En la causa por el plan sistemático de robo de bebés, Victoria recordó que nació en el Pozo de Banfield; su madre, uruguaya, está desaparecida. Fue entregada al hermano de un comisario. Su maestra de primer grado denunció el caso a las Abuelas de Plaza de Mayo.
Habían pasado exactamente diez años, como si los números dijeran algo. El 30 de diciembre de 1977 secuestraron a su madre con un embarazo de cuatro meses.
El 30 de diciembre de 1987, Victoria Moyano Artigas entró al juzgado de Juan Ramos Padilla porque iba a conocer su identidad.
“Lloraba el juez, lloraba el secretario, la asistente social, llorábamos todos; era una situación difícil, pero finalmente me dijo que yo tenía a una parte de mi familia en Uruguay y que era descendiente de Artigas, como para consolarme; me empezó a explicar que era hija de desaparecidos, que era una situación difícil que yo entendí recién a los días.”
Un día más tarde, el 31 de diciembre, Victoria conoció a las abuelas biológicas en ese mismo juzgado de Morón.
“Eran las tres de la tarde, en el patio del juzgado habían puesto una mesa con sanguchitos, era algo festivo, yo sabía que iba a conocerlas, así es que con todas las tristezas y contradicciones preparé galletitas de limón y conocí a Blanca, a Enriqueta, a Susana, Chicha y Estela, de Abuelas de Plaza de Mayo.”
Las abuelas le mostraron fotos de sus padres. Y el juez le dijo que a partir de ese momento iba a vivir con ellas.
“Yo dije que no quería, pero Juan me dijo: o vas o vas. Y bueno, conocí a otra parte de mi familia y así empezó la vida con la familia biológica.”
Victoria Moyano Artigas contó su historia en el juicio por el plan sistemático de robo de bebés. Se sujetó cuanto pudo a la historia política de sus padres: María Asunción Artigas Milo y Alfredo Moyano.
Antes de que las defensas preguntaran nada, ella los situó en el espacio político de la resistencia obrero-estudiantil, ubicó a su madre como habitante del barrio La Teja de Montevideo, “el barrio obrero por excelencia”, explicó.
Durante ese fragmento del relato, se topó con una bravuconada de Luis Velazco, único defensor particular de los represores, abogado de Ruben Oscar Franco, ex juez de instrucción. Golpeando los dedos contra la mesa, gritó en medio de la sala: “¡Terminemos con la arenga revolucionaria!”.
Luego del freno de las querellas, especialmente de Alejo Ramos Padilla y unas palabras de la presidenta del Tribunal, María del Carmen Roqueta, Victoria respondió diciéndole simplemente lo que pensaba:
“Esperé 32 años para hablar y tengo todo el derecho a hacerlo, yo no estoy en el banco de acusados y son ellos los que tienen que dar explicaciones”.
La historia
Hasta diciembre de 1987, Victoria era María Victoria Penna, supuesta hija de María Elena Mauriño, una ama de casa, y Víctor Penna, empleado textil y hermano de Oscar Penna, comisario de la Brigada de San Justo, la persona que alguna vez se acercó personalmente a los calabozos del Pozo de Banfield donde estaba secuestrada la madre de Victoria para preguntarle si necesitaba algo, para chequear ese embarazo del que estaba a la caza y, cuando ella pidió vitaminas, se aseguraron de comprárselas.
–¿Qué le dijeron sobre su origen? –preguntó el fiscal Martín Niklison.
–Desde que yo soy consciente me habían dicho que era hija adoptada, pero de lo que había pasado con mis padres hubo varias versiones. Cuando era chica, me dijeron que se habían muerto en un accidente y con el correr de los años que mi mamá se había muerto en el parto y mi papá me abandonó.
La salida
Victoria no lo sabía, pero su maestra de primer grado acercó la denuncia de su caso a Abuelas de Plaza de Mayo. Olga Fernández la conocía hacia tiempo, porque su hijo era compañero del hermano de crianza de Victoria.
Cierta vez, el chico llegó a su casa diciendo que tenía una hermanita. Pero Olga sabía que María Elena no había estado embarazada y sabía del cuñado comisario. Cuando Victoria entró a primer grado, ella fotocopió todos los papeles.
