Es uno de los veteranos del movimiento sindical y fue dirigente indiscutido de Adeom de Montevideo durante muchos años. Jorge Lauro y Alfredo García periodistas del semanario Voces cosideraron interesante conocer su versión de algunos hechos así como su visión sobre el sindicalismo actual y por supuesto de los gobiernos de izquierda. Los recibió en su apartamento a escasos 50 metros del palacio de ladrillos de 18 y Ejido durante dos horas.
¿Qué edad tenés?
Cumplí setenta y ocho el mes pasado. Estoy asombrado, qué cantidad de años.
No es tanto, hoy la gente vive noventa y pico.
Hoy la gente vive más, sí. Me acuerdo que cuando era niño y aprendí a restar saqué la cuenta de a cuántos años tenía que llegar para llegar al año 2000: sesenta y un años, y me parecía imposible. Para preocupación de los que tienen que ocuparse de las jubilaciones, ahora vivimos más.
La pirámide demográfica está medio invertida. La gente se está jubilando muy temprano, ¿no?
Si bien tenemos derecho a jubilarnos a los sesenta años, en general el promedio es de sesenta y cinco. Hoy de mañana estaba escuchando la radio, me calentó tanto que la apagué y ni supe quién era, pero era un economista que sacaba la cuenta de los ingresos que está perdiendo el Estado pero no decía que estamos perdiendo quinientos millones de dólares por la jubilación militar. De eso se olvidó.
En algún momento va a haber que meterle dedo a eso.
En algún momento va a haber que modificar algo. No solo vivimos más años, sino que estamos en capacidad de ser activos por más años.
¿A qué edad te fuiste?
Me fui un poco antes de los setenta. En la Intendencia el penúltimo estímulo lo agarré yo cuando en determinado momento se pagaba un premio especial si te retirabas antes del retiro obligatorio a los setenta. Me agarró con sesenta y ocho años y medio. Me hubiera gustado cumplir cincuenta años en la Intendencia, me fui con casi cuarenta y nueve. Después se dieron cuenta que era un disparate lo que hacían. Está lleno de nuevos. No solo no me conocen a mí —que me fui en 2006— sino que no se conocen entre ellos, con este asunto de los becarios y los pasantes, porque cuando aprendés algo del lugar donde estás, te fuiste. Lo que tenés es gente ineficiente, no porque quieran serlo sino porque no saben.
Me acuerdo cuando entré: fui a trabajar en el Planetario, y justo el director estaba haciendo un expediente porque la cúpula se estaba deslizando hacia abajo y había que recubrirla de cobre, un expediente inmenso que no lo sabía armar, y que al final lo terminé armando yo, y meses después me llama Bianchi —que era el director general del Departamento Administrativo, el cargo número tres en la Intendencia— y me pregunta: “¿Vos hiciste el expediente del Planetario?” “Sí, señor”, le digo. “Bueno, está muy bien pero está muy mal, porque para que te arreglen la canilla vas a tener que esperar a que te arreglen la cúpula. Por cada asunto, un expediente.” Y cuando me iba, me dice: “Y como vas a estar muchos años, te digo una cosa más: fijate los pases, porque es ahí donde te joden. Pase para acá, pase para allá, si quiero que se pierda un expediente lo paso para donde no tiene que ir”. Fue la mejor lección de administración que recibí en mi vida. Bueno, eso es lo que no saben los de ahora. Vos tenés que saber quién te lo mandó y a dónde lo vas a mandar. Y antes de mandarlo, conversarlo.
¿Por qué no se ha logrado terminar con esa maraña burocrática, aún hoy, con todos los adelantos de la computación?
Tal vez sea también en la administración privada: la gente se siente un poco de paso, y no está dispuesta anímicamente a perder mucho tiempo en enseñar.
Pero en la Intendencia…
Sí, los intendentes pasan.
Pero el funcionario es más estable que el edificio.
Pero los funcionarios cada vez mandan menos. Pueden cometer errores, y puede ser culpa de ellos el mal funcionamiento, pero en cuanto a disponer cómo se enseña y cómo se tramita, eso es responsabilidad de los políticos, y los políticos están tres, cuatro años, y se van. Antes era mucho mejor, porque los inútiles estaban un tiempito y se jubilaban, mientras que ahora si sos inútil te cambian de lugar y te dejan como asesor. En ANCAP todos los que eran gerentes ahora son asesores (risas). “Empezó pobre, te das cuenta, si lo sacamos, ahora que se acostumbró a ganar…” Y entonces lo bancamos.
¿Cuándo empezaste a militar sindicalmente?
El día que entré, me afilié. Me afilió Lindner, el que después fue presidente.
¿Honorio, el padre de Marisa?
El padre de Marisa. Cuando entré, entré al Planetario, pregunté quién era el delegado y me lo trajeron. Era portero. Él me afilió. Estoy afiliado a la cooperativa municipal, a ADEOM y al Club Municipal desde el día en que entré. En aquella época ADEOM era una entidad un tanto lejana, sin ninguna lucha todavía. Era la entidad que cuando venía el presupuesto iba a hablar con los intendentes y que en todo caso sacaban algunos comunicados. Hasta el año 60 ADEOM tenía dos días de paro. Va a cumplir setenta años, es del 47. La experiencia de lucha era muy poca. Las cosas cambian. Viene el terrible año 59, con las inundaciones y todo aquello.
El cambio de gobierno.
Un cambio radical. El año 59 fue una tragedia nacional, y como tal la asumimos. Y el 60 fue un año de desengaño, de bronca, porque al terminar las inundaciones nos dimos cuenta que nos habían robado, que estaba la reforma monetaria y cambiaria, que habían subido todos los precios. En el 60 estalló una huelga que ni siquiera fue decretada sino que la decretó un sinvergüenza, Vázquez Romero, que murió siendo candidato a viceministro de Educación en el primer gobierno de Sanguinetti, porque se murió antes de asumir.
De la noche a la mañana viene el presupuesto. Nosotros habíamos pedido una cantidad que no nos daban y en un mitin en la explanada, Vázquez Romero —que lo trató de pituco engominado a Fernández Crespo— decreta la huelga.
El 20 de enero, sin cobrar, sin preparación previa.
La decreta y chau.
Marchamos a una huelga que fue un desastre. Los blancos se sintieron muy agredidos: era el primer gobierno blanco y una intendencia colorada les decreta una huelga. Fernández Crespo, los primero días, hizo algo muy inteligente: emplazó que al primer día de huelga iba a echar al director que faltase y a los profesionales al tercer día, hasta llegar a los quince días de falta para los peones y auxiliares, momento en que se considera que renunciaste al cargo. Yo no tenía un año todavía, era contratado eventual. Y eso provocó un inicio muy entusiasta. Siete directores hicieron la huelga y fueron destituidos. La cuestión es que a los tres días de huelga hay un mensaje complementario en el presupuesto que nos da el 100% de lo que pedíamos, pero con los siete directores destituidos. Cometieron el error de seguir la huelga por los destituidos. Eso hizo que la huelga se empezara a desgranar.
¿Cuánto duró?
Quince días. La empezamos unos diecisiete mil y algo y la terminamos unos cuatrocientos y pico.
¿Había más funcionarios?
Había muchísimos más.
