apasiona y se te da bien y nadie te da trabajo por eso debido a la 'titulitis' aguda que sufrimos. En Inglaterra no es igual, necesitas títulos, claro, pero allí premian más tus intereses y motivaciones, quieren saber sinceramente: 'a ver, ¿tú que puedes hacer para nosotros?'". Así que un buen día de enero de 2003, Carlos Magdalena se presentó a las bravas ante Ian Leese, el director de Kew, y le dijo: "Escuche, señor Leese, sé que sobre el papel mi currículum no impresiona mucho, pero sé también algo que no está escrito en él. Sé que necesito este lugar y que este lugar me necesita a mí. Dígame qué tengo que hacer". Leese se rió, admirado ante el desparpajo de aquel español que se expresaba con pasión en una inglés tan reducido y le ofreció un puesto de becario sin salario, que a su vez le permitió presentarse y ser aceptado en el curso de tres años del Jardín, el más exigente en horticultura que existe.
Obsesionado con no rendirse

Tres años después Magdalena ya era una pieza fundamental de aquel lugar tan complejo y gigantesco como delicado y había logrado salvar de la extinción, frente al escepticismo de sus jefes, aquel legendario "café marrón" originario de Isla Rodrigues, del archipiélago de las Mascareñas, dependiente de Mauricio, en el Índico. "Yo tenía habilidades, aunque no tantas como ellos aún, pero sí contaba con algo que a ellos les faltaba, la obsesión por no rendirme. Mientras tengas algo vivo, aún no se ha extinguido y, por lo tanto, nunca hay que aceptar la extinción. Pasó por ejemplo con el cóndor de California del que quedaban 17 ejemplares, la mitad de ellos muy viejos, de los que se decía que eran matemáticamente imposible de sacar adelante. Los grupos conservacionistas clamaban: 'Mejor dejadlos morir con dignidad'. Y, sin embargo, un grupo de entusiastas sin nada que perder los sacaron adelante. Lo mismo logré yo con el "café marrón".



Carlos Magdalena en el Jardín Botánico de Madrid. (Daniel Arjona)

Carlos Magdalena habla a toda velocidad, desgrana cifras, informes, lugares, especies, pasando de la ecología de poblaciones a la química, de la genética a la geografía, del ciclo del agua a la geopolítica. Y todo germina. Nos explica la mejor manera de practicar un esqueje, lamenta escandalizado cómo la política de reforestación española, que despliega oleadas de pinos y eucaliptus codificados genéticamente para generar fuegos y aniquilar a sus competidores, es una locura que desencadena incendios más devastadores cada año, y no deja pasar la oportunidad de mostrar su escepticismo ante el vegetarianismo. No en vano en las últimas y fascinantes páginas de su libro muestran cómo las plantas recuerdan -sin tener cerebro- y reaccionan a los contactos externos -sin disponer aparentemente de un sistema nervioso. Si las diferencias entre plantas y animales son más ilusorias de lo que nos creemos, ¿por qué podemos comernos a las primeras pero no a los segundos?"

En lugar de dejar de comer carne, podemos comerla mejor: buscar un mejor trato de los animales que comemos

"La sensibilidad de las plantas es una frontera a explorar. Se dice que nos son "seres sintientes" pero nosotros tenemos cinco sentidos y ellas tienen 14. Es cierto que la vida del ganado en las granjas industriales es terrible pero nuestra piedad por un cerdo en lugar de por una lechuga es claramente antropomórfica y no muy justificable. El contexto es esencial y, en lugar de dejar de comer carne, podemos comerla mejor: lo que habría que buscar es un mejor trato de los animales que comemos, que sean los más diversos, integrales y enraizados posibles en sus ecosistemas naturales".

El planeta está jodido, resume, amenazado por la demografía, la agricultura intensiva que evapora la biodiversidad y otras malas hierbas, pero el apocalipsis no es inevitable y, de hecho, él parece un tipo optimista, ansioso por volver manos a la tierra. "Tres de cuada cuatro medicinas que se descubren en la actualidad provienen de hongos, todo lo que comemos son plantas o cosas que comen plantas, los mayores fijadores del dióxido de carbono que acelera el cambio climático, conservadores del suelo y del agua son las plantas y, en fin, uno de los productos más consumidos y que mayores ingresos genera del mundo es el café que te has tomado esta mañana. La biodiversidad botánica y horticultura son esenciales para nuestra supervivencia y, lo más importante, en nuestro día a día, con grandes o pequeñas acciones, todos podemos ser 'mesías de las plantas'".

Carlos Magdalena, nacido en Asturias en 1972, trabaja desde hace dieciocho años en el Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, un lugar al que llegó tras trabajar en varias actividades en España, entre otras, en la Agenda 21, un plan internacional para mejorar la calidad medioambiental de las ciudades.

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