Sobre el horizonte de aquella mañana espesa y con llovizna, dos enormes buques grises solemnizaban la ceremonia a una milla náutica de distancia. De uno de ellos partió el cañonazo que demarcó el límite del esfuerzo, la frontera de un regreso que miles y miles de personas celebraron sobre la costa y luego tapizando 18 de Julio, desde la Plaza Independencia hasta el Palacio Municipal.
El velero regresaba empavesado en señal de triunfo, con el pabellón patrio flameando, luego de tocar 58 puertos. Eran miles las anécdotas, las preguntas, las incertidumbres sobre aquella gesta que había seguido muy de cerca el periodista de El País Carlos María Gutiérrez, quien hizo junto a los marinos la última etapa de aquella histórica singladura, cruzando el Atlántico desde Dakar —la capital de Senegal— hasta Montevideo.
Casi tres años antes, el 31 de enero de 1960, la partida había sido más sobria, pero tampoco pasó desapercibida. El yate de 14,75 metros de largo y sus tripulantes se hicieron a la mar en aquella oportunidad escoltados por varios barcos, entre sirenas y vítores, pañuelos y sombreros sacudidos al viento.
"Nos llevábamos muy bien, nos queríamos mucho porque sabíamos que la vida de uno dependía del otro. Incluso nos entrenamos para manejar el barco entre dos, por si uno caía al agua o se enfermaba. Y se podía manejar hasta con uno solo. Izábamos la spinnaker, que es una vela muy grande, y lo hacíamos solos. El barco ayudaba al tener timón de rueda, que se podía dejar quieto", recuerda Carlos Costa (88), el último sobreviviente del Alférez Cámpora, haciendo gala de una prodigiosa memoria, al ser entrevistado en su casa del Prado en la que vive con su esposa María Luisa.
El colofón de aquel viaje increíble no pudo ser mejor: las vidas de los marinos nunca corrieron peligro por tempestades o enfermedades, no tuvieron grandes discrepancias en la cotidianidad de enfrentar a un océano solitario un día sí y otro también, el barco no tuvo roturas que gravitaran y llegaron a casa cargados de historias y experiencias únicas. Sin embargo, la odisea comenzó con una verdadera tragedia.
Originalmente, los expedicionarios eran cuatro y resolvieron extirparse el apéndice para que una apendicitis no los sorprendiera en medio del océano. Uno de ellos, el alférez Adolfo Cámpora, de 26 años, falleció como consecuencia de un accidente en la cirugía. Fue entonces que el barco, que se llamó originalmente Microcosmos cuando fue botado en 1934 en Ámsterdam y después Achernar, pasó a denominarse Alférez Cámpora.
"Era una gran persona, un joven muy alegre", recuerda Costa, quien fue el único de los cuatro que no se hizo la operación, por consejo de su médico. En el tiempo que trabajaron juntos, haciendo pruebas de navegación y proyectando la travesía, Cámpora puso de manifiesto su temperamento, espíritu de lucha y tenacidad.
Aventurarse al mar.
El velero zarpó del Buceo el 31 de enero de 1960 tripulado por el alférez Jorge Nader, de 30 años, nacido en San Carlos; el alférez Carlos Costa, también de 30 años, nacido en Melo y criado en el campo, y el guardiamarina José Firpo, sanducero de 28.
Según las crónicas de Carlos María Gutiérrez, que luego dieron lugar a un libro publicado por Ediciones de la Plaza, cuando todo estuvo listo y se contó con el dinero necesario (unos $ 300.000 de la época, reunidos a través de donaciones, el patrocinio del Yacht Club Uruguayo e incluso de venta de bienes personales), los mandos de la Armada dieron su autorización, homologada por el Poder Ejecutivo, para una travesía que se consideraría "acto de servicio". Por eso fue que Nader y Costa ascendieron en la carrera y regresaron ostentando el cargo de teniente.
El Alférez Cámpora se estibó con no demasiados equipos y repuestos, 3.000 latas de conserva, bolsas de azúcar y otros alimentos, además de bidones de aceite comestible, combustible diesel y kerosene para la cocina y el Primus al que había que "destapar" cada tanto y "darle bomba" para que funcionara. También se embarcaron unos 300 libros, desde relatos de navegantes a manuales de mecánica y enfermedades tropicales. Entre ellos estaba el clásico Kon Tiki, que lleva el nombre de la balsa utilizada por el explorador noruego Thor Heyerdahl (1914-2002) en la expedición de 1947 que hizo por el Océano Pacífico desde Sudamérica hasta la Polinesia. Los libros estaban en estantes encima de sus literas, por lo que era habitual que echaran mano a ellos en los momentos de descanso.