El intendente ahí era…
El consejo departamental, con Fernández Crespo dirigiendo. Fernández Crespo, Figoli, Daniel Hugo Martins y otro. En la Intendencia eran cuatro y tres. Y con una fundamentación impresionante nos comunicaron que la Suprema Corte de Justicia decía que la huelga de los funcionarios públicos era inconstitucional, porque en la Constitución del colegiado lo era, y recién en la otra no lo fue. Le pasamos por arriba e hicimos la huelga, pero a un querido compañero se le ocurrió llevar el reclamo a la Corte, y ahí perdimos como en la guerra. Igual dos años después estábamos haciendo huelga de nuevo. Pero esa fue un desastre, se caía a pedazos. Creo que nada me enseñó más que esa huelga.
Se desgranó, quedaron cuatrocientos.
Seguro. ¿Y cómo se desgrana? Cuando se pierde la ligazón solidaria con el conjunto. ¿Con quién soy solidario? Con el sector. ¿Y en el sector, quién juega? El que tiene más miedo. No quiere entrar solo, quiere entrar con todos, y entonces llama, y hace reuniones. Pero en el 60 era una guerra: estaba la Republicana, había ametralladoras de pie montadas en el segundo piso. El atrio todavía tenía piso de tierra. Se formaban columnas para entrar, y se formaban columnas para romper las columnas. Empezábamos a las piñas, y al final cargaba la Republicana y le pegaba a todo el mundo. Ahí aprendí que el Estado siempre puede poner más terror que vos. ¿Vos qué podés hacer? Te rompo la cabeza, te encajo una bomba de alquitrán, te enchastro. El Estado puede hacer todo eso y meterte preso, y echarte. Y si la cosa es muy dura, matarte. El asunto es también si el Estado también está dispuesto a llegar a donde quiere llegar.
¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar en ese momento?
Ese Estado, en ese momento, realmente estaba dispuesto a destituir y a sancionar. La derrota lo volvió más generoso, y en la Junta se politiqueaba más y a lo largo de los dieciocho meses al final conseguimos que no los destituyeran. Pero los tuvieron destituidos dieciocho meses.
Tenían esos límites, porque…
Nos cagaban a palos.
Claro, pero el relato coincide con la época en que surgiría la guerrilla.
No, no, es un poco antes. Pero es el inicio de una serie de luchas que van creciendo y creciendo.
De enfrentamientos.
Es decir, el viejo Uruguay había muerto en el 54, cuando dejaron de comprarnos lana, con los textiles sintéticos, y porque perdimos el campeonato al mundo. Dos hechos impresionantemente traumáticos. Eso se refleja primero en el 58, con la derrota de los colorados, y después de ese intervalo que fueron las inundaciones se destapó el asunto de Gestido, de que en la comisión de ayuda habían afanado, y que los precios habían subido y los salarios no. Pero en el momento vos sentías que estabas haciendo un esfuerzo patriótico. Después te dabas cuenta que la mayor devaluación que se había hecho en el Uruguay, hasta hoy, es la de Azzini, con el dólar de cuatro pesos a once, con 100% y pico. Era acalambrante. ¿Que en el 60 necesitábamos lo que estábamos pidiendo? Lo necesitábamos. ¿Que estuviéramos en condiciones de entender cómo se desarrolla una lucha a largo plazo? No lo sabíamos. En el mismo momento hubo una gran huelga textil. Gianola, este que ahora no se acuerda de nada, había nombrado de oficio a dos amarillos como representantes obreros en el consejo de salarios de los textiles. Fue una inmensa huelga, treinta mil textiles había en el país.
¿Gianola qué cargo tenía ahí?
Era ministro de Industria. Y bueno, esa se ganó.
El viejo Héctor Rodríguez empezó ahí.
El joven Héctor, en aquellos años; yo lo recuerdo de ahí. Recuerdo que era un tipo muy didáctico cuando nos explicaba que nuestros sueldos entraban en una suerte de barril sin fondo. Y la disciplina de lucha de los textiles era enormemente superior, porque tenían experiencia, mientras que nosotros no teníamos ninguna. En general no había experiencia de lucha de funcionarios públicos. Así que ahí aprendí que el terror que vos podés imponer… Venían y te decían: “Se van a reunir en el boliche tal”. Siempre había alguno que no quería, pero que estaba dispuesto a carnerear si todos carnereaban. Entonces vos ibas y pin, pun, pan, tirabas todo para afuera. Cada vez que paso me acuerdo del boliche de Soriano y Yi, chiquito; entramos, y sin decir nada tiramos todo para afuera, hasta al gallego, y cuando estábamos terminando de hacer el destrozo viene uno corriendo y nos dice: “¡No, no, es otro boliche!” Y allá fuimos. ¿Te das cuenta? A dos cuadras de Jefatura. Tenías cuarenta presos por noche.
No se andaban con chiquitas.
No teníamos medida. Lo he dicho en algunos escritos: cada gremio tiene mecha más larga o más corta. Si estás en la fábrica de galletitas María, podés estar tres años de huelga u ocupando, que la mecha no hace estallar nada. Si estás acá en la Intendencia, en cinco o seis días la basura empieza a ser escandalosa. Si estás en la UTE, bajás la palanca y si estás en la ANCAP no se te debe ocurrir lo que se les ocurrió, cortar el suministro. Pero también eso te limita muchísimo, porque si no cortás el suministro, ¿cómo hacés? Tenés que hacer que les duela. Y ahí el gran error de los compañeros es no haber hecho jugar a las oficinas centrales. El grueso de los afectados por el servicio médico está acá, en las oficinas centrales. A esos había que haber hecho jugar. Es un error estratégico, el no visualizar que fuerza podés usar a cambio de la que no podés usar. Pero eso se aprende con la lucha, también. ¿Cuánto hace que los entes no tienen un combate? Hace quince años cambió el gobierno, y aunque lo puteemos, estamos ajustando por encima de la inflación. Hace quince años que en realidad no peleamos.
Pero acá sí.
Sí, y no. Se pelea al cuete. Cuando vos veas directivas con muchas listas, calculá que para cerrar una puerta hay tres días de discusión, y es lo que está pasando en muchos sindicatos. Si no hay una fuerza capaz de conducir, entonces cualquier sector se te hace el loco, cualquiera revolea el poncho y cuando te querés acordar está parado el sector. Yo dirigí ADEOM con mayoría absoluta durante todos los años en que la dirigí.
Que fueron muchos.
Del 73 al 84. Nosotros no solo teníamos mayoría absoluta porque habíamos ganado la elección, sino que en todos lados teníamos delegados que efectivamente pesaban. Nos costó años. A mí costó un divorcio. Pero el asunto es ese, que tenés que tener una presencia personal que sea respetada. Ahora todo el mundo quiere mesas de diálogo. Es medio al pedo todo eso. Pero salís por cien, te ofrecen cincuenta, peleás y llegás a sesenta, pegás otro tirón y llegás a setenta, setenta y cinco, y llega un momento en que te das cuenta que si apurás, rompés. El único que se da cuenta es el que está negociando. La gente en una asamblea en el Palacio Peñarol lleno, con cinco mil personas, ¿vota porque sabe, porque entiende las fórmulas? No, la gente vota porque te tiene confianza. Las direcciones sindicales tienen que tener un respaldo directo de la gente. En todos estos años, de grandes declaraciones y de discusión de porcentajes y todo lo demás, se ha ido perdiendo. Yo le tengo miedo a eso.
Porque aparte se han dado vuelta varios acuerdos en la Asamblea.
Ahí está, pasó las dos veces que hubo esencialidad. Pasó con la enseñanza el año pasado y pasó ahora con ANCAP. Es decir, ANCAP había conseguido el máximo posible, y fue a llevarlo a la asamblea y la asamblea se le dio vuelta. Está pasando con judiciales. A la larga van a cobrar, pero si sacan la cuenta de los años de miseria que pasaron para cobrar esa plata, al final les habría convenido mucho más llegar antes a algún arreglo.
