50 médicos pakistaníes están
trabajando en servicios de emergencias y mutualistas de Uruguay, principalmente del
interior. Tras un terremoto terrible en su país, el gobierno cubano los
becó para estudiar en la isla y luego de recibirse eligieron Uruguay
para asentarse.
El 8 de octubre de 2005, Pakistán sufrió el
peor terremoto de los últimos 100 años. Pueblos enteros desaparecieron,
tres millones de personas perdieron sus hogares y en cuanto a los
muertos, fue como si desapareciera toda la población de Cerro Largo, más
de 86.000 personas. La tragedia hizo eco en todo el mundo y el gobierno
cubano decidió enviar a 2.500 médicos a la otra mitad del planeta para
ayudar a los sobrevivientes.
Esa mañana en la que la tierra se sacudió, Muhammad
Noman Imtiaz estaba reunido en un viejo edificio universitario erguido
en 1860. Noman recuerda todavía cómo las luces del lugar que colgaban de
cables largos atravesaban el techo en vaivén y cómo a su alrededor
caían árboles y columnas, mientras que el edificio se mantenía firme.
También rememora la presencia de esos médicos cubanos que, a los ojos de
un joven de 18 años, hicieron lo imposible. Su voz calma cobra ímpetu y
se acelera: "Nos sorprendió cómo ese país, bloqueado como estaba, logró
estar preparado para un desastre que nosotros, que somos casi 200
millones, no pudimos enfrentar", explica, todavía admirado.
Hoy, Noman es uno de los casi 1.000 médicos pakistaníes
que aprendieron la profesión en Cuba, gracias a un programa de becas
del gobierno que surgió después del terremoto. Y no fue casualidad que
el joven médico terminara en Uruguay. Noman fue el primero de alrededor
de 50 de estos médicos pakistaníes que desde 2014 decidieron viajar a
Uruguay para trabajar, estudiar e instalarse.
En palabras de Fernando Tomasina, decano de la Facultad
de Medicina de la Udelar, vinieron en "cuentagotas". De a uno o dos por
mes, aprovechando los convenios que la universidad tiene con Cuba, al
igual que muchos cubanos.
Uno más.
Entre los países hispanohablantes que revalidaban la
carrera a los médicos formados en Cuba, Uruguay ofrecía, según Noman, el
mejor prospecto: menos corrupción, una economía estable y un buen
sistema de salud. Y a pesar de haber investigado bastante, su llegada a
Uruguay fue con el pie izquierdo.
Noman planeaba pasar sus primeros días en el país en
un hostel sobre la calle Maldonado del Centro de Montevideo. Al llegar,
se tomó un ómnibus y siguió indicaciones. En el camino lo sorprendió el
paisaje: no había visto esas playas tan bonitas en internet. Se bajó del
ómnibus y miró el mapa de papel que había obtenido al llegar, pero las
calles no coincidían: había llegado a la ciudad de Maldonado. A dos años
del episodio, el pakistaní de 28 años ya trabajó en varias emergencias
médicas, está a punto de conseguir la residencia, toma mate y vio a la
selección en el Centenario. Incluso su acento de extranjero que habla
español se camufla con el local, sin perder el tinte caribeño importado
de Cuba.
"Ustedes no saben lo que es la inseguridad", dice
cuando se le pregunta por el país. "He visto cosas horribles". Noman
cree que lo que llega a Uruguay sobre su país es solamente una parte de
lo que en realidad ocurre y que la visión de los extranjeros queda así
sesgada por los ataques terroristas y la violencia. Culpa a la
intervención extranjera de los conflictos que azotan a Pakistán y cuando
piensa en las víctimas, entiende que quienes más lo han sufrido son los
propios pakistaníes.
"Mucha gente vive con miedo", dice, y en seguida
baja la voz para referirse a su familia. "Mi hermano menor es militar,
capitán. Tenemos miedo de que en cualquier momento lo podamos perder por
la manera en que trabaja". Su hermano es uno de los tantos que
participan de la lucha que el gobierno lleva contra los grupos
extremistas armados. El último ataque, ocurrido en la ciudad de Lahore,
causó la muerte de 72 personas entre las que había al menos 29 niños.
De todas formas, es optimista sobre el futuro y el rumbo de la guerra
contra el terrorismo. "En estos próximos años van a ver un Pakistán muy
distinto", pronostica.
Con un contexto mundial en que un acento pakistaní,
barba larga y el hecho de ser musulmán son detonantes de prejuicios,
tanto Noman como otros de los pakistaníes que viven en Uruguay
encuentran un país abierto. Sus compañeros de trabajo en emergencias
móviles privadas del interior llegaron a convertirse en "familia",
señala Noman. A pesar de esto, quiere emigrar hacia Australia, donde
espera revalidar su título y seguir formándose. En Uruguay, dice, tanto
él como sus compañeros tienen dificultades para encontrar un trabajo
fijo. Cubren suplencias y guardias, generalmente en el interior, pero no
tienen aún los requisitos para ser funcionarios públicos y trabajar en
instituciones de salud del Estado. Entonces van de una localidad a otra,
cumplen jornadas de 48, 36 o 72 horas, pero no tienen estabilidad
laboral.
De Pakistán a San José.
Ashfaq Ahmed se enteró de que había sido
seleccionado para viajar a Cuba casi de casualidad. La única forma de
recibir la noticia era a través del sistema postal y él estaba
estudiando lejos de su casa cuando llegó la carta de aceptación. La
recibió su hermano, casi en el límite del plazo para aceptar, y cuando
se lo dijo, partió corriendo a tomar un ómnibus hacia la capital para
presentarse. Otros ni siquiera llegaron a saber que habían sido elegidos
a causa de las cartas demoradas, explica.
