Giza Alterwajn, en la actualidad en su casa de la calle 21 de Setiembre, en el muy montevideano barrio de Pocitos, puede contarlo. Nació en 1940 en el gueto judío de Varsovia. Cuando tenía 8 meses salió oculta en una maleta: una enfermera la rescató para evitar que corriera la misma suerte que tendrían sus padres en campos de concentración nazis. Hasta el final de la guerra vivió como una hija más de una familia cristiana polaca. Su padre adoptivo, que enfrentó a los invasores, también murió en un campo.
En 1945, cuando terminó el conflicto, la fueron a buscar unos tíos maternos, que habían sufrido la persecución y vivieron escondidos en un cubículo detrás de una heladera, en la casa de otra familia. La vida no era fácil tampoco en la Polonia de la posguerra, por lo cual se vinieron al Uruguay dos años más tarde. Aquí, Giza fue a la escuela y al liceo, creció, se casó, trabajó, tuvo hijos y nietos.
Sin embargo, durante décadas muy pocos conocieron esa peripecia. Un día, Giza decidió revelarla. Y ahora trata de difundirla en todos los ámbitos, porque entiende que es su deber. Incluso, muchos años después, pudo reencontrarse con su hermana adoptiva cristiana y recuperar parte de sus memorias infantiles, que había borrado de su mente por miedo.
"Me siento en la obligación de comunicar. Y no es fácil, porque así como muchos reconocen la Shoá, hoy en día, delante mío, los hay negadores. Muchos por ignorancia. Dicen que es un invento de los judíos, que eso nunca existió. Si mientras todavía hay sobrevivientes existen negadores, dentro de pocos años, cuando ya no estemos, ¿qué va a pasar? Entonces, cuando puedo, toco puertas para que me escuchen. Profesores de Historia me han invitado a dar charlas en liceos, Yo me paré y dije: Chicos, chicas, yo soy fulana de tal, soy judía, nací en el gueto de Varsovia. Ellos no sabían lo que era un gueto y algunos nunca habían visto un judío, no sé qué imaginaban. Pero, después de esto, las reacciones de los chicos fueron muy fuertes. Muy lindas, pero muy fuertes. Algunos me pedían perdón por su ignorancia. Pero, ¿cuántos hay a los que no les he llegado, ni yo ni ninguno de los sobrevivientes y siguen pensando igual? Lo primero que yo le digo a todos es que lo que a mí me pasó, mañana, por otro motivo, les puede pasar a ellos. Que nadie está libre de que esto vuelva a pasar. Y hoy en día mucho menos".
El gueto.
En octubre de 1940, los ocupantes nazis de Polonia comenzaron a confinar a los judíos de Varsovia y otras partes del país en unas pocas manzanas detrás de un muro en el centro de la capital. Un mes después nació Giza.
Casi 400.000 personas fueron hacinadas en aquel gueto, a merced del hambre, las enfermedades y la represión, que no eran sino la primera parte de un plan que continuaba con la deportación y el exterminio en el campo concentración de Treblinka.
Una organización secreta llamada Zegota, liderada por la enfermera Irena Sendler, llevaba ayuda a la población del gueto. A riesgo de su propia vida, ella y sus colaboradores evacuaron clandestinamente a unos 2.500 niños judíos, metidos en valijas, cajas, tachos de basura o cualquier otro elemento que los disimulara, y los entregaban a familias cristianas para su cuidado. Irena fue detenida, torturada y hasta condenada a muerte, aunque pudo escapar sin revelar nada. Antes, había enterrado en pequeñas botellas papelitos con los nombres reales y falsos de los niños, lo cual permitió su identificación cuando la guerra terminó. Entre esos chicos estaba Giza. Más tarde se supo lo ocurrido con sus padres: Eduarda murió en Treblinka, Enrique en Auschwitz.
Los relatos.
En 2002, la Universidad ORT produjo el documental A pesar de Treblinka, con la dirección de Gerardo Stawsky. Varios sobrevivientes relataban allí sus esfuerzos por superar el trauma de aquel lugar terrible. Una de las voces principales fue la de Chil Rajchman, de los pocos que lograron escapar de allí. Rajchman, además, sugirió la participación de Giza. Ella aceptó y habló por primera vez de su experiencia. Y le pareció que sería la última.