¿Qué es lo que está pasando con los dirigentes sindicales actuales? ¿No tienen formación?
La formación te la da la lucha, hermano. Y no solo la lucha, sino el resumen de la lucha. El Flaco Arismendi decía que hay que ganar el resumen; es decir, vos tenés que aprender por qué se dio la lucha, la forma en que se dio, en dónde metiste la pata y en dónde no, y también tenés que aprender que ahí hay lucha de clases, y que ellos están arriba por algo, y que la lucha tiene sus límites. Yo luché infructuosamente contra el eslogan de “luchar es vencer”. No. Luchar es vencer tus temores, pero no es vencer. Si fuéramos a obtener el triunfo por la justicia de lo que pedimos, o por el esfuerzo que hacemos, deberíamos ser todos millonarios. La justicia no asegura el éxito y eso le cuesta entender a la gente.
¿Ves muy diferente el movimiento sindical con respecto al de tu época?
Que es diferente, es diferente.
Hay un montón de funcionarios rentados. Antes no era así.
No, no sé si es malo o bueno.
¿Que no sabés si es malo o bueno?
Es malo en la exageración. Pero no creo que en este momento en que el paraíso de la revolución social se alejó para siempre…
Pará, tampoco seas tan…
Bueno, pero por lo menos se alejó para los límites de la vida de un ser humano. Uno no puede hacer los sacrificios que hizo. Hermano, yo trabajé en dos lados toda la vida, y fui dirigente sindical full time. Eché los bofes, me costó tres divorcios. El asunto es que efectivamente fue un sacrificio inmenso.
¿Dónde más trabajabas?
En Secundaria, que hoy cruzo de vereda para no pasar por enfrente. Nada me trató tan mal como Secundaria. Era profesor de Historia. Estudié Historia, no me pongo “profesor” porque llegué por concurso y no por terminar el IPA. Fui el último concursante. Pero sí, un trabajo para el alquiler y otro para comer.
La militancia sindical la hiciste en la Intendencia.
Y política.
¿Cuándo te afiliaste al partido comunista?
Me afilié durante la dictadura, porque yo quería combatir contra la dictadura y pensaba que ellos iban a combatir contra la dictadura. Todos los viernes tenía reunión en un barrio o actos en el interior, sábado de noche, volvías el domingo de noche y el lunes tenías que ir a laburar. Soy de los que reclaman que así sea. No puedo entender tener un presidente del FA sentado en un sillón como un gran interlocutor de Tabaré y que cuando tiene que comunicarse con la prensa lo hace con secretario. Te raspás el culo y andás por todos lados. ¿Te quejás de que la prensa te pega? Y si la prensa es de derecha. No, eso es una ingenuidad. Y además pensar en un órgano de prensa del Frente Amplio o del PIT-CNT es pensar en un agua chirle, porque somos la unidad en la diversidad.
¿Quién fija la línea?
¿Cómo encontrás el mínimo común? Tiende a ser muy chato esto de buscar el congreso ideológico. Podemos lograr acuerdos de programa y acción, pero no una sola voz. Si de pique son inaccesibles para ti los medios, el único medio que te queda es el aparato, y eso significa sacrificio personal. “Dale que va, camine, compañero”. La tierra en los zapatos, como decía Lacalle, te acordás, cuando parecía que estaba muerto y se levantó de sus cenizas. Tenía más tierra en los zapatos que todos los demás juntos.
Tu familia no tenía raíces comunistas.
No, mi familia es batllista. Yo soy sobrino de Alba Roballo. Creo que si no nacías colorado, no te daban de mamar. Mi familia Platero era blanca, tuve dos tíos abuelos que fueron combatientes con Aparicio. Pero mi abuelo después se hizo batllista, era de los que decían: “Soy batllista, no colorado”. Era de los que desde una cuadra antes de la iglesia empezaba a hablar de “los pollerudos”, mientras mi abuela se santiguaba. Familia de colorados y fui colorado hasta el 62. Soy especialista en fundaciones, fundé la 99, la CNT, el Frente Amplio. Me voy a hacer una tarjeta: “Eduardo Platero, Fundador”. Está bien que el dirigente sindical tenga dedicación y que se le faciliten las cosas, pero está mal la exageración que hemos hecho, al igual que está mal el “pobrecito, no sirve para nada, pero cómo lo vamos a echar si ya lo nombramos, mejor lo cambiamos”. Al que hizo el corredor Garzón, Ana Olivera estuvo luchando durante un año hasta que pudo sacarlo de la Intendencia, pero como era un hombre del Pepe Mujica se lo designó en el ferrocarril. Yo iba a protestar, pero, total, si no corren trenes, no importa (risas). La exageración está en todos lados. Y, al convertirse en algo tan extendido, después es muy difícil de erradicar. El problema es que no hubo contención.
¿Es más fácil ser sindicalista con un gobierno de izquierda?
Es más fácil mientras no choques. En algún momento vas a chocar, en un gobierno de izquierda o no.
El Pepe decía que “es una papa hacerle huelga a un gobierno de izquierda”.
Mirá, no es tan papa, porque tenés que luchar, también. El primer garrón me lo comí yo porque fue Tabaré el primero que ocupó un gobierno. Están los que dicen: “Son los míos, quiero todo”, y están los otros, que dicen: “Son lo mismo de antes, no me dan lo que yo preciso”.
Pero Tabaré les dio toda la papa en la mano, hasta les bajó el horario.
No, no, esos son errores que la prensa ha ido metiendo en la cabeza. Nosotros en el 89 ganamos una huelga de veinticuatro días con servicios esenciales, que fue la única huelga que perdió Sanguinetti. Es decir que, si Tabaré llegó, llegó —entre otras cosas— porque nosotros lo derrotamos en la calle a Sanguinetti. Es increíble, yo busqué las cosas jurídicas sobre los servicios esenciales, y hay un trabajo de una mina de la Universidad de Montevideo, donde enumera todos los servicios esenciales decretados, menos el nuestro del 89. El horario de los trabajadores de la Intendencia, antes de la dictadura, era de seis horas, como en toda la administración pública. La dictadura lo llevó a ocho, que después las transformó en siete horas y media, porque en vez de darte la media hora en el medio te la daba al final, cosa que está prohibida por ley pero que ellos la hicieron. Cuando ganamos la huelga en el 89 bajamos media hora más, a siete. Es decir, Tabaré no nos regaló dos horas. Nosotros bajamos de siete a seis.
Lo normal es que se diga que les regaló el 33% de…
No nos regaló el 33%. Nosotros se lo discutimos. Eso fue un planteo de Scarone. Técnicamente fue muy bueno: el presupuesto va crecer de tal manera, y nosotros podemos aumentar los salarios, entre un 30 y un 35%, lo cual parece muy bueno pero esconde un gran problema, y es que magnifica las diferencias. El gobierno de Lanza nos dio mucho más de lo que nos dio Tabaré, aumentamos un 180%. Los porcentajes son muy engañosos. ¿Por qué te creés que ANCAP gana mucho más que nosotros? Porque tenían mejor sueldo. Nosotros partíamos de cuatro mil setecientos pesos y el mínimo de ANCAP era nueve mil. La Concertación aceptó los ajustes porcentuales porque ni el gobierno que asumía después de doce años de estar afuera ni los dirigentes sindicales que habían estado presos o en el exilio conocían realmente la situación. Y porque además los trabajadores habían perdido el 50% de su salario. Pero no era una verdad aplicable a cada caso. Tabaré dio lo que había prometido dar, y nos ayudó muchísimo en eso, pero nos creó desniveles muy grandes.
