Con los diputados albaneses enzarzados desde hace meses en si aprueban o no la reforma para depurar el corrupto sistema judicial tal y como exige Bruselas, en Tirana causó estupefacción que Michael Gove, ferviente promotor del Brexit, pusiera a Albania como modelo de relación comercial con la UE. En abril, cuando aún era titular de Justicia en el Gobierno de David Cameron, propuso cambiar el pleno acceso británico al mercado de 500 millones de consumidores por un acuerdo comercial como el que Albania tiene con la UE y que Tirana querría estrechar a toda costa. A ojos de Edi Rama, el primer ministro albanés, el Brexit es “el mayor daño que se ha autoinfligido un país después de la Segunda Guerra Mundial”.
Rama, de 52 años, mide dos metros, viste zapatillas de deporte y traje sin corbata. Es un tipo directo y cercano. Durante una década alternó su perfil artístico —es pintor— con su cargo de alcalde de Tirana. Él tuvo la idea de iluminar con colores los grises bloques de pisos de la capital. A la entrada de su despacho, tiene una canasta de baloncesto, un deporte que practicó un tiempo. Las paredes están forradas con las decenas de dibujos que aún hace con rotulador. Lleva tres años al frente del Gobierno y tiene claro que el destino de Albania está en la UE.
“Para nosotros es el único camino para modernizarnos”. Cree que “el mayor enemigo de la Unión es la inercia” y que su país necesita por lo menos 10 años para aplicar todas las reformas que requiere. La UE les asesora para rediseñar las instituciones y la Constitución, de la que tendrían que cambiar un tercio. Rama, socialista, respondió a Gove en una tribuna en The Times. Le explicó las trabas que padecen para exportar, las normas que deben aceptar por estar fuera. Le replica que este no es un modelo para Gran Bretaña: “Háganos caso, vivimos aquí”.
Ridi, de 20 años, está haciendo tiempo en su país hasta que pueda volver a Hamburgo, donde trabaja como ayudante de cocina. Quiere ser un “gran chef” allí, afirma, pero por ahora solo puede pasar 90 días en un periodo de 180 en Alemania, el límite que tienen los albaneses para viajar a la UE sin visado, como turistas. “Mi tío me consiguió el puesto. Es muy difícil lograr los papeles”, dice. “Ojalá entremos pronto en la UE para ir a trabajar con libertad”, comenta, aunque asegura: “Yo nunca me iría si ganara aquí 1.500 euros al mes”. Esa cantidad es cuatro veces el sueldo medio, de unos 380 euros.
Albania es uno de los países más pobres de Europa. Un millón de personas ha tenido que emigrar desde la caída del comunismo, en 1991. La vida nunca ha sido fácil para la mayoría de sus 2,8 millones de habitantes. Ajet, de 65 años, reparaba tanques hasta que en 2001 lo prejubilaron y tuvo que ponerse a trabajar de fontanero para sobrevivir.
Ridi, de 20 años, está haciendo tiempo en su país hasta que pueda volver a Hamburgo, donde trabaja como ayudante de cocina. Quiere ser un “gran chef” allí, afirma, pero por ahora solo puede pasar 90 días en un periodo de 180 en Alemania, el límite que tienen los albaneses para viajar a la UE sin visado, como turistas. “Mi tío me consiguió el puesto. Es muy difícil lograr los papeles”, dice. “Ojalá entremos pronto en la UE para ir a trabajar con libertad”, comenta, aunque asegura: “Yo nunca me iría si ganara aquí 1.500 euros al mes”. Esa cantidad es cuatro veces el sueldo medio, de unos 380 euros.
Albania es uno de los países más pobres de Europa. Un millón de personas ha tenido que emigrar desde la caída del comunismo, en 1991. La vida nunca ha sido fácil para la mayoría de sus 2,8 millones de habitantes. Ajet, de 65 años, reparaba tanques hasta que en 2001 lo prejubilaron y tuvo que ponerse a trabajar de fontanero para sobrevivir.
“En el comunismo soñaba con salir al extranjero. Este era el país más aislado del mundo. Mi familia vivía al otro lado de la frontera con Macedonia y no podía ir a visitarlos. Ahora, con solo enseñar el carnet, cruzo”, cuenta cerca de una de las terrazas que se amontonan en el barrio de El Bloque, lleno de música, jóvenes y energía. Esta zona de mansiones coloridas y machacadas fue, durante décadas, una zona prohibida para los albaneses: solo tenían acceso la cúpula comunista y sus familias, que ejercían un poder despiadado y sofocante sobre la población.