Para entonces Victoria ya decía que era hija adoptiva, pero en los papeles aparecía como hija biológica de María Elena y de Víctor.
“Fueron momentos de mucha angustia para mí –dijo Victoria–, yo lloraba sistemáticamente y ella fue una de las personas con las que yo hablé de todas estas angustias y estos problemas.”
Mientras tanto había pasado la vida. El apropiador de Victoria había muerto cuando ella tenía un año, y el supuesto tío Oscar se había hecho cargo de su cuñada y de los niños.
“Tuvo un rol importante para mí en cuanto a la figura masculina –dijo Victoria–, sobre todo para mi hermano Juan Ignacio, que no es hermano biológico, pero yo voy a hablar de él como mi hermano.”
A los siete años, Victoria estaba en la casa de los supuestos abuelos y la mandaron a dormir con un tono distinto al habitual: “Yo me hago más bien la dormida –dijo–, y escucho una conversación en la que Oscar Penna –me acuerdo textual– dice: ‘Cayó Camps, y yo me voy a ir a Bahía o Bahamas, y si preguntan por mí decí que no me ves hace dos años`”.
A partir de ahí, no lo vio más.
Camps era un nombre conocido en la casa. Se hablaba de Camps habitualmente. Ella no lo conocía, pero se lo imaginaba como un jefe. El 30 de diciembre de 1987 empezó el proceso de reconstrucción de identidad, y con él la posibilidad de reentender algunos de esos nombres.
Ese día llegaron algunos hombres del juzgado a su casa. Hubo forcejeos. Ella imaginó alguna discusión por deudas, pero nunca lo que iba a pasar.
“Lo que menos imaginé era que se estaba resolviendo el problema de mi identidad, no entendía nada, pero estaba nerviosa, me decían que me iban a llevar al juzgado porque yo no era hija de ellos, sino que tenía otra familia que había que averiguar quién era, fue un momento bastante difícil, pero yo me di cuenta de que me iba y no iba a volver y se lo dije a mi hermano: ‘Siempre uno encuentra a alguien –le dije–, un primo, alguien’ y yo sabía que iba a encontrar.”
Victoria vivió a partir de ese momento entre Buenos Aires y Montevideo, pero no podía establecerse en Uruguay porque sus documentos demoraban.
Un día en los alrededores del estadio de River, durante el concierto de Sting, cuando las Abuelas organizaban la entrada al estadio, se dio cuenta de que su apropiadora estaba ahí: había ido a buscarla.
“Ella quería que yo la viera –dijo Victoria–: yo estaba en un micro, y ella perseguía al micro y a mí me dio una crisis de nervios, estaba temerosa de poder encontrármela en algún lado; yo no la quería ver y no me la quería encontrar, yo no podía vivir de esa manera, con miedo y me fui sin documentos a Uruguay.”
Después de un tiempo se instaló nuevamente en Buenos Aires, el momento en el que empezaron a tener sentido las preguntas que Niklison hacía una y otra vez. ¿Volvió a ver a María Elena?, le decía el fiscal y es que Victoria la volvió a ver.
Primero se encontró con su hermano de crianza y se fue de la casa de su abuela paterna cuando ella lo supo y entonces le prohibió volver a verlo.
Más tarde, a instancias del juzgado, se reunió con su apropiadora: ellos aseguraban que si no hacían ese encuentro, ellas se iban a volver a cruzar en la calle y nadie sabía qué podía pasar.
Victoria la vio. Le reprochó todo. Preguntó todo. Y le reclamó por las mentiras: “Ella me dijo que sospechaba que era hija de desaparecidos, pero que no estaba dispuesta a buscar por sí misma porque como veía que yo iba avanzando con las preguntas, ella sabía que en algún momento iba a tener que investigar pero para acompañarme a mí, pero que por sí misma no lo iba a hacer, que para ella era su hija y no estaba dispuesta a entregarme a nadie por más que sea mi familia biológica”.
Con el tiempo, Victoria rearmó la historia robada. Supo que nació en el Pozo de Banfield. Que en ese lugar, el propio Penna visitó a su madre.
“Nos daban como mascotas, te elegían, si eras más o menos bonita, fue un plan sistemático dentro de un plan mayor que fue el del genocidio, los 30 mil desaparecidos y entre ellos mis padres”, concluyó.
Fuente:Página 12
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