Ahora, ¿por qué en ningún momento después el sindicalismo plantea aumento por partida fija?
Mientras pude aguantar a la gente, fui a partida fija. Con Lanza fuimos a partida fija. La Concertación Programática vino a hablar conmigo, a decir que yo estaba rompiendo la Concertación. Me importa tres carajos la Concertación. Yo estoy ganando cuatro mil setecientos pesos. El problema es ese, que yo estoy por debajo del salario mínimo. Me acuerdo que el único que me apoyó en ese momento fue Rosario Pietraroia, el metalúrgico. Rosario dice: “Si el patrón quiere distinguir a alguno, le va a pagar más. Yo tengo que levantar a la masa”. Entonces fuimos por dos mil pesos. ¿Te das cuenta? Ganando cuatro mil setecientos, dos mil mangos era un montón de guita. Pero seguíamos estando por debajo de ANCAP.
Y consiguieron eso con Lanza.
Conseguimos eso, sí.
O sea que el famoso Co-Co funcionaba. Vos con los colorados te llevabas bien.
No, no funcionaba. Al revés, Lanza tuvo problemas muy grandes en su partido. El primer problema lo tuvo el día que asumió.
¿Por qué?
El día que asumió, quince de febrero, entre las primeras cosas que decretó fue cambiarle el nombre a la Plaza de la Bandera por Plaza de la Democracia. Había una emisión de billetes de diez pesos que tuvo que volver a Londres a reimprimirse: “Plaza de la Democracia, monumento a la Bandera”. No te imaginás los escándalos, los problemas que tuvo con Sanguinetti. No lo mató ADEOM, lo mató su partido.
Lanza fue un buen intendente, ¿no?
Fue un buen intendente. Lo segundo que enfrenta es un plebiscito contra los impuestos. Lo mandaron a la rendición de cuentas. No había un mango. Me acuerdo que un día había que traer la guita del Banco República para pagar los sueldos y Olivera Piaggio —con quien terminamos siendo realmente amigos—, un hombre de Pacheco, me dice: “Platero, gasta cuarenta pesos por kilómetro el blindado, no puedo mandar el blindado”. Rascamos la guita para pagar el blindado desde el banco hasta acá. En eso aparece un funcionario de mediana jerarquía de Hacienda y me dice: “Che, Platero, ¿a quién le doy esta llave? Es de la caja fuerte que tenía el director de Hacienda”. Le pregunté qué había en esa caja fuerte. “Veinte mil dólares”. Cuando se lo dijimos a Lanza casi le da un ataque. Veinte mil dólares en el momento en que no había un mango, y que estaban ahí. El periodo del Johnny Payssé fue una locura impresionante.
Fue peor que Rachetti.
No, Rachetti fue un gran administrador, te discutía sueldo por sueldo, grado por grado, y sacaba las cuentas así, teníamos que pelear como con Tío Rico McPato. Era un gran administrador, que con los años se fue volviendo cada vez más autoritario, porque la situación se lo permitía.
Estaba envalentonado con la dictadura.
Seguro, pero acordate que fue intendente cuatro años sin dictadura, y que sobrevivió como intendente porque el Ejército y la Marina pelearon por el cargo. En el acuerdo rarísimo que hicieron las fuerzas para acomodarse, el perímetro de defensa de la Marina se extiende hasta Ejido, y entonces patrullaban hasta ahí. Llega el golpe de Estado y la Marina designa a un capitán de Navío y el Ejército designa un coronel. Tirón para acá, tirón para allá, y Rachetti fue durando. Al principio ni siquiera se animaba a usar el despacho. Había una piecita en el medio, y él atendía ahí. Después empezaron a pedir cosas, y él agarró la onda.
Se dio cuenta por dónde venía la mano.
Los paseaba. “La perra alzada”, le decíamos, porque iba él y atrás toda la perrada. Son las cosas divertidas de la vida. En aquella época yo ya había ganado el concurso y estaba en la Casa de Cultura, pero tenía que cobrar acá. Andaba por el palacio porque había mucha gente. Llegó a haber dos mil cuatrocientas tarjetas, ahora habrá ochocientas, novecientas. Cada vez que me cruzaba con él, le hacía terrible saludo: “Buenas tardes, señor intendente”. “¿Y ese, quién es?”, le preguntaban los milicos (risas). Había un tira que tenía lugar fijo en la Intendencia, era de Hurtos y Rapiñas: Morales. Aparece y me dice: “Mirá, Platero, dice el intendente que no vengas más al palacio”. “Pero hermano, yo tengo que cobrar acá”. “Bueno, dejame consultar”. Y vuelve y me dice: “Cuando vengas a cobrar, avisame que yo te acompaño. Cobrás y te vas”.
A vos te metieron en cana en la dictadura.
Quince veces fui a Inteligencia, y después siete añitos en Libertad.
¿En qué año caíste?
En el 77, terrible. Yo soy testigo de la desaparición de Arigón y de Baliñas. Del que no pude ser testigo, porque en realidad no supe nada de él, fue del de Tassino, que es el tercero en esa tanda.
Hacías asambleas en los pisos en la dictadura.
El palacio estaba en obras, tenías como veinte salidas. Incluso tenía un guardaespaldas, que era gordo y grande como yo, y entonces, cuando la cosa venia apretada, nos cambiamos de sacón. Él tenía uno oscuro y yo tenía uno clarito.
Lo seguían a él.
Exacto, me los sacaba de encima. Lo que te iba a decir, que es muy importante, es que yo inauguré el Cilindro en la huelga general. Ni bien nos llevan, enseguida empezamos a organizar una especie de dirección, con el viejo Cayota y el Chiquito Nogueira, que después murió traidor, pobre. Murió traidor por burro.
¿De dónde era?
Era textil. Un tipo al que el Congreso Obrero Textil lo había mandado a la CNT y había caminado. Si hubiese muerto en el Cilindro, era un héroe. Vivió lo suficiente como para desclasarse y terminar entrando en la del milico bueno y el malo, tratando de organizar la central nacionalista en el 83. Hacíamos un turno de ocho horas cada uno, yo agarraba la madrugada y él hacía la noche, era un mundo de gente, parecía un corso aquello, dando vueltas alrededor de la pista.
Fueron cientos.
Cientos, deben haber pasado dos o tres mil personas por el Cilindro. Me toca el turno y voy a juntarme con el Chiquito a ver cómo estaban las cosas, y lo encuentro escribiendo y escribiendo. Le pregunté qué estaba haciendo. “¿No viste que Telechea pidió la lista de los que no tienen nada que ver, para largarlos?” “¿Ah, sí?”, le digo, “¿y vos en qué lista te vas a poner?” (Risas). El primer tipo que se dio cuenta que el movimiento sindical tenía mucho más profundidad que la que él conocía fue Telechea. Fijate en ADEOM, todos los dirigentes presos y un montón de municipales que también lo estarían. Y, sin embargo, la cosa seguía, al punto tal que hubo dos lugares que hicieron dieciséis días de huelga.
Más que la huelga general.