“Para nosotros, la UE es el único camino para modernizarnos”, señala el primer ministro albanés
Hoy se celebra el final del Ramadán en un país donde cerca del 60 % de la población es musulmana. “En mi pueblo, yo iba a la mezquita. Hasta que [el dictador Enver] Hoxha lo prohibió. Estábamos obligados a acatar esas normas, no había otra solución”, dice Ajet. Aunque ya no lo practica, está orgulloso de la tolerancia religiosa del país, “es un modelo en Europa”. Le gustaría cobrar una pensión como la de un italiano o un español: “He oído que llegan hasta los 1.000 euros”.
En Albania, se calcula que la economía sumergida representa alrededor del 30 % del PBI. Apenas existen infraestructuras. La corrupción ha colonizando los servicios públicos. En los negocios, lo habitual es “dar sobornos a funcionarios a cambio de que no pongan multas”, dice un jefe de ventas de una empresa. En los hospitales y en la universidad también es común pagar para ser atendido o para no suspender una asignatura. El propio ministro de Justicia reconoce, en una reunión con periodistas europeos en Tirana, que muchos jueces reciben mordidas, que casi nadie confía en la Justicia y que la corrupción es un “fenómeno endémico” en el país.
Lo más básico está por construirse aún: desde que las instituciones funcionen con cierta independencia, hasta algo tan familiar como llamar al 112 por una emergencia y que conteste alguien. En Tirana acaban de estrenar este servicio, un proyecto financiado por la UE que permite centralizar todas las llamadas. Antes perdían el 30 % de los avisos. Ahora, todas las tardes los agentes recorren los barrios, casa por casa, para darlo a conocer. Al abrir la puerta, la gente se queda petrificada al ver a los policías, que no tienen la mejor fama —por la corrupción— en el país. Están mejorando su imagen.
Tirana está, días antes de la final, plagada de pantallas gigantes de televisión para ver la Eurocopa. Por primera vez, el país ha visto jugar a su selección y los aficionados no han ido con un equipo extranjero, sino con el suyo. El orgullo por ese logro y el optimismo de los albaneses hacia Europa ha coincidido con el bajón del Brexit. Varios altos cargos admiten en privado que han notado en Bruselas cómo se enfría el afán por ampliar la Unión. La sensación que tenían los albaneses de ser los últimos —en acabar con el comunismo, en ser país candidato—, se resumía en una frase que se usaba hace tiempo: “Albania entrará en la UE cuando hayan salido todos”. Ahora apenas se dice, pero el pronóstico, aunque remoto, ha empezado a ser una posibilidad real.
“Para nosotros, la UE es el único camino para modernizarnos”, señala el primer ministro albanés
Hoy se celebra el final del Ramadán en un país donde cerca del 60 % de la población es musulmana. “En mi pueblo, yo iba a la mezquita. Hasta que [el dictador Enver] Hoxha lo prohibió. Estábamos obligados a acatar esas normas, no había otra solución”, dice Ajet. Aunque ya no lo practica, está orgulloso de la tolerancia religiosa del país, “es un modelo en Europa”. Le gustaría cobrar una pensión como la de un italiano o un español: “He oído que llegan hasta los 1.000 euros”.
En Albania, se calcula que la economía sumergida representa alrededor del 30 % del PBI. Apenas existen infraestructuras. La corrupción ha colonizando los servicios públicos. En los negocios, lo habitual es “dar sobornos a funcionarios a cambio de que no pongan multas”, dice un jefe de ventas de una empresa. En los hospitales y en la universidad también es común pagar para ser atendido o para no suspender una asignatura. El propio ministro de Justicia reconoce, en una reunión con periodistas europeos en Tirana, que muchos jueces reciben mordidas, que casi nadie confía en la Justicia y que la corrupción es un “fenómeno endémico” en el país.
Lo más básico está por construirse aún: desde que las instituciones funcionen con cierta independencia, hasta algo tan familiar como llamar al 112 por una emergencia y que conteste alguien. En Tirana acaban de estrenar este servicio, un proyecto financiado por la UE que permite centralizar todas las llamadas. Antes perdían el 30 % de los avisos. Ahora, todas las tardes los agentes recorren los barrios, casa por casa, para darlo a conocer. Al abrir la puerta, la gente se queda petrificada al ver a los policías, que no tienen la mejor fama —por la corrupción— en el país. Están mejorando su imagen.
Tirana está, días antes de la final, plagada de pantallas gigantes de televisión para ver la Eurocopa. Por primera vez, el país ha visto jugar a su selección y los aficionados no han ido con un equipo extranjero, sino con el suyo. El orgullo por ese logro y el optimismo de los albaneses hacia Europa ha coincidido con el bajón del Brexit. Varios altos cargos admiten en privado que han notado en Bruselas cómo se enfría el afán por ampliar la Unión. La sensación que tenían los albaneses de ser los últimos —en acabar con el comunismo, en ser país candidato—, se resumía en una frase que se usaba hace tiempo: “Albania entrará en la UE cuando hayan salido todos”. Ahora apenas se dice, pero el pronóstico, aunque remoto, ha empezado a ser una posibilidad real.
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