Desde Atenas, los nuevos actores, presas de una desesperación comprensible por el derrumbe del país, producto del engaño, la corrupción y el mal gobierno de los griegos, imaginan una alternativa. Abren una ventana de esperanza a una ciudadanía castigada en exceso, que se siente destapada del Estado de bienestar social que fue antaño el mayor logro de la integración europea. El consenso norteño, impuesto por la canciller Merkel, ha chocado con un iceberg nacido en aguas calientes. Los chicos malos de Grecia, la Syriza de Alexis Tsipras, confirman con su entrada en escena que la renegociación de la deuda griega, el 177% del PIB del país, incluso la quita de una parte de ella, ya no es un tabú.
No nos equivoquemos mirando únicamente a la punta del dedo, Grecia, que nos señala la luna, el verdadero problema. La falta de crecimiento en Europa, el lento declive europeo. Que no cunda el pánico aunque haya ocurrido algo revolucionario: Tsipras ha cumplido las promesas electorales. Primeras curas para taponar la hemorragia social: subida del salario mínimo, eliminar el copago sanitario, restaurar el acceso universal al sistema público de salud, del que están excluidos en condiciones normales tres millones de griegos. Bruselas, donde no gustan las caras nuevas, como ha admitido el presidente de la Comisión Europea, Juncker, negociará con dureza buscando un compromiso que pasa por hacer respetar las reglas del club del euro: las deudas se pagan, con alivio de plazos, carencias, relajamiento de intereses, o fórmulas más o menos imaginativas. Tsipras no actuará unilateralmente y cree que existe un espacio, estrecho, entre la confrontación y la sumisión. Syriza no repudia el orden existente europeo, la suya no es una enmienda a la totalidad.
¿Cuál es el dilema de los radicales de Atenas? Nos lo cuenta una figura clave de Syriza, el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, que llevará las negociaciones con Bruselas. En un texto titulado Confesiones de un marxista errático en medio de una crisis europea repugnante, Varoufakis se pregunta si debemos usar esta oportunidad, que se da una vez cada siglo, para impulsar el desmantelamiento de la UE, por su entusiasta abrazo de las políticas neoliberales, o aceptar que la izquierda no está preparada para el cambio radical. Su conclusión es que los radicales, incluso con los derechistas, deben trabajar para minimizar el sufrimiento humano, reforzar las instituciones europeas y ganar tiempo y espacio para desarrollar una auténtica alternativa humanista. Una misión contradictoria como él mismo reconoce. El cielo puede esperar.
fgbasterra@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario