El pasado mes de enero se desató una polémica con el economista Fernando Isabella sobre el quehacer económico y político en nuestra realidad nacional. Su primer artículo, “¿A la izquierda del crecimiento económico?”,1 publicado en La Diaria el pasado 31 de diciembre, tuvo respuesta de mi parte en la edición del 8 de enero de Brecha (“¿Compromiso por el crecimiento o tomar las riendas de la economía?”2). Ésta a su vez tuvo una contrarrespuesta en La Diaria del jueves 14 de enero (“El hombre que estaba a la izquierda del crecimiento económico”3). En esta columna pretendo responder al último aporte de Isabella.
Entiendo que el debate de fondo refiere en primer lugar a las preguntas ¿qué está pasando y qué puede pasar tendencialmente con el proceso económico en Uruguay? Y sobre esa base, ¿qué se debe hacer?
En cuanto al método, el camino debe ser poner el foco en la realidad concreta uruguaya y su entroncamiento con el resto del mundo. Recurrir a un despliegue abrumador de citas y referencias de todo tipo, aparentando una sucesión demoledora de ejemplos convergentes en la legitimación de nuestro planteo, acaba resultando en un debate lleno de ruido y con su cerno perdido entre la pirotecnia.
En principio creo que el problema del enfoque de Isabella comienza en el diagnóstico. No atendiendo a la distinción entre lo orgánico y lo coyuntural, acaba sobrestimando las posibilidades reales de nuestra actual formación socioeconómica para satisfacer las necesidades sociales. Si bien los años de crecimiento excepcional que tuvieron casi toda América Latina y Uruguay en la última década han cambiado sustancialmente el paisaje de superficie, no han alterado los fundamentos de nuestras economías.
¿Qué hay detrás de esa “virtuosidad” económica de los años progresistas que permitió crecer a un promedio de poco más de 5 por ciento al año, aumentar el salario real promedio anual 4,7 por ciento con un acumulado en diez años de 50 por ciento, incluir y contener parte de la población sobrante que había consolidado el neoliberalismo con una combinación de nuevos empleos y políticas sociales, al mismo tiempo que aumentaban las ganancias del empresariado y se remitían sin problemas los dividendos e intereses del capital internacional? En lo fundamental: 1) una fase alta en el flujo de renta de la tierra que recibimos del resto del mundo por la exportación de bienes con fuerte componente primario; 2) la llegada de un fuerte flujo de capital externo empujado por una fase de bajas tasas de interés de los países centrales.
Es natural que quien ha sido el referente político colectivo de ese proceso intente atribuirse este período ascendente como un logro propio “de la gestión”, y sin dudas que existen importantes méritos en este sentido, pero en lo fundamental las determinantes que lo explican no son del orden de las “nuevas reglas de juego” sino en el empuje que le da a un país pequeño y primario-exportador un ciclo de altos precios de las materias primas. Prueba de ello es el nuevo escenario económico que ya se hace presente ante nosotros a caballo de la reversión de los factores 1 y 2 ya señalados.
Detenernos aquí, ver la evidente relación entre crecimiento, salarios, inclusión social y consensos sociopolíticos, y concluir entonces que de lo que se trata ahora es de seguir dinamizando el crecimiento, parece tan tentador como básico, y estéril para entender el conjunto de vectores en juego.
Isabella concuerda con mi afirmación relativa a que “somos un país ‘ni-ni’: ni alta productividad ni mano de obra barata”, y acto seguido dice: “ante tan correcta constatación, supondríamos que luego explicaría las vías para lograr un aumento sostenido de la productividad”, “sin embargo, lejos de eso, opta por un recitado lleno de mística”. Lo hace en referencia a mi afirmación sobre la necesidad de “avanzar sobre el metabolismo del capital”. Aquí creo que ocurre algo similar al apresuramiento analítico descrito en el párrafo anterior. Toma un elemento parcial (somos un país ni-ni) y pretende de allí extraer una conclusión tan evidente como apresurada (hay que apostar por la productividad), que nuevamente deja fuera al conjunto de factores en juego. El núcleo central de mi argumento no es la afirmación de un rasgo estático (país ni-ni) sino el movimiento que entraña esta condición puesta en juego con el resto de los factores internos y externos. Con “movimiento” me refiero a la relación por la cual el flujo de renta de la tierra que recibimos del mercado mundial acaba oficiando como mecanismo de compensación para la supervivencia de todo un entramado de capitales que ni tienen la productividad de los países centrales ni operan a la escala mundial, y además emplean una fuerza de trabajo que no tiene la baratura de otros enclaves capitalistas. De esa lógica es que se desprende que cuando se retrae el flujo de renta y se retraen los flujos de capitales (ambas cosas están ocurriendo), el capitalismo uruguayo debe comenzar una fuga hacia adelante suplantando la renta que ya no recibe con el uso de reservas internacionales y el endeudamiento externo; y, cuando esto ya no es posible, los capitales que aquí se valorizan, para continuar con su reproducción y márgenes de ganancia, deben empujar hacia abajo el precio de la fuerza de trabajo y el gasto público en general, porque parte de la base de recaudación del Estado es la propia renta agraria. Este es el contenido del llamado “ajuste estructural”. Ante este planteo Isabella responde que me he “creído la prédica de la derecha de que el problema del país es una fuerza de trabajo muy sindicalizada que gana demasiado y un Estado que cobra demasiados impuesto”. Y dice: “No estoy de acuerdo”. La verdad es que no se trata de estar o no de acuerdo, eso es irrelevante. La lógica del capitalismo uruguayo no le va a preguntar a Isabella ni a nadie si está de acuerdo con que ocurra lo que para él es una necesidad de su metabolismo. La derecha o quien sea que promueva o administre el ajuste sólo opera como una mediación entre una necesidad orgánica y su realización.