"Yo sentía un miedo profundo, un poco irracional. Miraba a don Chil Rajchman, una persona fantástica, y le decía: Don Chil, ¿cómo puede hablar tanto sobre lo que pasó?. Y él me respondía: ¿Vos te creés que yo soy normal? Yo soy igual que todos nosotros. Todos los que pasamos la guerra no podemos ser normales. Podemos aparentarlo, unos más que otros, pero no podemos serlo".
Esa actitud de guardar silencio no resultaba inusual entre quienes habían sufrido la Shoá, en cualquier parte donde vivieran. "El mundo no quería escuchar horrores, por eso los sobrevivientes solían agruparse en instituciones propias porque se sentían entre hermanos, se entendían", explica Rita Vinocur, directora del Museo del Holocausto de Montevideo. Una de las pocas excepciones fue, justamente, su madre, Ana Benkel de Vinocur, quien desde 1972 se dedicó a difundir con libros y charlas lo ocurrido durante la guerra. Recién en los últimos tiempos, cuando los sobrevivientes ya eran ancianos, muchos comenzaron a abrirse, señala Rita.
Unos 3.000 judíos llegaron al Uruguay tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, casi todos sobrevivientes del Holocausto, aunque algunos siguieron luego a otros destinos. De aquellos que pasaron por campos de concentración o de trabajo forzado, guetos, niños con identidad cambiada, en escondite y otros tipos de confinamiento, hoy vive alrededor de una treintena, según los registros de instituciones judías, apunta Vinocur.
"Después de varios años de aquel documental, hubo un ciclo de películas contra el racismo, la xenofobia, el antisemitismo y toda forma de discriminación, organizado por el Comité Central Israelita y un grupo de periodistas. Y llegó a mi casa el programa. Entre las películas elegidas estaba A pesar de Treblinka, que iban a dar en el colegio Seminario. Me emocioné y le dije a mi esposo para ir a verla. Si ya la conocés, fuiste parte de ella, ¿para qué querés verla de vuelta?, me preguntó. ¿Sabés para qué quiero ir? Para ver cómo reacciona el público gentil (no judío) ante ese tipo de películas, le contesté. Y fuimos. Estaba lleno de gente, pero la película no se pudo pasar por problemas técnicos. Los organizadores me vieron y me pidieron para subir al estrado. No tuve más remedio que hacerlo. Fue la primera vez en mi vida que empecé a hablar".
Esa noche se encontraba entre el público el doctor Miguel Cherro Aguerre, prestigioso psiquiatra especialista en niños y adolescentes. Y le pidió a Giza establecer contacto para charlar. Nunca había podido estudiar lo que le sucedía a la mente de una persona que había sido niño durante el Holocausto. Con cierta reticencia, ella aceptó mantener conversaciones semanales con Cherro. Ella contaba, el profesional anotaba. Un día, cerca de fin de año, él le comentó que quería publicar todo lo anotado. Giza se negó y menos con su nombre, aunque fuera solo el de pila. ¿Cuántas Gizas había en Uruguay?
"Cherro me explicó la importancia que tenía transmitir a toda la humanidad lo que había pasado, porque era un mensaje muy necesario. En vez de hacer el bien, yo estaba haciendo el mal callándome, me dijo. Ayer te pasó a ti, como le pasó a mucha gente, pero mañana le puede pasar a cualquiera. Y al final me convenció. Entonces el libro se publicó, analizando la mente de un niño de la Shoá, a partir de una historia de vida que es la mía".
Para Cherro, aquella exposición de Giza en el Seminario resultó "muy tocante, muy conmovedora". Por eso quiso hablar con ella. "Fueron charlas informales, sin una dimensión psicoterapéutica, porque esa no era la intención. Pero con el tiempo comprobé que tuvieron ese alcance, para ella y también para mí", explica. Él era un niño de un barrio multiétnico de Montevideo (Bella Vista), mientras se desarrollaba la guerra y los comentarios de los mayores y los vecinos le llegaban, aunque en aquel momento no tenía la noción de lo que pesaría eso en su corazón, según considera ahora. A comienzos de 2009, cuando el libro estaba casi pronto, Cherro se enteró de la llamada que había recibido Giza desde Polonia, y pudo incluirla en su trabajo.
En octubre de 1940, los ocupantes nazis de Polonia comenzaron a confinar a los judíos de Varsovia y otras partes del país en unas pocas manzanas detrás de un muro en el centro de la capital. Un mes después nació Giza.
