Los supuestos cuidacoches, que allí hay bastantes, desaparecieron violentamente, como por arte de magia, es más cuando perseguí a pie por unos metros a los ladrones uno de los encargados de cobrar propinas automovilística, me dijo que estaban armados. Yo no vi ninguna arma. Fue lo único que vieron, pero cuando les pregunté qué aspecto tenían etc, se esfumaron. Y el chorro me estaba esperando, no a mí personalmente, a una víctima señalada que debía tomar su coche en ese lugar. No tengo la menor duda.
No me voy a poner a divagar. Voy a relatar, simplemente a relatar la peripecia. Soy amigo del gobierno, pero mucho, mucho más amigo de la verdad.
Sensación personal, térmica o real: que a las 4 de la tarde te roben de esa manera en esa zona llena de sanatorios es un hecho que hay que registrar, no tengo idea como será registrado en las estadísticas. A mí me dejó una bronca enorme, una sensación de impotencia y de derrota. El pobre consuelo es que le pegué un codazo, espero en los dientes del ladrón. Lamentablemente o por otras razones biológicas, no estaba todo lo preparado que estaba antes. Me voy a ejercitar, aunque eso no entre en las estadísticas.
A las 4 y 30 estaba en la comisaría 9ª. La que está en el Estadio y que corresponde a esa zona. Ambiente deprimente, el mismo de siempre. Policías hombres y sobre todo mujeres, bien uniformados y armados, todos con pistolas Glock, excepto una con un revolver .38. Dos boxes para recibir las denuncias. Gran cuaderno gran y dos computadoras.
Había poca gente. Una chica haciendo una denuncia, que estuvo no menos de 40 minutos, una señora a la que le habían robado la cartera del auto en Simón Bolivar y Palmar a las 14 y 30 minutos, estaba en la comisaría desde las 15 horas se fue poco después de las 17 horas. Más de dos horas de espera y trámite. Al lado mío estaba sentado un señor español, mayor que yo, que cuando llegó de su país natal fue picapedrero junto a Julio Marenales. Me reconoció y me contó su historia. Amable y divertido. Le habían robado su camioneta Chevrolet C10 de Magarinos Cervantes y Legizamon a las 15 horas. También más de dos horas de espera. Eran las dos personas que estaban adelante mío.
Luego llegó un muchacho de 30 años, acompañado de su esposa con un bebé de 3 meses. Hacia un mes le había robado su amado coche Gol diesel que cuidaba y mantenía en cada detalle y con el que trabaja. Vive en el Sauce.
El vehículo se lo robaron el 22 de noviembre del estacionamiento del Hospital de Clínicas, estaba acompañando a su madre internada de urgencia. Venía a realizar el penúltimo trámite (¿?) pedir una nota, para llevarla a la Jefatura de Policía en San José y Yi y allí le debían entregar un certificado para completar el trámite en el seguro. No doy los nombres, sería un atrevimiento. Están todos registrados en un lugar seguro, la comisaría 9ª.
Me tocó a mí. Una funcionaría muy amable, puntillosa, registró en el libro y en la computadora todos los datos, me dio todos los recibos y comprobantes para hacer los trámites y recuperar los documentos robados. Nada que decir. En total estuve una hora y 45 minutos en la 9ª. Descripción del chorro, que algún día espero encontrar: 30 a 35 años, altura 1.70 aproximadamente, 70 kilos, cutis blanco y cabello oscuro. Espero que le falte algún diente.
En medio de los trámites llegó una familia compuesta por madre con cara de sufrida, padre dicharachero y conversador, niñita de cuatro años, juiciosa y Átila, de 2 años. Uno de esos niños que son el azote de los unos y de los otros. Con mi experiencia en materia me puse a conversar con él, aunque prefería notoriamente volver al espacio externo a la dependencia policial a reventar tubos de luz que estaban en la basura... Me ayudó a pasar el tiempo.
Se me enfrió el cuerpo, me dolía el codo como la gran siete, lo que me consoló un poco, porque por la forma de la herida es notorio que le di al chorro en plena dentadura. Magro consuelo. Lo confieso, en el momento del robo, si hubiera podido, si hubiera contado con los elementos necesarios, hubiera estado en la comisaría pero como acusado. Es el pequeño y feroz enano que llevamos dentro. Espero seguir llevándolo, me indignan los sociólogos de la resignación y la explicación. Si fuera por ellos, la cándida niñita de 14 años que asesinó un taxista porque estaba nervioso, o le pegó un tiro en el pecho a una vecina y baleó a otro taxista, le corresponde un tratado de explicaciones sociales y culturales. Y alguna pena menor.
Lo confieso, no es una involución, siempre, desde que tengo memoria tuve al enano feroz desatado. No es ni la edad, ni los cambios ideológicos. Al contrario...
No agrego mucho más. Fui un dígito, de una milésima de las estadísticas. De las más benévolas. Casi no me robaron plata, solo un billete de 2 dólares que guardo por cábala y porque son raros. Tengo por delante largas horas de trámites y de bronca. Y las conclusiones sobre el tratamiento que recibimos los ciudadanos luego de haber sido robados, asaltados etc, lo dejo a consideración de los lectores y tengo la remota esperanza que alguna autoridad competente lo lea. Dos horas para hacer una denuncia...
No hay nada peor que un buen y sólido muro burocrático para calmar los ardores, para alimentar la resignación y para desprestigiar el Estado. Aunque tengan coches y motos nuevas (que las vi) bastante policías deambulando por la comisaría, que también los vi, y buenos uniformes e impecables pistolas.
No reclamé nada especial, soy un ciudadano común y silvestre y puedo asegurarles que las promesas realizadas durante la campaña electoral en materia de seguridad, como a las otras las voy a seguir y controlar como un sabueso. De eso no tengan dudas.
Fuente: Uypress
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