La ciudad israelí de Beersheba, 110 kilómetros al sur de Tel Aviv, retrocedió en el tiempo para conmemorar, este martes, el centenario de una épica batalla que se recuerda como la última gran carga de caballería exitosa de la historia. Más de 200 miembros de la Asociación Australiana de la Caballería Ligera participaron en una marcha de 3 días hasta la capital del desierto israelí, donde recrearon uno de los destacados episodios de la Gran Guerra, que inspiró en los ochenta la película Jinetes de Leyenda, del director de cine Simon Wincer.
A caballo, vestidos de época y tocados con el sombrero con plumas de emú al viento característico de la caballería australiana, los jinetes venidos de las antípodas desfilaron por las calles de Beersheba y emularon el camino seguido por las tropas del ANZAC (el Cuerpo del Ejército de Australia y Nueva Zelanda) que el 31 de octubre de 1917, arrebataron a los otomanos la ciudad abriendo la puerta a la conquista de Jerusalén y la toma de Damasco.
Entre los participantes había descendientes de aquellos jóvenes venidos a principios del siglo XX a luchar en la campaña del Sinaí y Palestina desde la otra punta del planeta. Jóvenes, algunos de ellos ni siquiera en edad de alistarse, que llegaron con sus monturas a una tierra extraña donde, “lo único que les era familiar eran los nombres del lugar conocidos por la Biblia”, recordó el primer ministro australiano, Malcolm Turbull, durante el homenaje a las caídos celebrado este martes en el cementerio británico de Beersheba, donde reposan los restos de 1.239 soldados.
Un escenario bélico que aprovechó el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, para lanzar una advertencia. “No toleraremos ningún ataque a nuestra gente, a nuestra tierra, ya sea por tierra, mar, aire o bajo tierra”, dijo en clara alusión a la guerra contra los túneles palestinos que mantiene Israel y que llevó al Ejército hebreo a volar, el día anterior, un túnel excavado desde la franja de Gaza que se adentraba en territorio israelí.
La gobernadora general de Nueva Zelanda, Patsy Reddy, también presente en los actos conmemorativos, mencionó las duras condiciones a las que los soldados neozelandeses tuvieron que enfrentarse para pavimentar “el camino de la paz de un mundo en guerra”. Ya entonces se les conocía como kiwis –en honor al ave que hoy en día es el símbolo nacional de Nueva Zelanda-–y su papel asegurando la retaguardia de la caballería australiana fue crucial para abrir la brecha de Beersheba.
El esfuerzo logístico militar que supuso la conquista del Sinaí, con la construcción de vías férreas y tuberías para abastecer de agua a las tropas, les permitió llegar hasta ese enclave en el desierto del Negev, codiciado por sus acuíferos –mencionados desde tiempos bíblicos– y que, en la Primera Guerra Mundial, permanecían férreamente custodiados por las tropas otomanas.
Los altos mandos del ejército enemigo, apostados en Beersheba, esperaban que la caballería ligera australiana, que se aproximaba a primera hora de la tarde a toda velocidad hacia sus posiciones, desmontase, como hacía habitualmente, para iniciar el asalto a pie desde una distancia fuera del radio de la artillería otomana. Los militares y aliados otomanos permanecían tranquilos porque sabían que, generalmente, tras desmontar, los jinetes australianos se dividían en grupos de cuatro hombres, tres de los cuales corrían hacia el frente mientras uno se quedaba rezagado cuidando las monturas, de ahí que se les considerase más un cuerpo de infantería que de caballería. Pero, en aquella ocasión, los jinetes no pararon. Protagonizaron una galopada suicida con la que alcanzarían la gloria.
Los héroes de la inesperada carga fueron los diggers, la Caballería Ligera Australiana comandada por el general William Gran que, en aquella ocasión, en lugar de actuar como la infantería a caballo que eran, pasaron al galope sobre las trincheras enemigas con los fusiles a la espalda y blandiendo sus bayonetas a modo de espadas. Según las crónicas de la época, fueron 800 jinetes contra más de 4.000 hombres armados con rifles que los esperaban parapetados tras 60 ametralladoras y 28 cañones.
Los diggers abrieron camino al grueso de las tropas bajo mando británico –unos 40.000 hombres– que avanzaron hasta controlar los pozos de agua y, en poco más de una hora, toda la ciudad. En la batalla hubo más de 1.000 bajas en las filas otomanas y 179 en las del ANZAC, entre ellos 32 diggers y 8 kiwis. Un encontronazo exitoso con el que olvidar el desastre sufrido por australianos y neozelandeses en 1915 en Galípoli y que allanó la entrada triunfal del general británico Edmund Allenby en la historia de Oriente Medio. Gracias a las campañas que dirigió en Tiberias, Megido, Jerusalén, Damasco y Alepo, se le considera uno de los militares que más contribuyó a poner fin a 400 años de dominación otomana en la región.
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