Seguro, porque hasta que no llegó alguien conocido a decir que la huelga se había levantado, no levantaron. Paysandú también hizo dieciséis días. La huelga general lo que mostró fue la enorme profundidad que había adquirido el movimiento sindical, de gente que realmente era representativa y pesaba en los sectores. Otra de las dudas que uno tiene es si estos delegados son como aquellos, que eran efectivamente los que estaban al pie del cañón. Había capataces y jefes de sección muy duros, con los que conversabas de potencia a potencia. Ellos te habían elegido dirigente y te hacían caso, pero si había una opinión distinta, te la discutían. Es decir, realmente había una estructura de gente que representaba, pensaba y dirigía su sector. El primero en darse cuenta fue Telechea, ¿y qué hizo este canario bandido? Se metía en los sindicatos. En los bancarios, en magisterio, en la OSE, en ADEOM. Yo llegaba a las siete de la noche, y el canario desde las cinco de la tarde estaba ahí. “Vine a hablar con Platero”, decía, con esa voz de canario. Tenía una peculiaridad increíble, que también la tenía el Gordo Ramón, siendo inmensos como eran, eran color tierra, no los veías. Y este se me sentaba en el patio, y ahí conversaba con la gente. Los sindicatos recibieron un torrente de gente que quería saber lo que pasaba, y que no tenía otro lugar donde ir a informarse, porque los locales políticos estaban cerrados. Y este sinvergüenza fichaba.
¿Qué cargo tenía Telechea?
Era subcomisario, no creo que haya llegado a comisario. Un día estaba en el Departamento 4 y me hace sentar en el segundo piso, porque había reunión de comisaros arriba. Empezaron a bajar y, en una, uno me dice: “¿Está esperando a su amiguito Telechea? Ya les vamos a dar a ustedes, ese canario bobo que se cree que conversando…” Se me tiró con todo. Yo, como pude, me paré y, sin pecharlo, pero tampoco para quedar debajo de él, le dije: “Mire, a los amigos los elijo, yo estoy acá porque me citaron. El que me busca es el comisario Telechea, no soy yo. Si tiene algo que decirle, dígaselo”. Se fue puteando el tipo. Me interroga Telechea y en un momento se levanta el que estaba haciendo el acta y le digo: “Mire, me pasó esto”. El respondió: “Estoy por cumplir los años y me voy, no asciendo más”. Y me dice: “Yo no hablo inglés”. Y te digo que le teníamos terror, porque era una computadora: te veía una vez y no se olvidaba nunca más de vos. “Fulano de tal, el que trabajaba en tal lado y después en tal otro”.
Todo el prontuario.
Le decían “el Caballo”, porque además era medio bruto pero era caminador, y andaba y andaba. Era el que más sabía del movimiento sindical. Yo me río de que estemos protestando, porque se nos espía, pero ya nos estaban espiando desde antes de ser sindicato, por favor. Yo fui quince veces, es cierto que tenía el bolso para ir preso. Me lo acuerdo, era azul, con la ropa vieja y todas esas cosas. “Te llegó la citación”. Y arreglaba con alguien para que me hiciera el aguante. Y allá me presentaba, y consultaba cómo estaba la cosa. Me acuerdo que una de las consultas fue brillantemente respondida: “No, la cosa está tranquila”, y llego y vi que ya había retén y que los milicos del turno no se iban. “Acá hay cagada”, pensé. Era el día que ilegalizaron al Partido. Yo veía que subían con ametralladoras a los pisos de arriba. “La gran puta, acá se va a armar.” Y entrás en cierta intimidad con el milico de custodia. “Parece que se va a levantar la Marina, porque ilegalizan los partidos”, me dijo. “¿Si vienen los tanques, qué mierda van a hacer con esas ametralladoras? Dejá que yo salgo y parlamento”, le dije (risas). “Y zafo de morir acá en el medio de esta mierda, carajo”. ¿Y a quién traen en la madrugada? Al Rengo Viera, que estaba en El Popular de titular y decidió salir a averiguar qué pasaba. Marchó pa’dentro. Es un período muy difícil de definir. Mi opinión particular es que el golpe de Estado fue un aborto.
¿Por qué?
Es decir, nació antes de tiempo, y lo precipitó Bordaberry, que ideológicamente precisaba un golpe, y políticamente también, porque no tenía mayoría. Entonces él, con la jugada de Francese, logró una especie de golpe en donde se dio cuenta que quedaba al frente de la pandilla. Todos los generales estaban de acuerdo con el golpe, pero no fuera cosa que hubiera un golpe y ellos se quedaran afuera. Todos pensaban distinto, y él se les metió adentro y durante años dirigió la patota. ¿Recuerdan la época de los cónclaves? Tres días discutiendo. “Se anuncia cadena de radio a las siete”, y después a las ocho, a las nueve, y eran las doce de la noche y hablaba Bolentini y no decía nada. El que hablaba era Bordaberry, y decía que había que pegarles a los comunistas. Durante todo ese periodo, en realidad, la dictadura estuvo sin rumbo. Hay un periodo del 74, cuando les rompíamos los huevos con los comunicados 4 y 7 y los tipos sacaban el cuerpo. Todo eso desembocó en mantener el orden de derecha como la línea principal. Eso sirvió para que Chiappe Pose llegara, para voltearlo; y que viniera Vadora, que lo primero que dijo fue: “Vengo a poner orden”; y para que el Goyo volteara a Vadora. Después Medina hizo lo mismo. Es decir, el orden de derecha era la evidencia de que no había una sola logia dominante.
Había pujas entre ellas.
Había cosas encontradas. En los reportajes que Lessa hizo en esa época, y que publicó en el libro, hay un reportaje a Ballestrino que es divino, donde dice que se fue a acostar pensando que el general Raimúndez iba a ser el presidente, y al otro día era el Goyo Álvarez. ¿Por qué habían pensado en Raimúndez? Un tipo moribundo, cuestión de darse tiempo para ver si metían el caballo de ellos. ¿Sabés qué era lo que inquietó a Raimúndez al final de su vida? El cuadro como presidente del Banco República. Todos los días jodía con que quería que el pintor le terminara el cuadro. Quedó inconcluso (risas).
Estuviste siete años preso, saliste en el 84.
Salí el mes que salieron Massera, Seregni y dos dirigentes sindicales: el Negro Francisco Toledo y yo. Salimos para cerrar Cinco días, nos hicieron una nota y cerraron Cinco días. Ahí empezó la cosa. Salí un 28 de marzo y el 31 vino Zitarrosa. Me acuerdo que el 29 fui a hablar con Massera, que había salido unos días antes. “¿Tenés traje?”, me pregunta. Le dije que no. “Te tenés que hacer un traje, porque las entrevistas políticas se hacen en las recepciones”. Y me hice un traje que nunca usé, porque empecé a engordar. El 31 vino Zitarrosa y la gente se largó a la calle, y las entrevistas se hacían en cualquier lado. Otra cosa que me dijo Massera y yo cumplí: “Están los comunistas del exilio, con los cuales es difícil comunicarse; están los comunistas de la clandestinidad, con los que es todavía más difícil comunicarse; y estamos los comunistas con permiso”. “¿Cómo los comunistas con permiso?”, le pregunto. “Sí, los que ya estuvimos presos”, me dice. Entonces yo empecé a aplicar eso. “¿Es comunista?” “Sí, señor, ya estuve preso”. Y así fui a la televisión. También, fui la primera persona que en televisión dijo haber sido torturada, cosa que le debo también a Barret Puig. Los únicos que se animaron fueron los de Canal 10. Me acuerdo que yo me había mudado a un apartamento en Cebollatí y Santiago de Chile. Estaba con luz de obra, todavía, mitad ocupado. Lo compró mi mujer, que había sacado la lotería. Y yo dije que había sido torturado, y que había sido torturada mi compañera. Y una vecina al otro día sube y toca timbre. “Ayer lo vi por televisión. Usted dijo ‘mi compañera’. Dígame una cosa, ¿son casados ustedes?” (risas). “Sí, sí, somos casados. ¿Quiere ver la libreta?” “Sí”, me dijo. Divina era, moría por los chismes. Pero buena persona.