Casi 400.000 personas fueron hacinadas en aquel gueto, a merced del hambre, las enfermedades y la represión, que no eran sino la primera parte de un plan que continuaba con la deportación y el exterminio en el campo concentración de Treblinka.
Una organización secreta llamada Zegota, liderada por la enfermera Irena Sendler, llevaba ayuda a la población del gueto. A riesgo de su propia vida, ella y sus colaboradores evacuaron clandestinamente a unos 2.500 niños judíos, metidos en valijas, cajas, tachos de basura o cualquier otro elemento que los disimulara, y los entregaban a familias cristianas para su cuidado. Irena fue detenida, torturada y hasta condenada a muerte, aunque pudo escapar sin revelar nada. Antes, había enterrado en pequeñas botellas papelitos con los nombres reales y falsos de los niños, lo cual permitió su identificación cuando la guerra terminó. Entre esos chicos estaba Giza. Más tarde se supo lo ocurrido con sus padres: Eduarda murió en Treblinka, Enrique en Auschwitz.
Los relatos.
En 2002, la Universidad ORT produjo el documental A pesar de Treblinka, con la dirección de Gerardo Stawsky. Varios sobrevivientes relataban allí sus esfuerzos por superar el trauma de aquel lugar terrible. Una de las voces principales fue la de Chil Rajchman, de los pocos que lograron escapar de allí. Rajchman, además, sugirió la participación de Giza. Ella aceptó y habló por primera vez de su experiencia. Y le pareció que sería la última.
"Yo sentía un miedo profundo, un poco irracional. Miraba a don Chil Rajchman, una persona fantástica, y le decía: Don Chil, ¿cómo puede hablar tanto sobre lo que pasó?. Y él me respondía: ¿Vos te creés que yo soy normal? Yo soy igual que todos nosotros. Todos los que pasamos la guerra no podemos ser normales. Podemos aparentarlo, unos más que otros, pero no podemos serlo".
Esa actitud de guardar silencio no resultaba inusual entre quienes habían sufrido la Shoá, en cualquier parte donde vivieran. "El mundo no quería escuchar horrores, por eso los sobrevivientes solían agruparse en instituciones propias porque se sentían entre hermanos, se entendían", explica Rita Vinocur, directora del Museo del Holocausto de Montevideo. Una de las pocas excepciones fue, justamente, su madre, Ana Benkel de Vinocur, quien desde 1972 se dedicó a difundir con libros y charlas lo ocurrido durante la guerra. Recién en los últimos tiempos, cuando los sobrevivientes ya eran ancianos, muchos comenzaron a abrirse, señala Rita.
Unos 3.000 judíos llegaron al Uruguay tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, casi todos sobrevivientes del Holocausto, aunque algunos siguieron luego a otros destinos. De aquellos que pasaron por campos de concentración o de trabajo forzado, guetos, niños con identidad cambiada, en escondite y otros tipos de confinamiento, hoy vive alrededor de una treintena, según los registros de instituciones judías, apunta Vinocur.
"Después de varios años de aquel documental, hubo un ciclo de películas contra el racismo, la xenofobia, el antisemitismo y toda forma de discriminación, organizado por el Comité Central Israelita y un grupo de periodistas. Y llegó a mi casa el programa. Entre las películas elegidas estaba A pesar de Treblinka, que iban a dar en el colegio Seminario. Me emocioné y le dije a mi esposo para ir a verla. Si ya la conocés, fuiste parte de ella, ¿para qué querés verla de vuelta?, me preguntó. ¿Sabés para qué quiero ir? Para ver cómo reacciona el público gentil (no judío) ante ese tipo de películas, le contesté. Y fuimos. Estaba lleno de gente, pero la película no se pudo pasar por problemas técnicos. Los organizadores me vieron y me pidieron para subir al estrado. No tuve más remedio que hacerlo. Fue la primera vez en mi vida que empecé a hablar".
Esa noche se encontraba entre el público el doctor Miguel Cherro Aguerre, prestigioso psiquiatra especialista en niños y adolescentes. Y le pidió a Giza establecer contacto para charlar. Nunca había podido estudiar lo que le sucedía a la mente de una persona que había sido niño durante el Holocausto. Con cierta reticencia, ella aceptó mantener conversaciones semanales con Cherro. Ella contaba, el profesional anotaba. Un día, cerca de fin de año, él le comentó que quería publicar todo lo anotado. Giza se negó y menos con su nombre, aunque fuera solo el de pila. ¿Cuántas Gizas había en Uruguay?