Nader era el mayor (se llevaban un mes de diferencia con Costa) y representaba al barco en cada lugar que visitaban. "El capitán era quien llevaba la navegación de un puerto a otro. O era Nader, o era yo, porque Firpo no era navegante, era encargado de máquinas", recuerda el sobreviviente.
Prepararon el viaje durante más de cuatro años bajo la dirección del capitán de corbeta Ulises Walter Pérez. "Una vez fuimos a Buenos Aires y otra vez a Florianópolis. Ahí fue que Pérez dijo que estábamos capacitados para dar 20 veces la vuelta al mundo, porque no nos afectaba nada el mar y teníamos el estado físico adecuado", señala Costa.
El Alférez Cámpora, de dos mástiles, no era un barco veloz, pero sí marinero y muy fuerte: tenía casco de acero con tres secciones estancas, 14.75 metros de eslora, 4.20 metros de manga y 2.40 metros de calado (parte sumergida). Se cambió su motor por un diesel de seis cilindros de 65 caballos de fuerza y se le incorporó otro más pequeño a nafta para la recarga de baterías. No tenía radar ni ecosonda para medir la profundidad, por lo que la navegación dependía de instrumentos clásicos y de una guardia en cubierta 24 horas.
La profundidad la medían como hace cinco siglos. "Yo les decía: estamos mejor que Colón, porque él no sabía a dónde iba y nosotros sí. Para medir la profundidad teníamos una sonda de mano, que es una cuerda con un plomo abajo. Uno agarra práctica y se da cuenta cuando toca el fondo y afloja el peso del plomo, ahí se sabe que hay bajofondo", anota Costa, mientras se encuentra parado junto a la maqueta del Alférez Cámpora que guarda dentro de una urna de vidrio.
Navegación y tormentas.
El máximo tiempo que estuvieron en el agua fue de 32 días, entre la hoy Sri Lanka (isla asiática ubicada en el golfo de Bengala, que antes se llamaba Ceilán) e Inglaterra, país que los trató "fantástico". "Sacaron el barco, lo revisaron y lo pintaron sin costo", recordó Costa.
La vida a bordo y en los puertos sería de estricta austeridad, aunque muchas veces se codearon con figuras y políticos que los veían como fenómenos y querían conocerlos. En Tahití recibieron a bordo la visita del actor Marlon Brando, quien se encontraba filmando la remake de Motín a bordo, que evoca el alzamiento, en 1787, de los marinos de la fragata británica Bounty. "Para nosotros era una persona más, no le prestábamos importancia", dice Costa al recordar la presencia de la estrella de Hollywood sobre la cubierta del Alférez Cámpora.
Por suerte, nunca se enfrentaron a una tempestad que les hiciera temer por sus vidas. "Cuando uno da la vuelta al mundo, se agarra todo tipo de tormentas. Alguna vez pensamos que era difícil salir, pero siempre salimos. Firpo navegaba muy bien con viento en popa, que es muy difícil. Pero uno después se habitúa y todo eso es bobada", dice el viejo marino con displicencia.
Tampoco tuvieron problemas graves de salud. "Ni un resfrío tuvimos, nada. Una vez, navegando desde las Islas Galápagos a Tahití, yo sentí un dolor en el vientre. Y no me había operado del apéndice, lo hice muchos años después siendo capitán de corbeta porque me atacó una apendicitis", agrega Costa. (Su esposa María Luisa anota que esto ocurrió en 1988).
La proa de una hazaña de tres marinos.
Solo quedó la proa del Alférez Cámpora, que se exhibe a la entrada del Museo Naval del Buceo.
"Me arrepiento de no haber leído lo suficiente antes de visitar algunos de los lugares en los que estuvimos, para conocer mejor la historia. Llevábamos cerca de 300 libros, algunos de los cuales están en casa", señala el único sobreviviente de la odisea, Carlos Costa (a la derecha en la foto de época). También guarda los faroles del barco y una réplica de bronce de la campana. José Firpo (derecha) murió en 1995 y Jorge Nader (al centro) en 2012.
BITÁCORA.
Corned Beef y amores de puerto.
La escasez de alimentos frescos obligaba al encariñamiento forzado con el corned beef y el arroz. Los tripulantes alternaban guardias de tres horas al timón con seis de descanso, aunque las pausas solían ser interrumpidas por los trabajos propios de una embarcación en la que la disciplina y la instrucción juegan papeles fundamentales.
Por eso, llegar a los puertos era para ellos un verdadero bálsamo.
"Tratábamos de divertirnos. Éramos solteros y sin compromisos. Teníamos la libertad de hacer lo que queríamos", confiesa Costa a sus 88 años.