O sea que viviste ya libre el reintegro del Partido.
El año más loco de mi vida fue el 84. El Gordo Quintero me prestó un Vanguard. Yo no se manejar, y me conseguí al Negro Botti, que me manejaba. Ese Vanguard se comía mil pesos diarios. Mi mujer me había guardado toda la guita del exilio que había venido de afuera. Patiné como tres o cuatro mil dólares, todos los días mil mangos de nafta, porque me bajaba yo del auto y lo agarraba otro, hacía doscientos kilómetros por día. También lo empujé por todo Montevideo. Ese auto duró hasta el día de las elecciones, cuando aparece el Negro Botti y me dice que lo había dejado frente a la farmacia Olivencia, en Ejido y Maldonado. “Se quedó sin nafta”. “Dejalo ahí”. Y chau. A los tres o cuatro meses aparece el botija del taller de la patronal de taxímetros, que nos lo arreglaba. Quería comprarlo. Le pregunté cuánto me quería dar. Ocho mil pesos. “Bueno, pero con un solo compromiso: sacámelo de encima, hacé todos los papeles y te lo llevás de ahí, yo ni verlo quiero”. Porque lo empujé por todo Montevideo.
¿Hasta cuándo te quedás en el Partido Comunista?
Hasta la crisis. Ya me había ido de antes, es decir, había dejado de ir.
¿Por qué?
Fue un periodo muy raro. Es decir, ya la decadencia intelectual de Jaime Pérez era muy visible, muy notoria, y por lo tanto era muy manejable. La comparación es injusta con el pobre Jaime, a quien tanto quise y quiero, pero cuando el rey es tonto, los cortesanos pelean por ganarle la oreja. Aquello me rompía los huevos. Resulta que resolvíamos algo en el comité central y después en el ejecutivo alguien le decía a Jaime que no, y no se hacía.
Vos estabas en el comité central.
Y en el ejecutivo. Me habían elegido. Primero me cooptó el comité central cuando vino Arismendi, y empezó a funcionar acá, y en el congreso que se hizo después me eligieron para el ejecutivo. Sale una carta de Jorge Suárez polemizando con el Canario Rezzano sobre el aparato armado. Era evidente que algo tenías que decir, entonces resolvimos esperar al verano, para el que faltaban unos meses, esperar a la quietud del verano a que Jaime resituara el asunto en un posible apoyo a un contragolpe, nunca con la idea de que con fusiles se toma el poder. Se resolvió, pasó el verano, y nada. Llega el primer comité ejecutivo en marzo y vuelvo a plantearlo. Sí, sí, sí. Nada. ¿Sabés una cosa? No voy más. Todos los miércoles Jaime me quería a las siete y media de la mañana ahí. Y conversábamos y conversábamos. “¿Te creés que yo nací ayer, que yo no sé nada de política?” Después me di cuenta que ese era el límite de a lo que él llegaba. “Yo no me voy a pelear con el Partido”, pensé, “dejo de ir y chau”. Ahora, suceden cosas y Jaime presenta la renuncia. Creo que fue una maniobra a la que lo indujeron para que le rechazáramos la renuncia y se reafirmara. Eso dije, vamos a tirar la toalla. Jaime presentó dramáticamente su renuncia, y fui el primero en decir que había que aceptarla. No me arrepiento. No debió haber sido en la situación en que salió, pero el Partido tuvo enormes pérdidas. Arismendi ya era un hombre viejo. En sus intervenciones en el comité central vos veías chispazos hermosos que abrían la cancha, pero eran chispazos. Massera ya estaba viejo también. Bleier había muerto, y antes había muerto Sanseviero. Jaime era la persona más querida del Partido, era el héroe del Partido, pero no estaba en condiciones.
Era manejable, aparte.
Seguro, porque no podía decidir. Los acontecimientos lo superaban. Era un partido muy difícil, no sé ahora, pero era un partido que tenía que absorber el exilio, la cárcel y la clandestinidad. Muy lindo lo de las tres vertientes y todo lo demás, pero resulta que había tres o cuatro para el mismo cargo. ¿Y a quién le decías que no?
¿Cómo ves al Partido ahora?
Mirá, ni lo veo. Trato de no verlo. Sigo votando a la 1001, y moriré votando 1001. No sé, de repente el Negro Castillo puede. Tiene las mejores condiciones y nos evita sacrificar más cuadros del movimiento sindical, porque él ya había sido sacrificado, estaba muriendo en el cargo en que estaba. Tiene cabeza, flexibilidad, posibilidad de diálogo. El Partido se ha recuperado, a pesar de sus errores y su atraso, digamos. Por decantación la gente va. La votación de este socialista que propusieron fue muy grande. Es decir, el Partido es una fuerza necesaria. Esa es la primera cosa. Y bien conducido puede ser una fuerza importante.
Tiene dirigentes sindicales de un gran nivel. Andrade y Abdala, por ejemplo.
Tiene dirigentes que necesitan quedarse donde están. Que no se nos vayan, porque el gran problema de que la izquierda llegó al gobierno fue ese, también. Nos absorbió un montón de gente que es dificilísimo cubrir.
En el movimiento sindical tenés hoy sectores ultraizquierdistas que están haciendo la vida imposible.
Hay gente que efectivamente parte de la base de que si no les das todo lo que quieren, entonces sos más de lo mismo. En la enseñanza se hizo como una especie de ícono del 6%. ¿Vas a ser mejor si te doy el 6%? Los gobiernos en general, y cada vez más, están presionados por la inmediatez. Yo no quiero procesos, quiero sucesos. Quiero una buena enseñanza, de calidad, y esto y lo otro. ¿Qué enseñanza querés? La enseñanza es una apuesta a treinta años, que tiene que empezar por enseñar a los que van a enseñar, y que tiene que tener reciclajes, porque los que enseñan a los enseñantes tienen cabeza vieja, y los enseñantes van a salir a medias y en la mitad del proceso tiene que haber otra camada. Para que rindan todo lo que tienen que rendir, y tienen que ganar más, pero eso no quiere decir que los que no sirven también tengan que ganar más. ¿El movimiento sindical admite la enseñanza con dos niveles de sueldo? No lo admite. ¿Cómo hemos pasado todo este tiempo sin concentrar a la gente? Repartiéndose, de acá para allá. Además vos elegís las direcciones de los organismos de enseñanza por cualidades como enseñante, pero resulta que el gran problema es administrativo. Como no hay nadie que organice, aquello sigue siendo un despelote. Y con todo, ha mejorado muchísimo. Escuché a Celsa Puente el otro día decir que habían empezado con el 93% de los cargos cubiertos. ¡Carajo! Ahora, ¿cómo los cubrís? Y… con lo que podés.
¿Qué errores le ves al gobierno del Frente?
Mirá, a mí me dolió mucho cuando Alberto Iglesias, aquel pachequista —y después me lo repitió un hermano que estaba en los negocios y sabía y sabe hacer plata—, dijo que la gente que nosotros llevamos al gobierno sale de las facultades, pero nadie de la economía real, y que hay enormes diferencias. Ahora, yo creo que hubo errores que eran inevitables, por inexperiencia y por razones ideológicas. Si tengo que hacer un balance, no anduvimos tan mal. El asunto es que si todos dicen que andás mal, que la enseñanza, la seguridad y todo es un desastre, vos mismo empezás a dar explicaciones que no tenés por qué dar. Eso de que “se incumplieron las promesas electorales”. Sí, nene, pero cambiaron las circunstancias. El viento a favor se puso en contra, ¿qué querés que haga? Sí, tengo que traer a tierra las pasividades militares. ¿Pero puedo decir: “pa’fuera todo el mundo”? Es decir, el gradualismo no estuvo mal. Tal vez dejó a mucha gente desconforme. Pero no llegamos a los tiros, llegamos con el voto.