"Cherro me explicó la importancia que tenía transmitir a toda la humanidad lo que había pasado, porque era un mensaje muy necesario. En vez de hacer el bien, yo estaba haciendo el mal callándome, me dijo. Ayer te pasó a ti, como le pasó a mucha gente, pero mañana le puede pasar a cualquiera. Y al final me convenció. Entonces el libro se publicó, analizando la mente de un niño de la Shoá, a partir de una historia de vida que es la mía".
Para Cherro, aquella exposición de Giza en el Seminario resultó "muy tocante, muy conmovedora". Por eso quiso hablar con ella. "Fueron charlas informales, sin una dimensión psicoterapéutica, porque esa no era la intención. Pero con el tiempo comprobé que tuvieron ese alcance, para ella y también para mí", explica. Él era un niño de un barrio multiétnico de Montevideo (Bella Vista), mientras se desarrollaba la guerra y los comentarios de los mayores y los vecinos le llegaban, aunque en aquel momento no tenía la noción de lo que pesaría eso en su corazón, según considera ahora. A comienzos de 2009, cuando el libro estaba casi pronto, Cherro se enteró de la llamada que había recibido Giza desde Polonia, y pudo incluirla en su trabajo.
Danusia.
En febrero de 2009, Giza se sorprendió cuando atendió el teléfono. Eran del Centro Documental Judío de Varsovia y decían que una familia cristiana polaca quería ubicarla. Ella se negó y lo atribuyó a un error, argumentando que era huérfana, pero terminó aceptando la posibilidad. Quien la buscaba era Danuta Galkowa, conocida como Danusia, su hermana adoptiva. Le contó la historia de cómo su familia, los Slazak, la había recibido en su casa. Era un período de su vida que se había borrado completamente de su mente.
Durante años, los Slazak le enviaron cartas a Giza en Montevideo, pero su tío no se las entregó. "No fue por maldad, pienso que no quería que yo volviera a ese pasado", comenta ella. Poco después, Giza viajó a Varsovia y volvió a ver a Danusia después de 65 años. Todavía hoy siguen hablándose por teléfono cada semana. De su primera infancia, sabe hablar polaco con bastante fluidez, aunque no leerlo ni escribirlo.
"Dentro de mi desgracia, tuve la inmensa suerte de haber caído en casa de una familia excepcional, porque Danusia fue ni más ni menos que una luchadora antinazi. Toda su familia lo fue. Yo, una beba judía de ocho meses, ingresé a la casa de una familia cristiana, un matrimonio con seis hijos que, sabiendo que peligraban los suyos, se arriesgaron para mantener a un bebé que no tenía ninguna relación familiar con ellos. Su padre incluso murió en el campo de concentración de Flossenbürg por ser una persona de bien".
De las charlas con Cherro, Giza comprobó que la maleta puede tener un doble significado. "Por un lado es el vehículo por donde me sacaron en forma clandestina del gueto. Por otro lado, es esto (se señala la cabeza). Es la memoria, lo que tenemos encapsulado. A veces creemos que no tenemos memoria y, sin embargo, hacemos cosas de las que no nos damos cuenta", dice.
Cuando Giza tuvo su primera hija, quiso ponerle Estefanía. No era un nombre judío pero le gustaba y no sabía por qué. Al final pesó la tradición y la llamaron Déborah. Con los años, cuando Giza se reencontró con Danusia, se enteró de muchas cosas de su infancia. Por ejemplo, que alguien la delató: una niña pequeña había llegado a la casa sin que la señora hubiera estado embarazada. Cuando llegó la policía, los Slazak argumentaron que se trataba de la hija de una prima que había perdido a su esposo. Hasta tenía papeles, que la nombraban como Estefanía Szymkowiak.
Difusión.
En 1998, Danusia escribió el libro Éramos los Robinson Crusoe de Varsovia, una memoria de la resistencia polaca que luchó sin armas y sin ayuda contra los nazis. Uno de sus capítulos está dedicado a su familia y menciona a su hermana judía, a quien todavía no había vuelto a ver. Incluso ella aparece en una foto familiar.