"En Rodas (Grecia) estuvimos cerca de un mes", sostiene. Y menciona a una "novia" a quien recuerda con nombre y apellido. Su esposa, que se casó con él pocos años después, anota con mirada filosa: "Dice no tener memoria, pero de ella se acuerda perfecto". Y Carlos, casi en un susurro, menciona a una segunda joven que conoció durante aquel largo viaje.
Quejas sobre la Marina y el Frente.
Carlos Costa dice que luego de la travesía donaron el barco a la Marina y que este terminó "como chatarra". También que tuvo años difíciles en la Marina por algunas personas que le hicieron la vida imposible. Y que el Frente Amplio, cuando Tabaré Váz-quez fue intendente de Montevideo, rechazó una iniciativa que llegó a la Junta para denominar a un espacio libre de Carrasco Alférez Cámpora.
"Tenemos recuerdos del Ejército, de la Fuerza Aérea, pero no de la Marina. Incluso en la Marina, siendo yo comandante de un barco, me mandaron a cuidar la cocina del Hospital Militar".
"En la Junta Departamental dijeron que no había suficientes antecedentes. Lo que pasa es que no los habíamos votado", sostiene Costa. Probablemente, en aquel momento pesó el hecho de que Nader fue vinculado a hechos ocurridos durante la dictadura.
"Era una gran persona, un joven muy alegre", recuerda Costa, quien fue el único de los cuatro que no se hizo la operación, por consejo de su médico. En el tiempo que trabajaron juntos, haciendo pruebas de navegación y proyectando la travesía, Cámpora puso de manifiesto su temperamento, espíritu de lucha y tenacidad.
Aventurarse al mar.
El velero zarpó del Buceo el 31 de enero de 1960 tripulado por el alférez Jorge Nader, de 30 años, nacido en San Carlos; el alférez Carlos Costa, también de 30 años, nacido en Melo y criado en el campo, y el guardiamarina José Firpo, sanducero de 28.
Según las crónicas de Carlos María Gutiérrez, que luego dieron lugar a un libro publicado por Ediciones de la Plaza, cuando todo estuvo listo y se contó con el dinero necesario (unos $ 300.000 de la época, reunidos a través de donaciones, el patrocinio del Yacht Club Uruguayo e incluso de venta de bienes personales), los mandos de la Armada dieron su autorización, homologada por el Poder Ejecutivo, para una travesía que se consideraría "acto de servicio". Por eso fue que Nader y Costa ascendieron en la carrera y regresaron ostentando el cargo de teniente.
El Alférez Cámpora se estibó con no demasiados equipos y repuestos, 3.000 latas de conserva, bolsas de azúcar y otros alimentos, además de bidones de aceite comestible, combustible diesel y kerosene para la cocina y el Primus al que había que "destapar" cada tanto y "darle bomba" para que funcionara. También se embarcaron unos 300 libros, desde relatos de navegantes a manuales de mecánica y enfermedades tropicales. Entre ellos estaba el clásico Kon Tiki, que lleva el nombre de la balsa utilizada por el explorador noruego Thor Heyerdahl (1914-2002) en la expedición de 1947 que hizo por el Océano Pacífico desde Sudamérica hasta la Polinesia. Los libros estaban en estantes encima de sus literas, por lo que era habitual que echaran mano a ellos en los momentos de descanso.
Nader era el mayor (se llevaban un mes de diferencia con Costa) y representaba al barco en cada lugar que visitaban. "El capitán era quien llevaba la navegación de un puerto a otro. O era Nader, o era yo, porque Firpo no era navegante, era encargado de máquinas", recuerda el sobreviviente.
Prepararon el viaje durante más de cuatro años bajo la dirección del capitán de corbeta Ulises Walter Pérez. "Una vez fuimos a Buenos Aires y otra vez a Florianópolis. Ahí fue que Pérez dijo que estábamos capacitados para dar 20 veces la vuelta al mundo, porque no nos afectaba nada el mar y teníamos el estado físico adecuado", señala Costa.
El Alférez Cámpora, de dos mástiles, no era un barco veloz, pero sí marinero y muy fuerte: tenía casco de acero con tres secciones estancas, 14.75 metros de eslora, 4.20 metros de manga y 2.40 metros de calado (parte sumergida). Se cambió su motor por un diesel de seis cilindros de 65 caballos de fuerza y se le incorporó otro más pequeño a nafta para la recarga de baterías. No tenía radar ni ecosonda para medir la profundidad, por lo que la navegación dependía de instrumentos clásicos y de una guardia en cubierta 24 horas.