¿No hay una fractura social mucho más fuerte ahora que antes?
No solo la hay, sino que se va a profundizar, porque se profundiza en el mundo. “La plata llama a la plata”, ¿es un eslogan o un dicho popular? No, es cierto. Cuanta más plata tenés, más plata ganás. Sí, emparejamos un poco el índice GINI ese, pero el rico tiene la guita. Y si hubiésemos llegado a los tiros, a ese rico lo pasabas a degüello y te quedabas con la guita, pero el problema es administrar lo que el rico hacía ganar, que eso a los soviéticos les costó, también. ¿Sabés que todo el asunto de la planificación centralizada y todo eso, los rusos lo sacaron de los refugiados alemanes cuando fracasó la revolución espartaquista, que habían trabajado en el asunto del racionamiento durante los últimos años de la guerra del 14? Todo ese asunto de que había que centralizar todo no estaba en los orígenes de su pensamiento, fueron las necesidades. Y después que una cosa empieza a marchar, empieza a marchar y sigue y sigue y es muy difícil cambiarla. Fijate los chinos: levantaron la producción, pero tienen un problema de corrupción del carajo. Y además sacrificaron sin lástima.
¿Ves que en América Latina se esté revirtiendo la ola progresista?
Lo que veo es que no les resulta tan fácil a las derechas la ilusión de que son mejores, lo que abre una gran posibilidad. “Salvador” Talvi aparece con pretensiones presidenciales y los partidos tradicionales no le dan bola y entonces se ofrece como ministro salvador, siempre y cuando le den todas las facultades. Ahora, ¿es simplemente un idiota que se cree que le van a dar todas las facultades? No, es la necesidad de los capitalistas más aventureros, más sin alma, y la angustia de los productores medios que están asustados por cómo viene la coyuntura. Entonces, ¿habrá un salvador? ¿Para qué se ofrece Talvi? Para hacer lo que hizo Alsogaray cuando la Libertadora en Argentina: hay que pasar el invierno, tener austeridad. Siempre te explican lo mismo: “La política no dio resultado porque no la aplicamos hasta el final”. Sí, si la aplican hasta el final nos morimos todos. Es decir, la derecha no tiene respuesta, tampoco, porque el fenómeno es más grande. Es decir, la acumulación del capital financiero es tan enorme que está dejando al mundo afuera. Trump es la expresión del yanqui desconforme. Ahora el diputado blanco Gandini está jodiendo con que el nivel de endeudamiento crece demasiado. En todos lados crece. Solo siete paraísos financieros no tienen deuda, todos los demás están endeudados hasta las pelotas, porque el Estado nacional, creación de la revolución industrial para reservar espacios y desarrollarse dentro de ellos, es una creación del siglo XIX, que la revolución científico-técnica y la globalización volvieron obsoleta. Es decir, la forma de las repúblicas y de las democracias nacionales está en crisis en todos lados. ¿Cómo se resolvió eso en el Imperio Romano? Con un emperador. No lo resolvió, simplemente lo apretó. El problema es si acá puede haber un emperador, y no creas que vaya a haber un emperador progresista. Si hay un emperador es para sujetarte y que no grites. Decir que el Frente Amplio fracasó es una exageración, pero decir que fue un éxito es también un autoengaño. Hicimos lo que pudimos, que fue mucho más de lo que se podía suponer en determinado momento y mucho menos de lo que necesitamos para ser un país igualado.
¿Se hizo todo lo que se podía?
No, no se hizo todo lo que se podía, pero se hizo bastante. Y lo que se podía, ¿se podía? ¿Podés tocar los grandes capitales? Andá a expropiar a las AFAP. Una de ellas es una multinacional, SURA. No pleiteás en el Uruguay, pleiteás en Nueva York. ¿Dónde le ganamos a la Phillip Morris? En Nueva York. ¿Y por qué le ganamos? Porque le querían dar por la cabeza al tabaco. Pero andá a tocar una multinacional, a ver dónde pleiteás.
Mientras tanto, firmamos más acuerdos comerciales.
Y sí, porque necesitamos la guita.
Y necesitamos más multinacionales, y todo el campo se extranjerizó.
¿Nunca bicleteaste tarjetas? Yo tuve un periodo en que tenía que andar corriendo de una a la otra. ¿Por qué? Porque somos insuficientes. Apretá al campo. ¿Qué pasa si no entoran un año? Al otro no hay terneros. ¿Y cómo hacés? Es decir, vos podés apretar hasta cierto límite. ¿Qué pasa si no planto? Me arde como si fuera ayer, y lo leí cuando La República publicaba Estrategia: la dueña de Benas, que tenía un conflicto sindical, dijo que si la empresa cerraba, sus hijos iban a seguir yendo a colegio privado. Sí, señor. Y los obreros se van a morir de hambre. No llegué a los tiros.
¿Cómo ves el proceso cubano?
El proceso es hacia rescatar todo lo que se hizo. El viejo socialismo en el que soñamos en los años sesenta es inviable, por lo tanto Obama fue muy inteligente, no fue a abrirse ahora pero fue a dejar una puerta abierta para cuando los capitales entren, y que entren los capitales yanquis, porque de otro modo van a entrar nomás los europeos. Raúl dijo que se va el año que viene, y se va a ir.
¿Se irá?
Se tiene que ir. Y si no se va, se morirá dentro de dos o tres años. Se tiene que ir. Si se va bien, puede ser una gran fuerza de equilibrio desde afuera. Más vale que se vaya, cuestión de ir regulando el proceso, como ayudó Fidel a regular. La Cuba de Raúl no es la de Fidel. La de Fidel era insostenible, se sostuvo solo porque estaba Fidel. ¿Qué más le queda a Cuba? El que tiene deprimido el mercado del café es Vietnam. El Nescafé que estás tomando es el café de segunda que hacen los vietnamitas. Y si no plantan café como locos, no sostienen el gobierno. Y le ganaron una guerra a los Estados Unidos.
¿Gana el Frente las próximas elecciones?
Mirá, yo creo que sí. Los únicos que podemos perder somos nosotros. Podemos rompernos nosotros, de incomprensión, de egoísmo, de arrebatiña. Es decir, todos los defectos están adentro nuestro. Si los sabemos eludir, podemos ganar. ¿Por qué? Porque no hay posibilidad de un Macri en Uruguay. ¿Vos ves al Cuquito, a la 71, al herrerismo renunciando a lo que son, integrándose a un gran partido nuevo? No, no largan. Es más, no deben largar. Integrándose a un partido nuevo, desaparecen. Perdiendo una elección, siguen siendo una enorme fuerza.
¿Por qué no crece la izquierda, después de tres gobiernos?