Además del libro de Cherro, Giza, la niña de la maleta, el español David Serrano Blanquer hizo un documental con el mismo título y más tarde escribió un libro, El llanto de la maleta, sobre la experiencia de entrevistarla.
"Giza representa el perfil del sobreviviente. Alguien que calló durante muchos años porque su relato no sería escuchado, incluso ni creído, y para proteger a los suyos y que, muchos años más tarde, encuentra el modo de contar su historia", comenta Serrano desde Barcelona. "Cherro, Stawsky y yo mismo la ayudamos a ello. Hasta el punto que cambia su rol para convertirse en defensora de la memoria, como prevención ante futuros totalitarismos. Su relato es imprescindible para las nuevas generaciones".
"En la historia de mi vida no hay religiones. Acá lo único que vale es el ser humano. Mi hermana de adopción Danusia me lo dijo muy claro: Cuando alguien te pregunte, vos decís que tenés tu familia cristiana del otro lado del Atlántico, en Polonia. Y yo digo que tengo mi familia judía del otro lado del Atlántico, en Uruguay. Creo que esa es la mejor expresión para unir al ser humano por encima de cualquier religión, raza, color o creencia"
Tema de clase en España.
El docente, escritor e investigado español David Serrano Blanquer, especialista en la memoria del Holocausto, dirigió el documental sobre Giza Alterwajn, que luego llevó a un libro. El año próximo, ese trabajo se publicará en polaco y ya hay interesados para hacerlo en inglés y alemán. Además, Serrano utiliza esa historia con sus alumnos, con una intención pedagógica y al mismo tiempo de compromiso social. "La lucha que representan Giza y Danusia emociona a los estudiantes y los remueve. Los obliga a pensar sobre dos aspectos interesantes desde el punto de vista del compromiso: la capacidad de resistencia ante las situaciones más adversas y la solidaridad altruista de mucha gente que ayuda a la sobrevivencia", explica.
En febrero de 2009, Giza se sorprendió cuando atendió el teléfono. Eran del Centro Documental Judío de Varsovia y decían que una familia cristiana polaca quería ubicarla. Ella se negó y lo atribuyó a un error, argumentando que era huérfana, pero terminó aceptando la posibilidad. Quien la buscaba era Danuta Galkowa, conocida como Danusia, su hermana adoptiva. Le contó la historia de cómo su familia, los Slazak, la había recibido en su casa. Era un período de su vida que se había borrado completamente de su mente.
Durante años, los Slazak le enviaron cartas a Giza en Montevideo, pero su tío no se las entregó. "No fue por maldad, pienso que no quería que yo volviera a ese pasado", comenta ella. Poco después, Giza viajó a Varsovia y volvió a ver a Danusia después de 65 años. Todavía hoy siguen hablándose por teléfono cada semana. De su primera infancia, sabe hablar polaco con bastante fluidez, aunque no leerlo ni escribirlo.
"Dentro de mi desgracia, tuve la inmensa suerte de haber caído en casa de una familia excepcional, porque Danusia fue ni más ni menos que una luchadora antinazi. Toda su familia lo fue. Yo, una beba judía de ocho meses, ingresé a la casa de una familia cristiana, un matrimonio con seis hijos que, sabiendo que peligraban los suyos, se arriesgaron para mantener a un bebé que no tenía ninguna relación familiar con ellos. Su padre incluso murió en el campo de concentración de Flossenbürg por ser una persona de bien".
De las charlas con Cherro, Giza comprobó que la maleta puede tener un doble significado. "Por un lado es el vehículo por donde me sacaron en forma clandestina del gueto. Por otro lado, es esto (se señala la cabeza). Es la memoria, lo que tenemos encapsulado. A veces creemos que no tenemos memoria y, sin embargo, hacemos cosas de las que no nos damos cuenta", dice.
Cuando Giza tuvo su primera hija, quiso ponerle Estefanía. No era un nombre judío pero le gustaba y no sabía por qué. Al final pesó la tradición y la llamaron Déborah. Con los años, cuando Giza se reencontró con Danusia, se enteró de muchas cosas de su infancia. Por ejemplo, que alguien la delató: una niña pequeña había llegado a la casa sin que la señora hubiera estado embarazada. Cuando llegó la policía, los Slazak argumentaron que se trataba de la hija de una prima que había perdido a su esposo. Hasta tenía papeles, que la nombraban como Estefanía Szymkowiak.