La profundidad la medían como hace cinco siglos. "Yo les decía: estamos mejor que Colón, porque él no sabía a dónde iba y nosotros sí. Para medir la profundidad teníamos una sonda de mano, que es una cuerda con un plomo abajo. Uno agarra práctica y se da cuenta cuando toca el fondo y afloja el peso del plomo, ahí se sabe que hay bajofondo", anota Costa, mientras se encuentra parado junto a la maqueta del Alférez Cámpora que guarda dentro de una urna de vidrio.
Navegación y tormentas.
El máximo tiempo que estuvieron en el agua fue de 32 días, entre la hoy Sri Lanka (isla asiática ubicada en el golfo de Bengala, que antes se llamaba Ceilán) e Inglaterra, país que los trató "fantástico". "Sacaron el barco, lo revisaron y lo pintaron sin costo", recordó Costa.
La vida a bordo y en los puertos sería de estricta austeridad, aunque muchas veces se codearon con figuras y políticos que los veían como fenómenos y querían conocerlos. En Tahití recibieron a bordo la visita del actor Marlon Brando, quien se encontraba filmando la remake de Motín a bordo, que evoca el alzamiento, en 1787, de los marinos de la fragata británica Bounty. "Para nosotros era una persona más, no le prestábamos importancia", dice Costa al recordar la presencia de la estrella de Hollywood sobre la cubierta del Alférez Cámpora.
Por suerte, nunca se enfrentaron a una tempestad que les hiciera temer por sus vidas. "Cuando uno da la vuelta al mundo, se agarra todo tipo de tormentas. Alguna vez pensamos que era difícil salir, pero siempre salimos. Firpo navegaba muy bien con viento en popa, que es muy difícil. Pero uno después se habitúa y todo eso es bobada", dice el viejo marino con displicencia.
Tampoco tuvieron problemas graves de salud. "Ni un resfrío tuvimos, nada. Una vez, navegando desde las Islas Galápagos a Tahití, yo sentí un dolor en el vientre. Y no me había operado del apéndice, lo hice muchos años después siendo capitán de corbeta porque me atacó una apendicitis", agrega Costa. (Su esposa María Luisa anota que esto ocurrió en 1988).
La proa de una hazaña de tres marinos.
Solo quedó la proa del Alférez Cámpora, que se exhibe a la entrada del Museo Naval del Buceo.
"Me arrepiento de no haber leído lo suficiente antes de visitar algunos de los lugares en los que estuvimos, para conocer mejor la historia. Llevábamos cerca de 300 libros, algunos de los cuales están en casa", señala el único sobreviviente de la odisea, Carlos Costa (a la derecha en la foto de época). También guarda los faroles del barco y una réplica de bronce de la campana. José Firpo (derecha) murió en 1995 y Jorge Nader (al centro) en 2012.
BITÁCORA.
Corned Beef y amores de puerto.
La escasez de alimentos frescos obligaba al encariñamiento forzado con el corned beef y el arroz. Los tripulantes alternaban guardias de tres horas al timón con seis de descanso, aunque las pausas solían ser interrumpidas por los trabajos propios de una embarcación en la que la disciplina y la instrucción juegan papeles fundamentales.
Por eso, llegar a los puertos era para ellos un verdadero bálsamo.
"Tratábamos de divertirnos. Éramos solteros y sin compromisos. Teníamos la libertad de hacer lo que queríamos", confiesa Costa a sus 88 años.
"En Rodas (Grecia) estuvimos cerca de un mes", sostiene. Y menciona a una "novia" a quien recuerda con nombre y apellido. Su esposa, que se casó con él pocos años después, anota con mirada filosa: "Dice no tener memoria, pero de ella se acuerda perfecto". Y Carlos, casi en un susurro, menciona a una segunda joven que conoció durante aquel largo viaje.
Quejas sobre la Marina y el Frente.
Carlos Costa dice que luego de la travesía donaron el barco a la Marina y que este terminó "como chatarra". También que tuvo años difíciles en la Marina por algunas personas que le hicieron la vida imposible. Y que el Frente Amplio, cuando Tabaré Váz-quez fue intendente de Montevideo, rechazó una iniciativa que llegó a la Junta para denominar a un espacio libre de Carrasco Alférez Cámpora.
"Tenemos recuerdos del Ejército, de la Fuerza Aérea, pero no de la Marina. Incluso en la Marina, siendo yo comandante de un barco, me mandaron a cuidar la cocina del Hospital Militar".
"En la Junta Departamental dijeron que no había suficientes antecedentes. Lo que pasa es que no los habíamos votado", sostiene Costa. Probablemente, en aquel momento pesó el hecho de que Nader fue vinculado a hechos ocurridos durante la dictadura.
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