Detrás de ese movimiento descrito oscila también el tamaño de la clase trabajadora, que el capitalismo uruguayo necesita para su reproducción. Cuando sube la renta de la tierra con ella crecen los salarios y el empleo, cuando baja ocurre lo contrario. En el fondo, a nuestro precario capitalismo le sobran uruguayos. Nuestra población obrera sobrante es vasta, por más que se camufle bajo la forma de vendedores ambulantes, mendigos, cuentapropistas precarizados, receptores de un plan de asistencia estatal u obreros asalariados de un capital que sólo sobrevive con subsidios y otras compensaciones.
Es desde este diagnóstico general que entiende que está en el propio metabolismo del capitalismo uruguayo desembocar en ajustes antipopulares, que se desprende como orientación histórica general la “necesidad de avanzar sobre el metabolismo del capital”, expresión que parece provocarle cierto fastidio a Isabella.
Yendo a otros aspectos menos centrales del debate, cuando hago referencia “a los uruguayos que vivimos de nuestro trabajo” no me estoy autoproclamando representante de nadie, sino identificando un sujeto. Isabella prefiere usar otra demarcación social y –llevando los supuestos al límite– presenta a una improbable y vasta “clase media” (60 por ciento de hogares con ingresos entre 45 mil y 180 mil pesos líquidos) para decirnos que hoy en día hablar de “arriba-abajo” u “oligarquía-pueblo” es una “curiosa banalización”. ¿Qué dirán de estos números los casi 700 mil uruguayos (cerca de la mitad del total de ocupados) que a 2014 percibían ingresos mensuales menores a 15 mil pesos?4 Una estudiante que vive con dos amigas y que trabaja en un supermercado por 12 mil pesos y luego completa con tareas de moza los fines de semana es una ascendente clasemediera con un promedio de cinco horas de sueño diario. Ya se ha dicho que si torturas a las estadísticas ellas dicen lo que quieras.
Según la Cepal, el 10 por ciento de mayores ingresos se queda con cerca del 30 por ciento, ¿será que no hay margen para políticas de redistribución con independencia de si crecemos 5, 3 o 1 por ciento? ¿Habrá relación entre la enorme desigualdad y el hecho de que aún en Montevideo tres de cada diez niños menores de 6 años está bajo la línea de pobreza?5 Si hablar de arriba-abajo o de clases es de trasnochado, ¿ser omiso a la fractura y el antagonismo de qué es? De socialista seguro que no. En Uruguay el 1 por ciento con mayores ingresos se apropia del 14 por ciento de la torta,6 ¿hasta qué percentil de ingresos llega el “marco de alianzas necesario”?
Isabella critica la falta de concreción y de posibilidades reales de la orientación que defiendo. Naturalmente que algo de eso hay. La reflexión que se pretende poscapitalista, por definición, tiene una pata en la realidad actual y otra en un terreno indefinido e inexplorado. Si se dice que “no hay recetas”, luego no se puede reclamar una. Por otra parte, la validez o no de lo que se presenta como una orientación general no está dada por si se avanza o no en su concreción, sino por los argumentos que la fundamentan.
Más allá de estas breves escaramuzas entre contendientes, lo importante es empujar colectivamente una reflexión de suficiente calado que, avanzando sobre las formas aparentes, nos permita demarcar con claridad las actuales coordenadas históricas. Sólo desde esa base será posible el despliegue de un pensamiento estratégico que oriente nuestra acción política como clase trabajadora. Mar adentro puede estar en gestación un tsunami, no basta discutir qué color de malla vamos a usar. Como la esfinge, la realidad avanza y devora a aquellos que no puedan descifrarla.
http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/12/a-la-izquierda-del-crecimiento-economico/
http://brecha.com.uy/compromiso-por-el-crecimiento-o-tomar-las-riendas-de-la-economia/
http://ladiaria.com.uy/articulo/2016/1/el-hombre-que-estaba-a-la-izquierda-del-crecimiento-economico/
Instituto Cuesta-Duarte.
Ine.
Iecom.
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