Decime una cosa, ¿qué son los indecisos? ¿Sabés por qué no crece? Porque los “culo gastado de estar sentado” de la dirección del Frente Amplio no se mueven. No atinan a mover al aparato. Sí, son cuatro viejos en cada comité, pero si vas y volvés a ir, y volvés a insistir y volvés a pelearla, ya no van a ser cuatro viejos, y vas a mover. El Frente se ha burocratizado. Ahora me liberé de la televisión y del cable; veo el informativo en la computadora y no miro más televisión. Se incendia una casa de chapa de porquería y sale el Canal 4: “Nosotros llamamos a la ayuda, y esto y lo otro”, y entonces vos le quedás agradecido al 4. ¿Pero, después, quién te ayuda? El MIDES, la Intendencia, y este y el otro. Burocratizamos la ayuda fraternal, y además los medios la ocultan. ¿Quién llegó primero después del tornado de Dolores? Llegó el SUNCA. Pero Manini Ríos saca pecho y dice que fueron ellos los primeros en llegar. No, no fueron los primeros, pero sí son los más nombrados. ¿De quién eran los camiones que sacaron a los desalojados en la inundación de ahora? Eran camiones municipales, y eran municipales los que los estaban cargando, y también soldados, pero a los municipales no les sacaron fotos. Y nosotros no luchamos contra eso, no aparecemos nosotros y decimos: “Pero qué cosa, viejita, se le incendió la casa, acá le traje esta toalla”. Es decir, no estamos al golpe del balde, porque confiamos en los organismos que creamos, y no hay nadie que nos pinche. Si yo tuviera la actividad que tenía en el FIDEL, estaría en algún barrio diciendo: “Bueno, compañeros, ¿no pasa nada acá?” El problema es que todo se burocratizó, pero ellos también están muy burocratizados. Si no ganás, es un desastre, pero si ganás y son los medios quienes le siguen diciendo a la gente si está bien o si está mal, o si hiciste bien o mal, vas a estar cada vez más jodido.
¿Pero esa batalla contra los medios no se podría haber dado?
Pero se debe dar por abajo, no pienses en un tremendo canal de prensa, en televisión y esto y lo otro, dando la opinión del Frente. Eso nos metería en cada lío terrible. Porque pensamos diferente, somos la unidad en la diversidad. ¿Dónde se hace? En los comité de base. Y si los comité de base pueden revivir después de tantos años de abandono. Yo creo que la cosa se juega ahí. Cuando veo las estadísticas, me fijo primero que nada en los indecisos: el 90% de los indecisos está recaliente con el Frente, ¿pero cuando llegue la hora de votar, a quién van a votar? ¿Al Cuquito? No hay un Macri que los atraiga. Corremos contra contrarios que son peores que nosotros. Es la única ventaja que tenemos. Podemos ganar, porque los otros son peores. No es para estar orgullosos. El asunto es ese: ¿qué alternativa da la derecha? ¿Qué dicen cuando dicen: “contención del gasto”? Hablan de rebaja de salarios. ¿Qué dicen cuando dicen que “el país está caro”? Hablan de liquidar los consejos de salarios. Son tres votitos: el gobierno puede votar contigo o contra vos; si perdemos, va a votar contra vos. Y eso lo tiene que saber todo el mundo, y es lo que tenemos que estar diciendo en todos lados, y no lo decimos. Es decir, estamos un poco anonadados por esa catarata de pálidas que nos están tirando.
Esto no le debe importar mucho a los quinientos mil tipos que ganan menos de catorce mil pesos con el 3% de aumento real en tres años.
Bueno, pero con los blancos o los colorados no lo habrían tenido. ¿Que gana poco? Sí, señor. Pero con los otros habría ganado menos. Y no me vengas con el cuento de que no se puede vivir, si estás vivo. Diez lucas, y estás vivo.
También estaban vivos en la dictadura…
Exacto, me acuerdo del 84, se había generalizado el mate y el pan viejo, por favor. Estábamos viviendo contra el piso, pero estábamos viviendo. No hay que decir que no se puede vivir. ¿Que mejoré demasiado a los que no estaban tan mal y que mejoré poco a los que estaban muy mal? Sí. El asunto de manejar porcentuales tiene eso. Pero para no depender de los porcentuales tenés que conocer el país. ¿Cuánto vale el trabajo de un municipal? ¿Cuánto vale el trabajo de un metalúrgico o de un albañil? Estate tranquilo que el empresario lo sabe. El problema es cuando vos no sabés, entonces vas a generalizaciones. Tenemos que aprender a resignarnos a que nuestro trabajo vale eso, y que si tu trabajo vale tanto, entonces no te puedo dar más porque te estés muriendo de hambre por H o por B. ¿Quiénes son los que cobran quince mil pesos? ¿Cuánto vale su trabajo? Cuánto vale en valor, no en necesidad.
Genera utilidades. Los supermercados cada vez tienen más utilidades.
Sí, ¿pero cuánto genera cada uno de ellos? Un poquitito. Cualquier monedita sirve y son un montón. Generan utilidades mensurables porque son muchos. El asunto es que no hay que confundir moral con economía; eso es durísimo, pero una cosa es que sea injusto que un tipo se muera de hambre y otra es que el tipo esté produciendo lo necesario para no morirse de hambre. Es injusto que los tamberos estén perdiendo plata, pero la leche está valiendo menos, no vale los tres mil dólares que valía antes. Entonces, ¿cómo hago? Te tengo que bancar con préstamos, con esto y lo otro, rebajándote la luz. Estoy repartiendo, estoy jugando a las esquinitas. Es decir, también dependemos de que la economía crezca. Si la economía no crece, las posibilidades de repartir son menores.
Ha crecido como nunca y…
Ha crecido y se detuvo. Ahora estamos caminando en el repecho. Tenemos que ver hasta dónde da el repecho. No hay que confundir la justicia con las posibilidades. Y sobre todo con lo que te pueda dar el otro: decime si Lacalle pondría a Astori de ministro o si pondría a la flaca que se educó con él en el British. ¿Te parece que va a pensar en qué injusto es que un pobre empleado de supermercado gane quince mil pesos? Te va a arrancar las muelas. Es decir, hay dos maneras de mirar la situación: lo que vos podés hacer y lo que harían los otros si estuvieran en tu lugar. Lamentablemente, es una desgracia, pero tenés que elegir al menos peor. Y el menos peor somos nosotros.
Dos horas de charla. ¿Tres matrimonios?
Tres matrimonos, dos parejas más, sí.
¿Cuántos hijos?
Tengo tres hijos grandes ya. La mayor es Soledad. El del medio, que es el varón, está en Brasil desde hace treinta años. Va a morir allá, y está bien. Y la menor está trabajando por quince mil pesos, y yo de la mía saco para pagarle el alquiler.
Pero vos como empleado municipal estás lleno de guita.
Mirá, hermano, si no fuera pensionista por mi última mujer estaría buscando laburo. Decí que se murió la última, pobre, y me dejó una pensión que me ayuda. Si no… Y mirá que llegué con cuatrocientos pesos en la tarjeta.
¿No tenés tarjeta corporativa vos?
Ahí tenés, me falta la tarjeta corporativa.
¿Cuántos nietos tenés?
Tengo cuatro nietos, una está en Brasil, otro es peón en Saneamiento, que entró por sorteo hace mil años, y enseñó karate acá. Esos son de Soledad, la mayor; y de la hija menor, Cecilia, tengo una de dieciocho que está estudiando Magisterio. Y la otra está repechando en el liceo, y lo completará, supongo. La vida fue dura, pero fue agradable. No me quejo ni del tiempo ni de los padecimientos. Era la época.
¿Seguís leyendo mucho, no?
Sí, menos de lo que debería, pero sí. Todos estos libros ya están leídos un par de veces. ¿Sabés con qué me prendí? Me prestaron La orquesta roja otra vez. No lo podía dejar.
Por Jorge Lauro y Alfredo García / fotos Rodrigo López
Semanario Voces
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