2 cosas distinguen al sistema político uruguayo del promedio de los países de la región. En primer lugar, que quienes compiten no son personalidades ni líderes autoritarios, sino partidos que tienen a sus referentes. En segundo lugar, que a pesar de no ser gobierno desde hace una década, la oposición se mantiene organizada principalmente en 2 fuerzas políticas con una identidad definida, que no han variado sustancialmente a pesar de las derrotas electorales.
"Sin dudas es un sistema de partidos institucionalizado y firme. La política uruguaya es profundamente partidocrática. Son los grandes canalizadores de las demandas públicas, y otros actores políticos, como los corporativos, sociales, sindicales y empresarios, se expresan a través de los partidos", dice a Infobae el politólogo e historiador Camilo López, investigador del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República.
"El sistema de partidos uruguayo es altamente institucionalizado y estable, con partidos que tienen raíces profundas en la sociedad, y que han sabido renovarse de acuerdo con los diferentes cambios producidos", explica Antonio Cardarello, doctor en ciencia política por la Universidade Federal do Rio Grande do Sul e investigador del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República, consultado por Infobae.
Uno de los secretos del éxito de los partidos uruguayos es su tolerancia al disenso interno. Albergar posiciones contrapuestas, con mecanismos institucionalizados para la resolución de conflictos, permite que las fuerzas se mantengan unidas y sean estables, sin caer en el sectarismo ni en el autoritarismo.
"En Uruguay no hay una separación tajante entre un partido conservador y uno liberal -dice López-, sino que al interior de los partidos hay grandes familias de grupos o polos. Tanto en el Colorado como en el Nacional hay un ala progresista y una más conservadora, así como el Frente Amplio tiene un ala más neodesarrollista y otra más socialdemócrata".
¿Qué explica que, a pesar de sus profundas diferencias, tengan la tolerancia suficiente como para mantenerse unidos? "Se mantienen por ideas, por intereses y por las instituciones -continúa-, porque hay reglas de competencia internas que permiten convivir a distintos sectores con ideas distintas, dentro de un espectro de ideas posibles".
"El interés tiene que ver con la posibilidad de obtener espacios de poder, de representación. Y después están las ideas. Los partidos uruguayos son comunidades interpretativas, establecen formas de entender el mundo y la realidad. Tienen tradiciones que forman parte de su ADN. Y eso construye sentido y pertenencia", agrega.
Luis Eduardo González, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Yale y director de la consultora de opinión pública CIFRA, da otras razones. "Lo que importa no es cuán cerca está usted 'objetivamente' de sus coaligados, sino la comparación entre esa distancia y la que los separa de todos los demás actores políticos. Para los cuadros y líderes del Frente Amplio, las distancias que separan a los miembros de la coalición son mucho más cortas que las existentes entre los sectores del Frente Amplio y el resto de las fuerzas políticas uruguayas. Y viceversa", explica.
"HAY GRAN FIDELIDAD DE LOS ELECTORES. EL 75% YA TENÍA DEFINIDO SU VOTO DOS AÑOS ANTES"
Así como los dirigentes tienen un gran sentido de pertenencia hacia los partidos, el grueso de la ciudadanía también está muy identificada con alguno de ellos, y es muy difícil que cambie su voto.
"Es un sistema con gran fidelidad de los electores. El 75 % ya tenía definido su voto dos años antes de estas elecciones, es decir que se elige a los partidos. El fenómeno de un candidato que aparezca por fuera de las estructuras partidarias no funcionaría. Tampoco que un dirigente político se pase de un partido a otro. Hay una baja volatilidad electoral", dice Cardarello.
"El promedio de cambio de voto de una elección a otra es de 10%, con picos superiores al 20%, como el de 2004, que se debió a la caída del Partido Colorado y el ascenso del Frente Amplio al poder. Además, es un sistema altamente nacionalizado: los mismos partidos son lo que compiten en todas las instancias electorales, porque tienen un desarrollo proporcional en todo el territorio", agrega.
Los orígenes históricos de los partidos uruguayos
"El Partido Nacional y el Colorado se remontan a mediado de la década de 1830, como bandos caudillistas que luego se transformarían en partidos a fines del siglo XIX y principios del XX. Son de los partidos más viejos del mundo, comparables con los ingleses, y con los republicanos y los demócratas en Estados Unidos. El más joven es el Frente Amplio, que es de 1971. En términos comparados, ya es añoso para la región", cuenta López.
"En 1916 -continúa- se estableció el sufragio universal masculino sin restricciones, en el marco de las reformas sociales del batllismo. Había una visión de construcción del espacio público desde lo estatal, con expansión de los derechos sociales y de la democracia política, pero de la mano de los partidos. No había una sociedad civil ni grupos corporativos fuertes, sino que la inserción a la política se daba por la vía de los partidos".
Lo curioso del caso uruguayo es que cuando la democracia empezó a penetrar en la sociedad fueron las mismas fuerzas políticas del período anterior las que llevaron adelante la transformación.