Difusión.
En 1998, Danusia escribió el libro Éramos los Robinson Crusoe de Varsovia, una memoria de la resistencia polaca que luchó sin armas y sin ayuda contra los nazis. Uno de sus capítulos está dedicado a su familia y menciona a su hermana judía, a quien todavía no había vuelto a ver. Incluso ella aparece en una foto familiar.
Además del libro de Cherro, Giza, la niña de la maleta, el español David Serrano Blanquer hizo un documental con el mismo título y más tarde escribió un libro, El llanto de la maleta, sobre la experiencia de entrevistarla.
"Giza representa el perfil del sobreviviente. Alguien que calló durante muchos años porque su relato no sería escuchado, incluso ni creído, y para proteger a los suyos y que, muchos años más tarde, encuentra el modo de contar su historia", comenta Serrano desde Barcelona. "Cherro, Stawsky y yo mismo la ayudamos a ello. Hasta el punto que cambia su rol para convertirse en defensora de la memoria, como prevención ante futuros totalitarismos. Su relato es imprescindible para las nuevas generaciones".
"En la historia de mi vida no hay religiones. Acá lo único que vale es el ser humano. Mi hermana de adopción Danusia me lo dijo muy claro: Cuando alguien te pregunte, vos decís que tenés tu familia cristiana del otro lado del Atlántico, en Polonia. Y yo digo que tengo mi familia judía del otro lado del Atlántico, en Uruguay. Creo que esa es la mejor expresión para unir al ser humano por encima de cualquier religión, raza, color o creencia"
Tema de clase en España.
El docente, escritor e investigado español David Serrano Blanquer, especialista en la memoria del Holocausto, dirigió el documental sobre Giza Alterwajn, que luego llevó a un libro. El año próximo, ese trabajo se publicará en polaco y ya hay interesados para hacerlo en inglés y alemán. Además, Serrano utiliza esa historia con sus alumnos, con una intención pedagógica y al mismo tiempo de compromiso social. "La lucha que representan Giza y Danusia emociona a los estudiantes y los remueve. Los obliga a pensar sobre dos aspectos interesantes desde el punto de vista del compromiso: la capacidad de resistencia ante las situaciones más adversas y la solidaridad altruista de mucha gente que ayuda a la sobrevivencia", explica.
Conclusiones para un congreso.
El médico psiquiatra Miguel Cherro Aguerre proyecta llevar las conclusiones de sus charlas con Giza Alterwajn al congreso de la World Association for Infant Mental Health, que se realizará en Roma en 2018. "Con las charlas con Giza como compañera de trabajo comprobé cómo las investigaciones sobre la teoría del apego se cumplen plenamente —dice el profesional—. Ella tenía la convicción de que su infancia, hasta los seis o siete años, había sido desastrosa, como la de un niño sometido a los horrores de la guerra. Pero la situación de Giza, en el momento en que tuvimos nuestras charlas, me hablaba de una persona que no había padecido ese sufrimiento sino que había recibido mucho amor, que había representado algo significativo dentro de su familia adoptiva. Cuando apareció su hermana adoptiva cristiana confirmamos que Giza había despertado mucho cariño y se había integrado bien a esa familia". Además, Cherro proyecta reeditar su libro, que se encuentra agotado.
Luis Prats
Fuente: El País
El médico psiquiatra Miguel Cherro Aguerre proyecta llevar las conclusiones de sus charlas con Giza Alterwajn al congreso de la World Association for Infant Mental Health, que se realizará en Roma en 2018. "Con las charlas con Giza como compañera de trabajo comprobé cómo las investigaciones sobre la teoría del apego se cumplen plenamente —dice el profesional—. Ella tenía la convicción de que su infancia, hasta los seis o siete años, había sido desastrosa, como la de un niño sometido a los horrores de la guerra. Pero la situación de Giza, en el momento en que tuvimos nuestras charlas, me hablaba de una persona que no había padecido ese sufrimiento sino que había recibido mucho amor, que había representado algo significativo dentro de su familia adoptiva. Cuando apareció su hermana adoptiva cristiana confirmamos que Giza había despertado mucho cariño y se había integrado bien a esa familia". Además, Cherro proyecta reeditar su libro, que se encuentra agotado.
Luis Prats
Fuente: El País
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