En Pakistán es difícil ingresar a la carrera de
Medicina porque tiene cupos. Por eso, la propuesta de ir a Cuba era una
forma alternativa de convertirse en médico. Sin embargo, un vez que
terminó la carrera supo que no podría revalidarla con tanta facilidad:
necesitaba dar tres pruebas y esperar más de un año —algunos dicen que
podrían llegar a ser dos o tres— para finalmente obtener su título. En
Uruguay solamente tuvo que pasar un examen de Medicina Legal.
Los médicos pakistaníes cuentan que el sistema de
salud cubano es muy distinto al uruguayo y el pakistaní. En cada barrio,
recuerda Noman, hay un médico que trata a las familias antes de
derivarlas a las policlínicas o especialistas. "No tienen brillos,
vidrios, lujos o la última tecnología, pero lo que tienen es un sistema
muy bien estratificado", dice Noman. "La formación es para la comunidad.
No te dan mucha formación para emergencias y Uruguay sí presta atención
en emergencias", apunta Ashfaq, que trabaja en una emergencia móvil de
San José.
De todas formas, no está entre sus planes quedarse a
vivir. Este viernes Ashfaq comenzó la práctica para especializarse en
pediatría en el Hospital Pereira Rossell. Luego, planea obtener un
título por la misma especialidad en Inglaterra, que sí se puede
revalidar en Pakistán. En ocho o 10 años pretende volver a su país.
Una mujer fuerte.
De niña, la doctora Kawish Tabassum Ashraf quería
ser astronauta. La segunda opción era estudiar medicina, como su padre.
Por haber nacido mujer y en Pakistán, un país donde está mal visto que
anden en la calle sin compañía masculina o donde hay zonas en que les
prohíben ir a la escuela o universidad, es una de las pocas que puede
vivir sola, siendo soltera y en la otra punta del mundo. De hecho, con
25 años, es la única de las tres médicas pakistaníes que viajaron a
Uruguay que no tiene esposo.
Su padre y su madre —directora de una oficina de
educación en la ciudad de Karachi, la más poblada de Pakistán— siempre
le permitieron seguir sus deseos y criaron a sus cuatro hijos e hijas
como iguales. La joven pakistaní pretende convertirse en pediatra o en
oncóloga. Incluso tal vez ambas. Fue esa vocación la que la llevó a
postularse para la beca en Cuba y, como al resto, las ganas de trabajar
la trajeron a Uruguay.
Kawish llegó a Uruguay hace dos meses. Vive en el
Centro de Montevideo, en una habitación privada de un hostal en el que
también hay jóvenes de otros países y del interior de Uruguay. Recién
está preparando el examen de Medicina Legal para luego revalidar el
título.
La experiencia de otros pakistaníes es siempre una
referencia para los nuevos. "Creo que ellos piensan que soy muy
liberal", comentó. "Están sorprendidos y me dicen tu eres muy fuerte,
viniste sola". Para otras jóvenes de Pakistán, fue una inspiración.
Varias ya la han tomado como ejemplo para lograr el permiso de sus
padres y así estudiar en otros países, dice con timidez.
"¿Qué está pasando aquí que no les dan derechos a
las mujeres?", reflexionó Kawish en una de sus visitas a Pakistán. El
tema había sido para ella algo lejano, tal vez asociado más a las
personas que viven en el campo. Estar en Cuba y sentir el contraste en
carne propia cambió su forma de pensar.
Kawish lleva un vestido que cubre parte de sus
brazos, zapatillas deportivas y las uñas pintadas de rojo. Tras una
sonrisa tímida, su voz suave mezcla el acento pakistaní con el cubano.
Eligió este país porque tenía compañeros uruguayos en su universidad y,
tras escuchar los comentarios que hacían, le sedujo la idea. A pesar de
que las diferencias culturales son abismales, ha logrado adaptarse
manteniendo sus costumbres, como la comida y la vestimenta. Tras siete
años en Cuba, ya tenía la confianza de sus padres ganada. Entonces,
resume: "Me vine pacá".
Intercambio académico y cultural.
A la universidad cubana de Ciencias Médicas de Villa
Clara llegaron alrededor de 350 pakistaníes, a quienes las autoridades
de la institución definen como estudiosos y respetuosos. De entre los
que se licenciaron, 150 recibieron título de oro, una distinción por su
rendimiento académico. El objetivo de las becas era brindarles formación
a los pakistaníes para que luego pudieran ejercer fuera del país, ya
que si hay algo que a Cuba no le falta, son médicos.
Un país que convive con terroristas a diario.
El último ataque terrorista en Pakistán, ocurrido el
domingo pasado, se llevó la vida de 72 personas. Unas semanas antes, un
grupo de hombres armados irrumpió a tiros en una universidad al norte
del país, lo que provocó 25 muertes. Fue también en Pakistán que un
grupo de talibanes le disparó a la bloguera adolescente ganadora del
Premio Nobel de la Paz en 2014, Malala Yousafzai, por promover la
educación de las niñas pakistaníes. En 2014 un grupo de personas armadas
asesinó a 148 niños hijos de militares que estudiaban en una escuela.
Fue uno de los ataques más sangrientos y crueles de la historia del
país. El pakistaní Noman Imtiaz recuerda que uno de sus primos tuvo la
mala suerte de encontrarse en el lugar equivocado en el momento
equivocado, y como resultado de la explosión de un ataque quedó sordo de
un oído. En los últimos años, la lucha armada entre el gobierno y los
grupos extremistas generó una reducción en la cantidad de ataques a
civiles.
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