"Los partidos tradicionales estaban liderados por caudillos que protagonizaron las guerras civiles, pero supieron dar ese paso de las armas a las urnas. Supieron incluso cómo encauzar el arribo de las masas a la política. El Nacional y el Colorado lograron adaptarse y liderar el proceso. En otros países de la región, en cambio, la ampliación del sufragio hizo que los partidos dominantes desaparecieran", dice Cardarello.
"LOS PARTIDOS TRADICIONALES SUPIERON DAR EL PASO DE LAS ARMAS A LAS URNAS"
Una de las razones por las que los intereses sectoriales y sus grupos de presión son más débiles que los partidos es que la sociedad uruguaya es relativamente joven en comparación con otras. En Argentina, por ejemplo, había actores económicos, religiosos y políticos mucho antes de que se constituyera el Estado.
"Uruguay tuvo casi 200 años menos de construcción del estado oligárquico que Argentina. No había una Iglesia fuerte, ni un ejército oligarquizado, ni una presencia de terratenientes unidos. De alguna manera, estos sectores se incorporaron a la política a través de los partidos, no por fuera de ellos", dice López.
Así, desde el comienzo los partidos políticos se transformaron en los principales mediadores entre la sociedad civil y el Estado, en vehículos de los reclamos sectoriales y en los agentes de los grandes proyectos de país. Esto institucionalizó el conflicto político, lo que da mayor estabilidad y mejora la calidad de la democracia.
No obstante, la solidez del sistema partidario no fue suficiente para blindar a Uruguay de los golpes militares que marcaron a toda la región. Eso sí, le resultó mucho más sencillo que a otros recuperar la normalidad democrática una vez que concluyeron.
"Hubo un quiebre institucional importante en 1973 -dice Cardarello-, como en varios países de América Latina. Pero lo novedoso es que, cuando salimos de la dictadura, el escenario estaba congelado: los partidos que competían eran los mismos y se repitió el resultado de las elecciones previas al golpe militar".
Las consecuencias políticas de tener partidos fuertes
"El sistema político uruguayo ha conseguido determinadas políticas de estado que nadie discute, por ejemplo, el manejo de la economía. Cuando surgió el Frente Amplio era un tema de debate, pero hoy la política económica, la necesidad de que las cuentas sean estables, con bajos niveles de desempleo, inflación y déficit fiscal, son acuerdos que se mantienen, gobierne quien gobierne", dice Cardarello.
"Esto le da certeza a la población, pero también a los inversores. Uruguay muestra que es un país estable y serio, que cumple las reglas de juego", agrega.
López sostiene que la existencia de políticas de estado que se mantengan a pesar de los cambios de gobierno es algo relativo, ya que hay fuertes diferencias entre los partidos. Lo distintivo de la política uruguaya quizás esté en cómo se llevan adelante los cambios una vez que se producen.
"Uruguay tiene una forma muy institucionalizada de tramitar políticamente las transformaciones. Hubo cambios en algunas políticas públicas, pero no en todas. La estabilidad macroeconómica se mantuvo, pero se agregó el matiz de la justicia social. Cambios hay, pero hay una cultura institucional para tramitarlos. La política en Uruguay es bastante civilizada", dice.
"URUGUAY ES UN PAÍS ESTABLE Y SERIO, QUE CUMPLE LAS REGLAS DE JUEGO"
Una de las claves para entender esa estabilidad o que, al introducir reformas, éstas no sean bruscas, es que la oposición tiene mucho poder, lo que le permite controlar efectivamente al gobierno.
"Uruguay tiene presidentes institucionalmente fuertes, pero políticamente débiles, porque partidos fuertes y fraccionalizados requieren la clase de negociación permanente característica de las democracias ricas y consolidadas. El contraste con la Argentina es aquí muy notable e ilustrativo", explica González.
"La oposición tiene representación en organismos de contralor -dice Cardarello-, como el Tribunal de Cuentas y la justicia electoral. Además está el llamado a sala de los ministros, que sólo requieren el respaldo de un tercio del parlamento, la proporción más baja de la región. El mecanismo de interpelación de los ministros también es relativamente sencillo y los pedidos de informes puede hacerlos un diputado solo, sin necesidad de conseguir un apoyo determinado. Hay una tasa de entre 62% y 63% de informes contestados por el Ejecutivo. Eso nos da la pauta de que la oposición tiene mecanismos para limitar el poder del gobierno".
Todas estas características le han permitido a Uruguay estar protegido del populismo. Es impensable un gobierno que se asuma como salvador de la patria, que se proponga refundarla y para ello concentre enormes poderes, elimine los mecanismos de control y le imprima el sesgo de sus necesidades de corto plazo a las políticas públicas.
"El fenómeno populista supone discursos antipartidarios, con figuras que surgen por fuera de las instituciones y que tratan de representar directamente a toda la nación. En Uruguay no hay posibilidades de una cosa así", concluye Cardarello.
Fuente: Infobae
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