En
la escuela número 58 en Penza, una capital regional a ocho horas y
media en auto al sureste de Moscú, aún no hay consenso sobre el dictador ruso llamado Joseph Stalin. (su nombre verdadero era Yossif V. Dzhugashvili) “Fue
un gran hombre, único en la historia”, opinó Zhenya Viktorov, quien
cursa el grado 11, en una visita que hice hace poco. Su compañera Amina
Kurayev fue más cautelosa: “No fue tan terrible como cuentan” dice al hablar del hombre que provocó la muerte de unos 15 a 20 millones de habitantes del país.
¿Pero
qué dicen cuando se les pregunta sobre los millones de soviéticos que
recibieron un disparo o que terminaron en un gulag? “No se reprimió a
nadie sin motivo”, subrayó Zhenya. Cuando le pregunté a cuántos
opositores políticos había asesinado Stalin, respondió que “miles” y
explicó que “no ejecutó a tantos, ni de forma tan inhumana como les
gusta decir en los medios”.
Al
menos 15 millones de personas murieron en prisiones y campos de trabajo
bajo el mandato de Stalin y su antecesor Vladimir Lenin, según
Alexander Yakovlev, quien dirigió una comisión sobre la rehabilitación
de las víctimas de la represión política. Los cálculos varían, pero hay
un consenso sobre que las víctimas de Stalin suman millones.
Sin embargo, opiniones como las de Zhenya se hacen cada vez más comunes en Rusia. Las encuestas muestran una mejoría gradual en las percepciones que se tienen de Stalin, quien fue mandatario de la Unión Soviética
desde finales de la década de los años veinte hasta su muerte en 1953.
El 40 % de los rusos creen que la era de Stalin trajo “más bien
que mal”, en comparación un 27 % en 2012, de acuerdo con un estudio del Levada Center, con sede en Moscú.
En
enero de 2015, un 52 % de los rusos declararon que Stalin
“probablemente” o“definitivamente” desempeñó un papel positivo en el
país.
Esta discreta rehabilitación comenzó después que Vladimir V. Putin
asumiera el poder en 1999.
El legado de Stalin se convirtió en una
justificación tácita para que el gobierno de Putin fortaleciera su
propia posición de poder. Durante el gobierno de Stalin, el “orden” y el
prestigio nacional estuvieron por encima de los derechos humanos y las
libertades civiles.
“Al
elevar la figura de Stalin, el régimen de Putin intenta vender la idea
de que los intereses del colectivo son más importantes que las vidas
individuales, y así el régimen tiene menos responsabilidad ante la
sociedad”, comentó Lev Gudkov, investigador del Levada Center.
Aunque
los libros de texto y los programas de la televisora estatal llegan a
mencionar los abusos que cometió Stalin en contra de los derechos
humanos, lo honran como un gran líder. Putin autorizó un monumento en
honor a las víctimas de las represiones sociales soviéticas en Moscú,
pero lo más probable es que solo sea política. Quiere complacer a las
masas que cada vez se enamoran más de Stalin, pero sin hacer a un lado a
otros rusos, como los intelectuales de Moscú, que lo aborrecen.
El
presidente también ha elogiado con prudencia a Stalin: “Podemos criticar
a los comandantes y a Stalin todo lo que queramos, ¿pero alguien puede
decir con certeza que con un enfoque distinto podríamos haber ganado?”,
ha declarado en alusión a la Segunda Guerra Mundial.
Pero Stalin es objeto de algo más que un dudoso apoyo retórico. La Sociedad Histórica Militar de Rusia, que Putin fundó
en 2012, que recibe fondos del Estado por millones de dólares cada año,
pagó el 22 de febrero un busto de Stalin que se instalará en un museo
sobre la guerra, en Pskov, cerca de la frontera con Estonia.
¿Por
qué Stalin es cada vez más popular? En primer lugar, las personas cada
vez se acuerdan menos de sus ejecuciones y campos de concentración, que
comenzaron a investigarse en detalle y a discutirse abiertamente en
Rusia apenas en los ochenta.
Yo
lo pude comprobar de primera mano en Penza. En el Centro Stalin, los
comunistas compartieron cómo añoraban su economía planificada, y
argumentaron que la hiperinflación de los años noventa fue mucho peor
que la carestía de la era soviética; un taxista de derecha me dijo que
sus personajes históricos favoritos son Stalin y Hitler porque lograron
“mantener el orden”.
En
la Rusia actual, funcionarios corruptos roban el presupuesto, la
policía exige sobornos, y se cree que es posible comprar y vender a los
jueces. El anhelo por el “orden” del pasado es palpable. El problema es
que los partidarios del orden no imaginan que ellos pueden sufrir la
represión, expresó Sergei Oleynik, director del partido liberal Yabloko,
capítulo Penza. “Cuando hablan de la era de Stalin, imaginan la funda
de la pistola a la cintura, pero no el cañón apuntado hacia su cuello”,
subrayó.
El
Kremlin también aprovecha la nostalgia rusa para reforzar su estado de
superpotencia al exaltar las glorias del pasado soviético, en especial
su victoria en la Segunda Guerra Mundial, por encima de las
persecuciones y hambrunas.
Si
Rusia se rehúsa a reconocer los excesos del gobierno más tiránico de su
pasado, no podrá reformar a su gobierno, cada vez más autoritario y
corrupto, que rechaza los valores “occidentales”, como los derechos
humanos y la democracia, pero adopta su modelo económico capitalista.
Victor Erofeyev, un novelista cuyo padre fue traductor de Stalin, afirmó
que “cuando Stalin muera en el alma del último ruso, podremos decir que
nuestro país tiene futuro”. Por desgracia, Putin no tiene ningún
problema con mantenerlo vivo.
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